Del mítico Madila se ha hecho, y se hace, una permanente y dinámica biografía. De esa vida de militancia y cautiverio, de profunda humanidad y horribles padecimientos, queremos rescatar uno de sus invalorables aportes a la Humanidad.
Mandela, siendo Presidente de Sudáfrica, fue quien le otorgó la conducción de la Comisión de Verdad y Reconciliación al Premio Nobel de la Paz, el obispo Desmond Tutu. Si bien ya hemos abordado en buena medida el cometido de la Comisión (http://127.0.0.1/wordpress/2012/11/15/comision-de-verdad-y-reconciliacion/) , restan algunas cosas por decir, para dimensionar la verdadera magnitud de la decisión política asumida.
El
proceso sudafricano, con la creación de la Comisión, se fortaleció en la necesidad social de resignificar la verdad histórica y construir una memoria colectiva, lo que exigió desde
su inicio una ardua y sostenida tarea de registro formal de las graves violaciones
a los Derechos Humanos. Esa tarea se complementaría con las actividades
públicas de la Comisión, tales como la celebración de las audiencias, y especialmente
con la confección de un archivo del
pasado, en el que se registraron los crímenes constatados en la historia
reciente del país, decisivo en términos de memorialización y ulterior
reconciliación[1].
De esta manera, la reconciliación aparece concebida como
un proceso, antes que como un
objetivo, y siempre dependía de que se enfrentara la verdad, se mediara de cara
a las diferencias, al dolor, al odio, para luego superarlos, únicamente a
través del entendimiento, el reconocimiento público de la comisión de las
atrocidades, el perdón y la reparación[2].
Paradójicamente se critica a la Comisión, además de la
promoción de la amnistía para los perpetradores, la asimetría que se evidencia
entre la exitosa producción de memoria colectiva y verdad histórica, con los (en apariencia) pobres resultados
alcanzados en materia de reconciliación y reparación[3].
Esta debilidad quizás encuentra explicación en una
exagerada revisión de los casos individuales, por sobre la comprensión
superadora de que esos daños, perpetrados sobre miles de personas, no eran sino
la consecuencia de años de colonialismo, segregación racial, penetración
cultural y desigualdad social[4]:
“Si
bien es irrefutable que la Comisión produce un registro de las formas
particulares de la violencia, lo hace de modo tal que deja sin relevar una
comprensión histórica de los procesos y las relaciones estructurales.
Encomendada a centrarse en “violaciones aberrantes a los derechos humanos”, que
incluían tortura, desaparición, asesinatos y maltrato severo (definido en sí
mismo de modos variados (Ross, 2001; Burton, 2000) y para investigar acerca de
las causas de éstas, el trabajo y los hallazgos del Comité de Violaciones a los
Derechos Humanos se centraba en violaciones individuales a expensas de una más
amplia comprensión de los efectos sociales y devastadores del colonialismo y el
apartheid”[5].
La crítica adquiere una indudable
centralidad, ya que al abordar la cuestión sudafricana poniendo el acento en la
perspectiva de los miles de casos individuales, se debilitaba la posibilidad de
ofrecer elementos que le permitieran a las nuevas generaciones comprender las
relaciones sociales implicadas y las prácticas genocidas, así como el rol de
las instituciones políticas, dificultando el punto de partida para una reconfiguración
social que excediera la mera reparación individual y simbólica y la
conmemoración del dato histórico[6].
A pesar de ello, la profunda carga humanitaria, la
densidad filosófica, sociológica y jurídica del proceso sudafricano, inédito en
términos de interpelación a su propia sociedad, configuran elementos tan
originalmente provocativos que nos convocan a reivindicar estas experiencias,
que, en buena medida, se convierten en referencias inaugurales que nos conducen
a un mejor análisis de las posibles respuestas no punitivas esperables en
materia de delitos de lesa humanidad y genocidio[7].
