Por Eduardo Luis Aguirre
La fragmentación política y territorial de la ex Yugoslavia, perpetrada a manos de las grandes potencias occidentales, fue una de las evidencias más claras de la existencia de un nuevo orden mundial durante la modernidad tardía. Una novedosa forma de dominación imperial sustentada en la geopolítica de la unipolaridad, impuesta por medio de la fuerza al resto del planeta, luego de la disolución de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín.
Eran tiempos del fin de las ideologías y de
la historia, de la más plena vigencia del pensamiento único. Esto es, el
triunfo definitivo del neoliberalismo a nivel global.
Los Balcanes expresaban, hasta ese momento, un
experimento institucional, geoestratégico y social sin precedentes. Yugoslavia
era un país equitativo y promisorio, cuyas singularidades sociales, económicas,
culturales y políticas lo diferenciaban claramente del resto de las burocracias
socialistas europeas.
Una experiencia autonómica tan distante del Pacto de
Varsovia como de la OTAN.
Es obvio que Estados Unidos y sus aliados habían
advertido que resultaba intolerable, para el nuevo paradigma hegemónico del
capitalismo global, conservar en medio de Europa un país socialista no
estalinista, con estado de bienestar, algunos derechos civiles y libertades
compatibles con los significantes vacíos de los que se había apropiado la
propaganda capitalista en boga, apegados a programas de progreso y solidaridad
sustentables.
El conflicto se
precipitó, en síntesis, con la decisión de Estados Unidos y sus socios europeos
–en especial, Alemania- de recolonizar las antiguas repúblicas que formaron la
Unión Soviética y sus estados aliados.
El caso de Yugoslavia
fue atípico. El país no había tenido el grado de dependencia de la gran
potencia comunista que sí exhibían el resto de las naciones alineadas con Moscú
(por el contrario, lideraba las políticas mundiales de no alineamiento), ni
tampoco la influencia del "socialismo real" había sido similar a la
del resto de las burocracias satélites.
Por el contrario, debe
recordarse que en 1948, la URSS condenó públicamente las políticas autonómicas
de Tito y la situación derivó hacia tales niveles de tensión que hicieron temer
un ataque militar contra Yugoslavia.
Es más: Belgrado
conserva todavía los refugios construidos en esos años para el caso de un hipotético
ataque del Kremlin.
Esta situación de
conflicto potencial –paradójico- con un aliado histórico, se revirtió, de
manera temporaria recién en 1955, ya fallecido Stalin, en oportunidad en que
Kruschev visitó Yugoslavia. No obstante, las relaciones volvieron a enrarecerse
a raíz de las revueltas en Hungría, ocurridas un año más tarde. Moscú acusó al
gobierno de Tito de alentar a los grupos opositores, mientras Belgrado
replicaba que la crisis respondía a la política de privación de derechos y
garantías que los rusos imponían a la sociedad magiar.
Para algunos analistas,
la indocilidad yugoslava para con los designios de Moscú es otro de los
factores que ayudan a explicar la pasividad rusa durante el proceso ulterior de
fragmentación del país balcánico a manos de la OTAN.
En todo caso,
Yugoslavia, que había salido muy debilitada de la Segunda Guerra Mundial (entre
otros factores, debido a su enfrentamiento con Moscú y los demás países
socialistas, iniciado en 1948), alcanzó durante la posguerra –en buena medida,
gracias a su política de no alineamiento- una calidad de vida más que aceptable
en comparación con el resto de los países de la cortina de hierro.
La población en general
gozaba de mayores libertades políticas y derechos civiles que el resto de los
países socialistas, y además de una economía sólida y autogestionaria, poseía
una ubicación geopolítica privilegiada "porque era un lugar de acceso
terrestre, o especialmente fluvial a través del Danubio, a las grandes reservas
energéticas en Oriente Medio y especialmente a la zona del mar Caspio"[1].
El derrumbe del socialismo real, dejó a
Yugoslavia a la intemperie en medio del nuevo planisferio diseñado por el
neoliberalismo hegemónico. El imperialismo percibió rápidamente esta debilidad
sobreviniente.
Se trataba de una oportunidad geopolítica única.
Rusia, un aliado histórico de Serbia (con las idas y vueltas que ya
describimos), atravesaba el período de postración, debilidad y retroceso más
grave de su historia política.
Conclusión: el pequeño país, epicentro de la
creación del Movimiento de los No Alineados, se encontraba -a principio de la
década de los noventa- a merced de la barbarie imperial.
Rápidamente, Occidente comenzó a profundizar las
contradicciones latentes al interior del
país desde la finalización de la segunda guerra. Y puso en práctica lo que, con
el correr de los años, Gene Sharp denominaría “doctrina de los golpes blandos”,
intentados con suerte diversa en Medio Oriente, América Latina, Ucrania y tal
vez la propia Rusia de nuestros agitados días de crisis de gas y petróleo
inducida por Araba Saudita y Estados Unidos.
