El presidente Mauricio Macri acaba de perpetrar una tentativa ilegal de derogación por decreto de las leyes de Defensa, Seguridad e Inteligencia.La mayoría de la población argentina se ha manifestado en contra de una medida que lleva a preguntarse hasta dónde está dispuesto a avanzar el gobierno de Cambiemos en materia de deterioro de la convivencia democrática.
El decreto en cuestión pone en vilo a un país que aún observa aterido su pasado reciente, que además ha decidido juzgar para ejemplo del mundo. La posibilidad de que las fuerzas armadas vuelvan a intervenir en materia de seguridad interior constituye una situación gravísimo que lesiona derechos humanos fundamentales de los argentinos.Es rigurosamente cierto lo que expresa el documento del Manifiesto Argentino titulado "Ante la peor de las decisiones del presidente Macri", en cuanto señala: "Con la excusa del terrorismo y el narcotráfico lo que el gobierno está haciendo, mediante decretos ilegales, es policializar a las FFAA subordinándolas al paradigma de las “nuevas amenazas” promovido por los EEUU y a la política de la DEA. La "autorización" a “colaborar con la seguridad interior"anula todas las leyes y acuerdos que las fuerzas de la democracia trabajosamente acordaron desde 1983, y los cuales terminó de limitar el decreto 727/2006 firmado por Néstor Kirchner, que reservó el accionar de las Fuerzas Armadas solamente para intervenir ante ataques de Estados extranjeros. El Manifiesto Argentino ratifica que involucrar a las FFAA en la llamada "seguridad interior" es ilegal, tanto como involucrarlas en asuntos de narcotráfico, espionaje interno y toda otra forma de control social. Y subraya que es ilegal porque sólo el Congreso puede tomar semejantes decisiones, que requerirían la modificación de tres leyes fundamentales de la democracia: la de Defensa, la de Seguridad Interior y la de Inteligencia". Pero, en realidad, el escenario que inaugura el decreto es mucho más dramático todavía.
La militarización de la seguridad interna es compatible con la metodología sistemática utilizada desde hace algunas décadas por el sistema de control global punitivo. Guerras de baja intensidad u operaciones policiales de alta intensidad como formato seriado para reprimir la conflictividad social y para perpetar nuevos tipos de intervenciones “humanitarias” en países soberanos. Para ello es necesario indiferenciar las policías de los ejércitos y la gendarmería de la marina de guerra. La ideología hegemónica de las fuerzas de seguridad en la Argentina es otra asignatura pendiente de las experiencias populistas. No deben olvidarse los levantamientos sediciosos de las policías, la gendarmería y la prefectura naval en los últimos años de mandato de CFK. Tampoco, la propuesta de Evo Morales que hace un lustro planteaba la necesidad de crear un sistema de seguridad regional para conjurar las tentativas de intervención extranjeras que avizoraba. La iniciativa no avanzó y aquí estamos. Sufriendo los nuevos diseños de golpes blandos ideados por Gene Sharp hace décadas. En materia de seguridad, las recetas del imperio no han variado. Transformar a las fuerzas armadas en un ejército de ocupación destinado a la represión interna es la contracara de convertir a la policía croata (por entonces yugoslava) en ejército, proporcionándole fusiles y cañones argentinos y los viejos tanques de la República Democrática, ya en poder de los alemanes “unificados”. Estas son las nuevas formas que asume la guerra de la que habla el Papa Francisco. Que, en este caso, incluyen el desguazamiento de las fuerzas armadas y su conversión en fuerzas de ayuda de las grandes potencias de occidente. Estados Unidos ha dispuesto más de ochenta bases en el Continente. Una base de la OTAN está enclavada a pocos kilómetros de las costas argentinas. En la mayoría de los casos, esos emplazamientos responden a eufemismos tales como ayuda humanitaria, fines científicos o la “lucha contra el terrorimo y el narcotráfico”. Los ejemplos de México y Colombia son ilustrativos en ese sentido y terminaron con decenas de miles de muertos y desaparicidos. Las consecuencias de esas intervenciones son brutales, mientras la Argentina está indefensa. Muchos son los países del mundo que han sufrido estos azotes imperiales, eufemisticamente exhibidos detrás de valores difíciles de no compartir, tales como la democracia, la libertad o la justicia. Las invasiones modernas, además, no se agotan en estos aprestos policíacos o militares. Hay burocracias estatales y judiciales que acicatean estos retrocesos,además de un fenomenal aparato de propaganda que Noam Chomsky ha descripto como una de las herramientas más eficaces en materia de manipulación de masas y colonización de subjetividades, que además cuentan con sus formatos institucionales acordes. Códigos utilizados como nuevas tecnologías de guerra, ONGs e instituciones auspiciadas por el imperio que coadyuvan cotidianamente a la degradación de nuestras repúblicas. Los gobiernos neoconservadores no se agotan en la represión de sus pueblos pero no pueden prescindir de ella.