Como muchos autores destacan, la misión de la
reconciliación no debió cargarse exclusivamente a la Comisión, sino que debió
ser entendida en su connotación procesual y extendida a toda la sociedad. Esto habría permitido explicar que, así como existieron muchos casos en los que
se impuso el perdón, en otros este mecanismo apareció como más dificultoso y a
veces inviable. Justamente porque la diversidad y el pluralismo que caracterizan
a las sociedades de la modernidad tardía, en las que coexisten una
multiplicidad inéditas de sistemas de creencias, supone aceptar como probable y
lógica la dificultad, cuando se intentan ejercicios de justicia restaurativa,
sin que esto deba evaluarse en términos de fracaso o frustración[8].
Lo propio acontece -vale recordarlo- con la Justicia
penal: estamos acostumbrados a ver cómo la sentencia, sea absolutoria o
condenatoria, no solamente deja disconformes a los acusados y las víctimas,
sino que despierta en cada una de las partes del proceso lo peor de cada uno.
No conozco muchos pronunciamientos, sobre todo en aquellos juicios en que se
ventilaron crímenes contra la humanidad, que hubiera satisfecho a los
condenados y las víctimas.
Las voces que se alzaron en disconformidad con las
estrategias alternativas de resolución de conflictos, llevadas a cabo por la
Comisión en Sudáfrica, también lo hicieron, aunque desde otras perspectivas, de
cara a las soluciones que surgieron, por ejemplo, del modelo de Nuremberg o de
la denominada modalidad latinoamericana,
incluyendo, por su singularidad, la experiencia Argentina[9].
De todas formas, si quisiéramos
resumir el trascendental cometido de la Comisión, deberíamos concluir que dejó
absolutamente en claro, en primer lugar, que era imposible absolver los
horrores de la historia política cercana de Sudáfrica, y en ese sentido,
produjo la revisión más completa de que se tuviera memoria en el país, tendiendo a un futuro más civilizado forjado
en base a la convivencia armónica y la tolerancia, lejos de la de la lógica de Nuremberg que reclamaban
algunos sectores sociales[10].
Esos valores se habrían de
concretar apelando a novedosas formas de justicia restaurativa, donde víctimas
y victimarios tuvieron la oportunidad de revisar el pasado y decidir una
coexistencia colectiva diferente, en lo que significó, al parecer, un indudable
progreso para la Nación. Porque “si el punto es permitir una descripción de la
totalidad de lo ocurrido, particularmente como las partes lo vieron, entonces
las Comisiones de la Verdad tienen ventajas considerables. Ellas favorecen un
terreno para la exposición, para quejas, para despliegues emocionales -y
también para negaciones-. Si el punto central es exponer lo que sucedió, no
para decidir sobre el reparto del dolor, las Comisiones de la Verdad tienen una
ventaja considerable”[11].