Aunque, en el caso yugoslavo, el desmembramiento territorial
y político se produjera, finalmente, como consecuencia de la masacre llevada a
cabo por las principales potencias capitalistas, a través de su brazo armado,
la OTAN. Prescindiendo inicialmente, incluso,
de su funcional fachada institucional, el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas.
La exacerbación de las pulsiones nacionalistas
desatadas previamente en el seno de la federación adquirió una importancia
decisiva en el desenlace.
El 4 de mayo de 1980 murió Josip Broz, Tito, que
había gobernado el país desde 1953. Con su desaparición, había comenzado el
debilitamiento irreversible de una experiencia política unitaria basado en la
hermandad y la solidaridad de los pueblos eslavos del sur, que duró 35 años.
Presiones internas y externas, y una crisis política
y económica creciente, alimentaron la posibilidad de la desintegración
territorial que, fatalmente, sobrevendría.
El clima social se enrareció, adquirieron un inusual
protagonismo los liderazgos locales, y no se pudo (o no se quiso verdaderamente)
poner fin a la fermentación creciente de una sociología de la enemistad, el germen imprescindible para la
partición sobreviniente. Se fue generando, al influjo de una crisis económica real,
cuidadosamente profundizada por los países europeos, el imperialismo
norteamericano y los grandes organismos de crédito internacional, una “otredad
negativa”, de resultas de la cual, muchas veces, la causa de los acuciantes
problemas fue atribuida por buena parte de la población, al accionar de uno u otro grupo étnico o social.
La atribución de una otredad negativa, como es sabido, entraña un proceso de destitución de
la condición ciudadana, a partir de una
concepción excluyente y estigmatizante, llevada a cabo por razones políticas,
sociales, culturales, ideológicas o raciales[2]. La agudización de las contradicciones y
de distintos malestares, tales como la desconfianza, la intolerancia, el
miedo y los prejuicios respecto del otro,
son algunos de los elementos que tienen la suficiente envergadura como para
convertirse en el germen de las más terribles expresiones de violencia
colectiva moderna.
El malestar paulatino de la convivencia al interior
de la sociedad yugoslava, que la anacrónica cerrazón del gobierno de entonces
no alcanzaba a escrutar correctamente, permitía presagiar la tragedia que
sobrevendría: “De aquellas primeras reivindicaciones obreras, de cambios en
la economía, estrangulada por la burocracia y cada vez menos eficaz, de mejores
condiciones laborales, de supresión de las diferencias sociales y de la
corrupción creciente, de repente, se pasó a las generalizadas polémicas
políticas entre los Gobiernos de las Repúblicas –sobre el agotamiento del
sistema federal; las ventajas de las relaciones confederales asimétricas; la
eliminación del Ejército Federal como árbitro político; la necesidad de grandes
inversiones extranjeras y su orientación; el subdesarrollo de regiones y
autonomías; el atropello y el desprecio de los derechos históricos de pueblos y
minorías; la artificialidad de las fronteras entre las repúblicas; la
rectificación de errores históricos y sobre la injusticia- y a las auténticas
peleas inoportunas, con amenazas de secesión de partes del país. Sentados a la
misma mesa de mando desde la que seguían dirigiendo el país omnipotentemente,
los que durante decenios habían pregonado la hermandad y unidad de los pueblos,
no sólo no conseguían ponerse de acuerdo en lo más mínimo, sino que eran
incapaces de intercambiar una sola palabra sin entrar en fuertes críticas y
reproches e incluso insultos personales. En defensa de sus posturas y
propósitos llenos de fanatismo y obstinación nacionalista, cada uno buscaba el
apoyo de su pueblo, así que el país se inundó con todo tipo de referéndum,
peticiones, asambleas, mítines y manifestaciones, acompañados de la decoración
e iconografía adecuadas. Saltaban chispas de las consignas incendiarias y de
los discursos dramáticos llenos de advertencias peligrosas, destinados tanto a
la parte contraria como a los que no estaban allí y no entendían, o no querían
entender, la importancia de ese momento
y que no se rebelaban en defensa de la causa noble, gloriosa y justa de su
pueblo. En esa insoportable incandescencia tampoco faltaron refriegas.
Empezaron a oírse disparos en los pueblos en Croacia. Los primeros relatos
aislados sobre los grupos y bandos que se estaban armando y que aterrorizaban a
la gente con sus disparos y alaridos nocturnos, campesinos que organizaban
guardias y levantaban barricadas, las investigaciones tardías e ineficaces de
la policía, llegaron pronto a la televisión, provocando con su imagen sombría
la incredulidad, la confusión y el miedo, presagiando las discrepancias
insalvables y las futuras rupturas definitivas”[3].
