Por Eduardo Luis Aguirre

Durante el pasado mes de abril, el Secretario del Tesoro de los Estados Unidos Scott Bessent llegó a Buenos Aires con el sólo objetivo de reunirse con el presidente Milei, en un encuentro que se caracterizó por un marcado hermetismo. El funcionario llegó arribó al país acompañado de una reducida comitiva que integraba la CEO de la Confederación Política de Acción conservadora, la argentina Soledad Cedro.
Bessent  (imagen) es uno de los más poderosos funcionarios de la administración trumpista (el quinto en el orden de sucesión presidencial) y un economista con una probada experiencia de la que deberemos ocuparnos), y a pesar del secretismo que rodeó a aquella reunión se filtró una conjetura respecto de su motivación. Algunos diarios recordaron entonces que Estados Unidos posee un Fondo de Administración Cambiaria (Exchange Stabilization Fund) destinado justamente a servir como fondo de reserva de administración cambiaria y que depende, precisamente, de la Oficina del Tesoro. El gobierno argentino advertía claramente en esa fecha que su crítica situación económica y financiera iba a dificultar su llegada a las elecciones de octubre en condiciones objetivas de competitividad. Seguramente, en consecuencia, la Casa Rosada ya había comenzado a analizar y explorar la posibilidad de obtener fondos frescos, esta vez del propio tesoro estadounidense. A pesar de la importancia y gravedad de la importancia de esa visita, en el país de la urgencia eterna no se le prestó a la misma la atención que merecía.
Ahora sí, es necesario ocuparnos de este sujeto singular que es Scott Bessent. Un solo ejemplo basta para delinear la magnitud del personaje. En 1992, en momentos en que el Reino Unido trataba de equilibrar sus diferencias con el resto de los países de Europa occidental, en especial con Francia y Alemania, Bessent era un joven, talentoso y encumbrado asesor de George Soros, que decidió jugar fuerte en las diferencias intraeuropeas.  Bessent fue el encargado de dar la pelea y logró nada menos que torcerle el brazo a la banca de Inglaterra comprando los marcos que se habían apreciado después de la unificación alemana . El magnate húngaro, que suele hacer las veces de filántropo con diferentes concesiones a las almas bellas del progresismo globalista pasó a la historia con esa exhibición explícita de poder. E,l cerebro de esa intervención fue el joven Bessent, que hoy exhibe relaciones aceitadas con funcionarios argentinos tales como José Luis Daza, Demial Reidel o Pierpaolo Barbieri. Durante los próximos días, vitales para el gobierno argentino en caída libre, Trump, Bessent y la presidenta del FMI recibirán a Milei y su comitiva y le otorgarán sendos premios al mandatario. Los libertarios parecen estar mucho más cerca del otorgamiento de un salvataje infrecuente que les permita afrontar la llegada a las elecciones en condiciones de mayor competitividad y el pago de los vencimientos de la deuda soberana que nuestro país deberá desembolsar durante 2026. Pero más allá de las conjeturas y valoraciones que podamos hacer sobre esa probabilidad, sobresale la pregunta acerca del resultado de las próximas elecciones argentinas. Si Milei gana, no hay posibilidades de que intente sacar los pies del plato y no tendrá prurito alguno en afirmar y profundizar nuestra condición colonial atándose al carro triunfal de los vencedores de la tierra. Pero si se impusiera la oposición uno no puede dejar de pensar cuál será la conducta del presidente acreedor. ¿Qué podría exigir Trump si el futuro gobierno argentino se negara a comprometer irracionalmente la soberanía, el futuro y el patrimonio de los argentinos? ¿Lo hemos pensado en tiempo real? Seguramente no. Pero con toda certeza, esas incógnitas nos dan la pauta de la importancia crucial de un destino común que se juega en las urnas.