[1]
“La Comisión no cierra
moralmente el apartheid, pero abre la posibilidad de un ideal de
reconciliación conseguido a través de una verdad que escuece. Ahora la
reconciliación contempla la necesidad de mejora de comportamientos y
sensaciones de elementos como la seguridad física, la legitimidad de las nuevas
instituciones, la capacidad de crear relaciones políticas y cívicas entre
diferentes grupos, el diálogo entre razas, la reducción de la confrontación
histórica y la asunción del pasado. Las encuestas al respecto no siempre son
halagüeñas y queda un largo camino por recorrer. En 2001, el 77 por ciento de
la población negra aprobaba la tarea de la CVR, por un 36 por ciento de los blancos, un 45
por ciento de los mestizos y un 61 por ciento de los asiáticos. En 2003, el 70
por ciento de los blancos reconocían que el apartheid era un crimen
contra la humanidad (encuestas recientes lo rebajan al 55) y el 77 por ciento
de sudafricanos afirmaba querer pasar página y mirar hacia el futuro” (…) “La
amnistía se otorgaba a cambio de una exposición completa de los hechos por los
que ésta se pedía, caso de existir proporcionalidad entre acto y objetivo, y si
se pertenecía a una organización implicada en el conflicto. La amnistía, muy
contestada por algunas de las víctimas, se dio con bastante rigor a excepción
de algunas interpretaciones generosas de lo que se consideraba un acto motivado
políticamente o en la aplicación del principio de Norgaard, referido a la
proporcionalidad. Las amnistías se concedieron con bastante celeridad a un 10
por ciento de las 7.000 demandas presentadas. La exposición pública de las
ofensas era la principal condena, pero, en la mayoría de casos, la reinserción
a la sociedad ha sido poco traumática. Por contra, las contrapartidas a las
víctimas han sido comparativamente inferiores. La verdad expuesta ofreció situaciones
de catarsis colectiva con momentos de extraordinaria emoción en las vistas de la Comisión. En este
contexto, y ya desde 1995, la sociedad se organizó y aparecieron grupos
religiosos y civiles de apoyo como el Khulumani Support Group, que animaba a
las víctimas a hablar en voz alta y a ejercer presión sobre la CVR y los órganos políticos
con el fin de crear un cuerpo representativo de víctimas con voz única. Sólo
las reparaciones urgentes han llegado, y con retraso. El presidente Mbeki
afirmaba en 1999 que las reparaciones a las víctimas deberían de ser la
redistribución económica, la reconstrucción y el desarrollo del país que el
Gobierno estaba realizando. Como ya había dicho Mandela, el Gobierno
priorizaría los elementos de reparación simbólicos para dedicar las energías
monetarias a elementos “más productivos”, http://www.revistapueblos.org/spip.php?article1032
[2] Christie,
Nils: “Una sensata cantidad de delito”, Editores del Puerto, 2004, p.
143.
[3]
Boraine, Alex: “Reconciliación
¿A qué Costo? Los Logros de la
Comisión de Verdad y Reconciliación”, Título original: “What price reconciliation? The
achievement of the TRC”. Publicado en A
Country Unmasked, Alex Boraine, Oxford University Press, Oxford (2000), pp.
340-378, disponible en http://www.
cdh.uchile.cl/Libros/18ensayos/Boraine_Reconciliacion.pdf
[4] Ross, Fiona: “La elaboración de una Memoria Nacional: la Comisión de Verdad y
Reconciliación de Sudáfrica”, Cuadernos de Antropología Social Nº 24, pp. 51–68, 2006, FFyL – UBA,
disponible en www.scielo.org.ar/pdf/cas/n24/n24a03.pdf
[5] Ross, Fiona: “La elaboración de una Memoria Nacional: la Comisión de Verdad y
Reconciliación de Sudáfrica”, Cuadernos de Antropología
Social Nº 24, pp. 51–68, 2006,
FFyL – UBA, disponible en www.scielo.org.ar/pdf/cas/n24/n24a03.pdf
[6] Ross, Fiona: “La elaboración de una Memoria Nacional: la Comisión de Verdad y
Reconciliación de Sudáfrica”, Cuadernos de Antropología Social
Nº 24, pp. 51–68, 2006, FFyL – UBA,
disponible en www.scielo.org.ar/pdf/cas/n24/n24a03.pdf
[7] Christie, Nils: “Una sensata cantidad de delito”, Editores del
Puerto, 2004, p. 142.