La escalada militar ulterior, durante la cual la
OTAN arrojó
sobre Yugoslavia decenas de miles de toneladas de bombas y misiles, causando un
número indeterminado de víctimas fatales entre la población civil, culminó con
la impunidad absoluta de los perpetradores.
Un elemento más que
caracteriza lo que he definido anteriormente como un sistema de control global punitivo.
Pero además, la
invasión militar fue exhibida al resto del mundo de una manera absolutamente
sesgada y tendenciosa por parte de las principales cadenas informativas
imperialistas, que no trepidaron en falsear olímpicamente la realidad de lo
ocurrido durante ese duro conflicto.
Los agresores fueron
presentados como defensores de los Derechos Humanos, la libertad y la
democracia, y las víctimas, como totalitarios nostálgicos, nacionalistas
“extremos” que no alcanzaban a comprender las bondades de un bombardeo que
durante meses asoló a un país cuyo pecado capital fue no haberse allanado a los
designios imperiales. “Por supuesto, el relato que se ha
ofrecido de los conflictos que generó la descomposición de Yugoslavia, también
ha sido fragmentado, y eso desde sus mismos inicios y hasta la última de las
guerras. La de Kosovo no se suele relacionar con la de Bosnia, la de Eslovenia
ni siquiera con la de Croacia, no digamos con la Macedonia –que para muchos ni
siquiera existió-, y así sucesivamente. Y también se huye sistemáticamente de
relacionar las Guerras de Secesión yugoslavas con los acontecimientos acaecidos
con posterioridad. En consecuencia, esa cadena de con&ictos ha quedado en
la memoria popular como una colección de crisis confusas, algo así como una
compleja maraña de odios descontrolados, conectados con rencores enraizados en
el pasado remoto. Una explosión seguida de un incendio que, en todo caso
provocó el malvado Slobodan Milošević o «los serbios» (en abstracto), y que una
bienintencionada «comunidad internacional» logró extinguir con más pena que
gloria. Sin embargo, «Milošević-los serbios» no tuvieron que ver con la primera
de esas guerras (Eslovenia) ni con la última (Macedonia). Es un dato
interesante a tener en cuenta, porque el único principio que se nos presenta
como unificador, no es tal; y el hecho de que no hubiera intervenido en el
desencadenamiento de dos de las cinco guerras, prueba que hubo otros factores
que sí actuaron en el estallido y desarrollo de todas ellas”[4].
El asalto militar fue
el último tramo de un meticuloso entramado destituyente que inauguraba una
época pródiga en primaveras y golpes de estado no convencionales.
La doctrina de los
golpes blandos, debe recordárselo, concibe una primera etapa de
exacerbación de la conflictividad y las diferencias al interior del país que se
propone desestabilizar, para continuar con el
“calentamiento de la calle”, la organización de manifestaciones de todo tipo,
potenciando posibles fallas y errores de los gobiernos, la necesaria guerra
psicológica, los rumores, y la desmoralización colectiva, hasta terminar con la
dimisión de los gobernantes. Allí jugó un rol decisivo la organización OTPOR (imagen), exportada luego a las distintas "primaveras" y golpes suaves perpetrados en todo el mundo con diversa suerte, incluida América Latina.
En el caso de Serbia,
Occidente no necesitó que renunciaran sus gobernantes y líderes (de hecho,
Slobodan Milošević fue derrotado en elecciones presidenciales en el año 2000, y
en 2001 puesto a disposición del Tribunal de la Haya por parte del propio
gobierno de su país). Los entregó para que fueran juzgados por un tribunal internacional
ad-hoc, uno de los más fuertemente cuestionados de la historia de la justicia y
el derecho internacional, como habremos de ver.
La exacerbación de la
conflictividad comenzó, como es conocido, con la estimulación sistemática de
los particularismos y las diferencias existentes entre las distintas
repúblicas. La exaltación de la diversidad pivoteó sobre el falseamiento de
hechos históricos, las diferencias religiosas, “étnicas” y políticas.
El otro, que antes era un connacional,
comenzó a percibirse entonces como un enemigo. Es decir, se construyó una
otredad negativa como forma simplificada de explicación de la crisis nacional
precipitada particularmente por Alemania y de allí a las pulsiones “independentistas”
made in occidente, hubo un solo paso.
El calentamiento
de la calle contó con el aporte decisivo de una cobertura tan inusual como
falaz por parte de las grandes cadenas
informativas de los países centrales.
Y los
yerros del gobierno de Belgrado, sirvieron en última instancia, para inaugurar
la sistemática demonización del país
y de sus referentes políticos y militares: el pretexto perfecto para desatar
una guerra “humanitaria” sobre los Balcanes.
La Guerra de los Balcanes, que
comenzó “formalmente” en 1991, con la independencia que Eslovenia y Croacia
declararon respecto de la antigua República Federal Socialista de Yugoslavia,
constituyó desde su inicio una clara amenaza para la paz y la seguridad de la
región.
Digo formalmente, porque, en realidad, Alemania venía dando pasos firmes,
tendientes a la división de Yugoslavia,
desde hacía varios años.
En realidad, ya en el año 1979, el BND,
el servicio secreto germano, habría dispuesto el envío a Zagreb de agentes cuya
finalidad era apoyar y fortalecer (incluso con armas) al líder nacionalista
croata Franjo Tudjman en su cruzada por la división yugoslava, una vieja
obsesión de Berlín que no había logrado completar tan perfectamente como ahora
en ninguna de las dos guerras mundiales.
Fue recién en la
modernidad tardía cuando la principal potencia europea logró el objetivo
estratégico de controlar la ruta del petróleo y el gas proveniente del Cáucaso y Oriente Medio. De hecho, en
1992, el ministro bávaro del Interior declaraba: «Helmut Kohl ha conseguido lo que
no obtuvieron ni el Emperador Guillermo ni Hitler»[5] .
Si bien la guerra en Eslovenia fue efímera (la “guerra de los diez días”),
el conflicto con Croacia fue singularmente cruento, y en 1992 se sumó
Bosnia-Herzegovina al movimiento separatista desembozadamente promovido por las
potencias de la OTAN.
Las fuerzas serbias que respondían al gobierno central de Belgrado,
naturalmente, tendieron a la recuperación de Bosnia, territorio federal, lo que
produjo un desenlace esperablemente violento, reacción que fue presentada
insólitamente al mundo como una “invasión” capaz de justificar la intervención humanitaria destinada a salvaguardar a las
víctimas de tal “atropello”.
Kosovo se convirtió, finalmente, en
el epicentro emblemático del conflicto, que luego signaría de manera decisiva
el destino del país.
La esperable defensa de los serbios de una parte emblemática de su
territorio fue la excusa perfecta para que los actores imperiales clamaran,
ahora sí, por la intervención de las
Naciones Unidas a través de su Consejo de Seguridad, una de cuyas funciones es,
curiosamente, velar por la paz y la seguridad internacional.
Las consecuencias de esta intervención, más allá de las motivaciones
explícitas convencionales, apuntaban a inferir a Serbia una derrota
ejemplificadora.
El objetivo era obligarla, en primer lugar, a aceptar el amargo y
compulsivo designio de terminar pugnando por ingresar a la Unión Europea,
acatando la implementación de recetas recesivas y regresivas por parte de los
organismos internacionales de crédito, previo desguace de su economía nacional,
su organización política y sus conquistas sociales.
Es decir, propender a su propia degradación y dependencia. Lo que en el
particular léxico de los recolonizadores del mundo se conoce como el ingreso a
la “economía de libre mercado”.
Actúa
en este caso, por primera vez, una OTAN “reconvertida”. Este “nuevo papel” de
la alianza militar de occidente, respondía en buena medida a la disolución de
la hipótesis de conflicto que justificara históricamente su creación. Más
claramente, al desaparecer el Pacto de Varsovia, era esperable que lo propio
ocurriera con la fuerza defensiva de occidente. Sin embargo, el conflicto de los
Balcanes permitió la redefinición de los objetivos de la OTAN y,
fundamentalmente, a ampliarlos.
En esa
ampliación debe incluirse el nuevo rol de gendarme militar del mundo, que, por
supuesto, las intrigas entre Alemania y Estados Unidos al interior de la misma
no alcanzan a disimular[6].
La
OTAN, en este nuevo marco, ya no será una alianza “defensiva” estratégica (de
hecho, el de los Balcanes fue el primer ataque llevado a cabo en 50 años), sino
el brazo armado de una estructura sistémica que refleja el unilateralismo
global en materia militar, y también la preponderancia de los organismos
financieros, las grandes multinacionales, los más influyentes medios masivos de
comunicación del mundo y aún las instituciones y organismos supuestamente
concebidos para garantizar valores globales tales como la paz, la democracia y
la libertad de los pueblos del planeta.
Por eso, vale reiterarlo, en la guerra intervinieron contra Yugoslavia,
además de los ejércitos más poderosos del mundo, las coaliciones económicas,
financieras e institucionales encargadas de la custodia y reproducción de las
relaciones capitalistas de producción.
Si no se entiende este particular costado del análisis, no puede
comprenderse la singularidad del conflicto.