[8] Boraine, Alex: “Reconciliación ¿A qué Costo? Los Logros de la Comisión de Verdad y
Reconciliación”, Título original: “What price reconciliation? The
achievement of the TRC”. Publicado en A Country Unmasked, Alex Boraine, Oxford University
Press, Oxford (2000), pp. 340-378, disponible en
http://www.cdh.uchile.cl/Libros/18ensayos/Boraine_Reconciliacion.pdf
[9]
“Hubo muchos casos
en que los autores de los crímenes pidieron perdón. Cuando el Coronel Schobesberger, ex jefe del Estado Mayor de la Fuerza de Defensa del
Ciskei, apareció en la audiencia por la Masacre de Bisho, dijo a la Comisión y a una
audiencia llena de gente: “Lo sentimos mucho, la masacre de Bisho pesará en
nuestros hombros durante el resto de nuestras vidas. No podemos hacerla
desaparecer. Sucedió. Pero por favor, yo no les pido a las víctimas que
olviden, pero sí que puedan perdonarnos. Que permitan que los soldados vuelvan
a ser parte de la comunidad, que los acepten totalmente, y que traten de
entender la presión bajo la que estuvieron en ese tiempo. Esto es todo lo que
yo puedo hacer”. Después de un momento de silencio sobrecogedor, toda la
audiencia, que incluía víctimas de la masacre y sus familiares, rompió en
aplausos. El hecho que este soldado estuviera dispuesto a ofrecer disculpas y a
reconocer lo que sucedió, trajo consigo una respuesta inmediata, incluso por
parte de aquellos que sufrieron pérdidas tan dolorosas durante la masacre”. (…)
“Un último ejemplo de los numerosos casos de perdón y reconciliación es la
historia de Neville Clarence y
Aboobaker Ismail. Clarence
fue capitán de la Fuerza
Aérea de Sudáfrica quien quedó ciego tras un bombardeo a las
oficinas de la Fuerza
Aérea en la calle Church de Pretoria. Ismail puso la bomba
fuera del edificio. Dijo al Comité de Amnistía que lamentaba la muerte de
personas durante el transcurso de la lucha armada. Cuando conoció a Clarence
antes de la audiencia, le dijo “Esto es muy difícil. Siento mucho lo que le
pasó”. El ciego Clarence dijo que
él entendía y añadió “yo no guardo rencores”. Quedaron en reunirse de nuevo.
Más adelante Clarence dijo a los
medios: “hoy vine aquí en parte por curiosidad y con la esperanza de conocer al
Señor Ismail. Quería decirle que
nunca he sentido rencor alguno contra él. Fue una experiencia maravillosa... La
reconciliación no viene sólo de un lado. Ambos estábamos en bandos
opuestos y en esa ocasión, yo salí perjudicado”. Pero muchas otras personas que
se presentaron frente a la
Comisión nos dijeron que para ellos era imposible perdonar,
que necesitaban más tiempo, que no sabían si alguna vez serían capaces de
hacerlo. Muchos de ellos expresaron su esperanza de ver a los responsables de
sus heridas y pérdidas frente a la
Comisión y que entonces, quizás, serían capaces de perdonar,
una vez que los responsables hubieran asumido su culpa. También debe decirse
que, aún en los casos en que a través de las audiencias para otorgar amnistías
se logró total reconocimiento de responsabilidades, muchas víctimas y familias
de las víctimas encontraron difícil perdonar. Como he señalado antes, no fue
intención de la Comisión
exigir perdón, ni presionar a las personas a perdonar, sino crear la
oportunidad donde esto pudiera darse para aquellos que fueran capaces y
estuvieran listos para hacerlo” (Boraine, Alex: “Reconciliación
¿A qué Costo? Los Logros de la
Comisión de Verdad y Reconciliación”, Título original: “What price reconciliation? The achievement of the
TRC”. Publicado en A Country Unmasked, Alex Boraine, Oxford University Press, Oxford
(2000), pp. 340-378, disponible en
http://www.cdh.uchile.cl/Libros/18ensayos/Boraine_Reconciliacion.pdf)
[10] Sória,
Ferriol: “Reconciliación en Sudáfrica:
repaso tras diez años de la
Comisión”, Revista de Información y Debate “Pueblos”, 30 de
diciembre de 2005, disponible en http://www. revistapueblos.org/spip.php?article
323.
[11] Christie,
Nils: “Una sensata cantidad de delito”, Editores del Puerto, 2004, p.
142.