Porque si bien no hay dudas que, también en este caso, el capitalismo
intentó sufragar una vez más sus crisis cíclicas con el recurso a la guerra,
esta contienda añadió un condimento especial: el debut de una nueva coalición
global punitiva, un sistema de disciplinamiento global que utiliza las armas
pero también la potencia descomunal de los mercados, la propaganda de las
grandes cadenas afines, un sentido común hegemónico y, por si esto fuera poco,
los organismos e instituciones que conforman la denominada eufemísticamente
“comunidad internacional”, capaces de legitimar instancias destituyentes hasta
ese momento casi desconocidas. También, desde luego, las agencias orgánicas de
poder mundial (particularmente, el Consejo de Seguridad de la ONU) destinadas a
propagar un sistema jurídico afín al establishment
imperial.
A partir de ese momento, reiteramos, los
crímenes de masa, las intervenciones “humanitarias” y preventivas, las “guerras
justas”, los nuevos enemigos creados por el imperio y la violencia “legítima”
internacional, debieron, necesariamente, entenderse como la consolidación de
este nuevo sistema de control global punitivo, que implicaba un proceso
de transformación sociológica y geopolítica fenomenal, que a su vez demandaba
un derecho y prácticas de control global punitivo en permanente estado de “excepción”
y emergencia continua.
Una violencia naturalizada que se
ejercita a través de las armas, la propaganda, las sanciones económicas y la
colonización cultural.
. Que, además, se exhibe como una “fuerza
legítima”, capaz de garantizar
la efectividad del nuevo orden.
Justamente, la otra gran perplejidad que nos plantea el sistema jurídico
imperial radica, en el hallazgo ontológico de denominar “derecho” a una serie de técnicas y prácticas fundadas en un estado de
excepción permanente y en un poder de policía que legitima el derecho
y la ley únicamente a partir de la efectividad, entendida en términos de
imposición unilateral de la voluntad imperial[7].
Este sistema de control punitivo constituye el nuevo
instrumento de disciplinamiento global de los insumisos y los débiles, y marca la
vigencia de un estado de emergencia permanente en materia de derecho
internacional.
Por lo tanto, cuando debatimos acerca de los cambios
trascendentales, paradigmáticos, que deparó la globalización, necesariamente
debemos enumerar entre ellos el declive de los Estados nacionales y del
concepto de soberanía, pero también el renacimiento de las reivindicaciones
locales, la legitimación de la fuerza como mecanismo recurrente para resolver
los conflictos y la consolidación de un novedoso sistema de control global punitivo, destinado a reproducir las
condiciones de hegemonía impuestas por el imperialismo.
Como ya lo expresáramos, la globalización dota de un nuevo fundamento
al sistema internacional, establece nuevas hegemonías e introduce cambios en
los mapas y las relaciones, las alianzas estratégicas, la aparición de nuevos
bloques y nuevos sujetos políticos.
Esta
delicada vinculación entre relaciones internacionales, derecho internacional,
sistema imperial y capacidad de expresar nuevas gramáticas y prácticas
hegemónicas, ha dado lugar a una sociología
del control global punitivo, que remite a la guerra como forma novedosa de
imponer la voluntad imperial a los más débiles, estableciendo nuevas e
inflexibles categorías securitarias a nivel planetario.
El sistema de control global punitivo constituye,
de esa manera, una nueva forma de dominación universal que se apoya en
retóricas, lógicas, prácticas e instituciones de coerción, la más violenta de
las cuales es la guerra.
Una guerra de cuño imperial.
De características diferentes a los conflictos armados que acaecieron hasta la
Guerra Fría. Un novedoso tipo de guerra que se inauguró, precisamente, con el
bombardeo brutal que durante 78 días sufrió Serbia en manos de la OTAN, que
dejó en claro que el nuevo rol de la alianza no se acotaría a intervenciones en
países de la periferia mundial: podría atacar, si conviniera a sus intereses
imperiales, dentro de las fronteras de la propia Europa.
En definitiva, se trata de una
guerra que ya no busca anexar grandes espacios geográficos o asegurar mercados
internacionales, sino que encarna grandes disputas culturales, gigantescas
empresas propagandísticas, que se emprenden con el objeto de imponer valores,
estilos de vida, sistemas de creencias compatibles con la visión imperial del
mundo. Y que incluyen, por supuesto, la vocación de apropiarse unilateralmente
de recursos naturales escasos (en este caso, las rutas del petróleo y del gas)
y la utilización de arsenales bélicos y comunicacionales de última generación.
Porque en estas guerras no se tiende solamente a lograr victorias militares, sino
también a imponer relatos, narrativas y productos culturales compatibles con
los intereses “humanitarios” del imperialismo, e infligir a los vencidos
derrotas aleccionadoras en el plano político y moral. Aunque éstas
impliquen, paradójicamente, la perpetración de horribles crímenes contra la
humanidad.
Estas masacres, que permanecen
absolutamente impunes, pusieron al descubierto la crisis sistémica del Derecho
Penal Internacional, y la capacidad del imperialismo de exhibir y asimilar sus
intereses a los del resto del planeta, utilizando en todos los casos, de allí
en más, apelaciones a valores tales como la seguridad, el humanitarismo, la
democracia y la libertad, con los que se encubría la intencionalidad de una
recolonización imperial del mundo, al amparo de un predominio cultural,
discursivo y propagandístico nunca antes visto.
Los crímenes perpetrados
durante la guerra se dirimieron en La Haya, mediante la intervención de un
tribunal creado después de finalizada la agresión.
El Tribunal Penal para la
Antigua Yugoslavia no ha perseguido ninguno de los crímenes colectivos
cometidos por la OTAN.
Una
masacre como aquella, seguida de una ominosa impunidad, probablemente se repita
en cada oportunidad en que el Imperio decida volver a las andadas y castigar a
los pueblos subalternos con una nueva cruzada humanitaria apoyada por la
“comunidad internacional”.
Todo
lo que el derecho internacional pueda hacer para impedirlo, implicará un aporte
militante para evitar una catástrofe sin precedentes[8].
“Y durante tres meses los aviones de la OTAN bombardearon
puentes, fábricas, barrios residenciales, trenes, coches de línea, hospitales,
una embajada, un convoy de refugiados, el edificio de la televisión estatal…el
concepto crimen de guerra cuadra bastante bien con muchos de aquellos ataques y
la verdad no me hubiera importado acudir ante un tribunal, como testigo
presencial de aquellos crímenes, si alguno de ellos hubiera sido alguna vez
juzgado. Pero siempre supimos que no lo serían. Que el derecho internacional no
rige para EEUU y sus aliados. Que no se trataba de derecho sino
de poder”[9].
El 23 de marzo de 1999, el diario El País anunciaba de
esta manera el inicio del histórico martirio serbio, que comenzaría en menos de
24 horas: “Solana ordena el
bombardeo de Serbia. La
hora del fuego parece haber llegado de forma inevitable. El secretario general
de la OTAN, Javier Solana, ordenó anoche el ataque militar contra territorio
yugoslavo. Los primeros bombardeos con misiles, que abrirán paso a la
intervención de la fuerza aérea, pueden producirse esta misma noche. Sólo una
"señal muy contundente" del dictador Slobodan Milošević impedirá ya el ataque internacional para
pacificar Kosovo. Solana evacuó consultas con Bill Clinton, con Jacques Chirac,
con el jefe del Gobierno español, José María Aznar, y con otros líderes. Todos ellos le confirmaron su apoyo para lanzar un ataque aliado
en caso necesario. Esa necesidad se reveló inevitable tras la segunda ronda de
negociaciones mantenida ayer en Belgrado por el enviado especial
estadounidense, Richard Holbrooke, quien tiró la toalla tras algo más de dos
horas de conversaciones con Milosevic. Holbrooke voló anoche en dirección a
Bruselas para informar de la situación al secretario general de la OTAN.
Fuentes de la Alianza señalaron poco antes de la reunión que Solana había
tomado ya la decisión de atacar. Esta fue anunciada poco antes de la medianoche.
La orden de ataque significa que el general Wesley Clark, jefe supremo de las
fuerzas aliadas en Europa, puede abrir fuego cuando le parezca que se cumplen
las mejores condiciones para asegurar su éxito.
Ese mejor momento
parece que podría ser esta misma noche, dada la tradición aliada ya demostrada
en Irak de lanzar ataques aprovechando la oscuridad. La orden de ataque puede
ser revocada por Solana en cualquier momento, aunque la OTAN se mostraba anoche
pesimista y descartaba una vuelta atrás salvo en el caso de que Milosevic diera
"una señal muy contundente" y acatara sin ambages el plan de paz
auspiciado por la comunidad internacional en Rambouillet.
El primer ataque
intentará destruir con misiles las potentes defensas antiaéreas yugoslavas. Una
vez cumplida esa finalidad, la OTAN podrá bombardear otros objetivos militares
utilizando la aviación. Los milimétricos preparativos de las últimas semanas
intentan no sólo asegurar la victoria militar aliada, sino reducir al mínimo
posible las bajas de civiles. "El ataque se realizará exclusivamente sobre
objetivos militares", insiste la Alianza.
Objetivo político.
El bombardeo del
territorio serbio tiene ante todo un objetivo político: obligar a Slobodan Milošević a firmar la paz y poner en marcha el plan suscrito ya por los
albanokosovares en Rambouillet bajo el patrocinio de la comunidad
internacional. "La fuerza es siempre el último recurso de la OTAN. Algunos
nos han criticado por no haberlo utilizado antes y otros nos criticarán porque
lo hacemos ahora. Pero el único fin del ataque, si llega a realizarse, es un
objetivo político una vez agotados todos los canales de negociación",
sostenían anoche fuentes de la Alianza Atlántica. Bombardear territorio serbio
tiene como objeto no sólo forzar a Milošević a
entenderse con los kosovares, sino evitar una catástrofe humanitaria: la muerte
de centenares de personas y la emigración forzosa de miles de refugiados. Caso
de producirse, el bombardeo de territorio serbio sería la segunda intervención
aliada en los Balcanes, tras la efectuada en 1995 en el conflicto de
Bosnia-Herzegovina”[10].
Por su parte, los
líderes europeos, solidarios en la cruzada criminal, daban cuenta al mundo del
inicio de la agresión. El presidente del
Gobierno español, José María Aznar, uno de los protagonistas de la derecha dura
hegemónica de la época, advertía desde Berlín, que la decisión sobre la intervención
de la OTAN en Kosovo "estaba tomada" y que el Gobierno español
"la apoyaba". “El presidente de EE UU, Bill Clinton, el primer
ministro británico, Tony Blair, y el jefe del Estado francés, Jacques Chirac,
entre otros, se dirigieron ayer a sus opiniones públicas o a sus respectivos
Parlamentos para informarles sobre la participación de sus tropas en el
inminente ataque aéreo contra Serbia”[11].
El ataque, que, como recordamos, debía acotarse únicamente a “objetivos
militares milimétricamente establecidos”, causó una indeterminada cantidad de
víctimas entre la población civil afectada. Un periódico conservador español daba
cuenta, por entonces, de algunos de los
recurrentes “errores” (así eran denominados) de los pilotos de la mayor fuerza
militar del planeta:
“Errores de la OTAN hasta el momento”
El 30 de mayo la OTAN
reconoce su "último error": bombardeó un puente en Varvarin (160 kilómetros
al sur de Belgrado), pero aseguró que no tuvo intención de causar bajas civiles
en este ataque, el décimo tercero que se salda con víctimas indeseadas. Ese
ataque dejó once muertos y 40 heridos, quince de ellos en estado grave y cinco
en estado crítico. En total, 254 personas han perecido en estos bombardeos
asesinos desde que la OTAN lanzó su ofensiva aérea contra Yugoslavia el 24 de
marzo, según fuentes serbias.
La Alianza considera
"inevitables" estos "errores" que ocasionan "daños
colaterales indeseados" y sostiene que su porcentaje es ínfimo con
respecto al enorme número de misiones aéreas cumplidas.
- 5 de abril: 17 muertos
en el bombardeo de la ciudad minera de Aleksinac (Serbia, 200 kilómetros al sur
de Belgrado). Una bomba guiada por láser con destino a un cuartel del centro de
la ciudad erró el blanco.
- 9 de abril: Los
habitantes de Pristina, capital de Kosovo, fueron víctimas de un ataque contra
una central telefónica. Ni la OTAN ni los serbios han suministrado un saldo de
las víctimas.
- 12 de abril: Varios misiles disparados contra un puente por el que pasaba un
tren en Grdelička
Klisura (sur de Serbia)
mataron a 55 personas.
- 14 de abril: La OTAN
bombardeó una caravana de fugitivos kosovares en la región de Djakovica
(Kosovo) y ocasionó 75 muertos. La Alianza argumentó que pensaba que se trataba
de una caravana de vehículos militares.
- 28 de abril: La OTAN
mató a 20 personas cuando, al intentar bombardear un cuartel en Surdulica (250
kilómetros al sur de Belgrado), erró el blanco y sus proyectiles cayeron en una
zona residencial.
- 1 de mayo: 47 muertos
en el bombardeo del puente de Luzane (Kosovo) por el que pasaba un autocar.
- 7 de mayo: Una bomba de racimo, destinada al aeropuerto de Niš (sureste de Serbia) cayó en el centro de la ciudad
en pleno día y causó por lo menos 15 muertos y 70 heridos.
- 8 de mayo: La OTAN
bombardea la Embajada de China en Belgrado y mata a tres periodistas chinos que
pernoctaban en ella. El ataque dejó además unos 20 heridos y generó una grave
crisis diplomática entre China y Estados Unidos. La OTAN arguye que cometió
este error por haber utilizado un plano anticuado de la ciudad.
- 13 de mayo: 87
albanokosovares murieron en Koriša (Kosovo) al bombardear un
"objetivo legítimo", un campamento militar, en el que no pudo
explicarse la presencia de civiles.
- 20 de mayo: Por un
error de encaminamiento por láser, una bomba disparada por la aviación contra
Belgrado alcanzó el hospital Dragiša
Mišović, en el barrio de
Dedinje. Cuatro pacientes murieron.
- 21 de mayo: Por lo
menos 19 personas murieron al ser atacada la cárcel de Istok (Kosovo), en la
que se cobijaban según la OAN la Policía y el Ejército yugoslavos.
- 22 de mayo: la OTAN bombardea
por error una posición de la guerrilla independentista de Kosovo y causa siete
muertos y 15 heridos.
- 30 de mayo: Al menos 11
muertos y 40 heridos en el bombardeo del puente de Varvarin (160 kilómetros al
sur de Belgrado).
- 1 de junio: 20 ancianos
muertos tras el bombardeo de un geriátrico en un suburbio de Belgrado. El error
también causa la muerte de una mujer y provoca heridas en otras ocho personas.
- 2 de junio: Aviones
aliados lanzan bombas sobre territorio albanés, a cuatro kilómetros de Morina,
creyendo que destruyen trincheras del Ejército Yugoslavo”[12].
En síntesis, la OTAN llevó a cabo
un proceso de exterminio sistemático con pretensión reorganizadora destinado a la recolonización y disciplinamiento de
los pueblos eslavos del sur europeo.
Para lograrlo, necesitó
imponer, en primer término, una campaña global de desinformación y adulteración
de la verdad histórica, valiéndose de los grandes medios de comunicación
aliados. Ese proceso de manipulación de la información se ha reproducido en
cuantas invasiones, guerras humanitarias, primaveras o golpes suaves haya
alentado, estimulado o impulsado el imperialismo en todo el mundo.
Esto es un elemento
fundamental, consustancial al nuevo sistema de control global punitivo,
estrenado en los Balcanes, que incluye fabulosas operaciones mediáticas,
bloqueos y otras formas de estrangulamiento económico y financiero,
exacerbación de las diferencias de los países víctimas y, por supuesto,
operaciones policiales de alta intensidad o guerras de baja intensidad, según
lo demande cada realidad en particular.
No existen demasiadas
diferencias entre lo ocurrido en Yugoslavia con lo que el imperialismo intentó
en Bolivia, Ecuador, Honduras, Venezuela, Paraguay o Argentina, con suerte
diversa. Los recursos a los que ha echado mano responden a una misma lógica
punitiva global, y no difieren, en ese sentido, de lo ocurrido en Irak,
Afganistán, Ucrania o Libia.
[1] Itulain, Mikel: "El origen de la guerra en
Yugoslavia", disponible en http://miguel-esposiblelapaz.blogspot.com.ar/2012/10/el-origen-de-la-guerra-en-yugoslavia.html
[2] Aguirre, Eduardo Luis: “La cuestión del denominado “autogenocidio”
y la construcción de una otredad negativa”, disponible en
http://derecho-a-replica.blogspot.com/2013/03/la-cuestion-del-denominado.html.
[3] Djordjevich, Branislav: “Lugares
lejanos, gente desconocida”. Editorial Círculo Rojo, Sevilla, 2012, p.
[4] Veiga, Francisco: “A veinte años
vista del 25 de junio de 1991”, disponible en
http://balkania.es/resources/Veiga+2.pdf.
[5] Collon, Michel: “TEST
- MEDIOS : ¿ Cuánto valía nuestra información sobre la fragmentación de
Yugoslavia ?”, disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=28190
[6] Vuksanovic, Aleksandar; López Arriba, Pedro; Rosa Camacho,
Isaac: “Kosovo: La coartada humanitaria”, ed. Vosa, Madrid, 2001, p. 107.
[7] Agamben, Giorgio: “Estado de Excepción”, Adriana Hidalgo Editora,
Buenos Aires, 2007, p. 58.
[8] Aguirre, Eduardo Luis: “Crímenes contra
la humanidad y el cuestionado rol del TPIY”, disponible en http://127.0.0.1/wordpress/2012/10/31/crimenes-contra-la-humanidad-y-e-2/
[9] Aranguren, Teresa: “De
Kósovo a Crimea, 15 años después”, disponible en http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2014/03/25/de_kosovo_crimea_por_que_llaman_derecho_cuando_quieren_decir_poder_14804_1023.html
[12] http://www.elmundo.es/internacional/kosovo/errores.html.
(*) Fragmento de "El llanto del Kopaonik", de Eduardo Luis Aguirre. Editorial Universitaria de La Plata, 2015.
(*) Fragmento de "El llanto del Kopaonik", de Eduardo Luis Aguirre. Editorial Universitaria de La Plata, 2015.