Por Eduardo Luis Aguirre
La prensa europea comienza a admitir, tardíamente, que cualquiera sea el resultado final de la guerra en Ucrania, quizás esa región del mundo resulte la gran perdedora del conflicto. La eventual derrota de Kiev muestra las fisuras de la Unión. A las posiciones contrarias a la intervención en el conflicto de países tales como Hungría y Eslovaquia (dos ejemplos díscolos de “iliberalismo” en el viejo continente) se suman la crisis económica y política de una Alemania que duda de sus propias posibilidades de poder pagar las pensiones y de un nuevo eje de poder constituido por Londres, Estados Unidos y Polonia que sustituye el antiguo protagonismo de galos y germanos. Como sea, el peso político específico europeo se debilita, también por los aportes económicos desmesurados que realizó al gobierno de Zelenski. Ese tributo fue tan innecesario como contradictorio. Increíblemente, los gobiernos europeos ayudan a una potencia dividida en dos puntos cardinales, uno de los cuales -el Maidán- es una expresión actual del nazismo en estado puro. En España comienzan a alzarse voces autorizadas contra la guerra en el mismo momento en que se pone en evidencia la incompetencia de las viejas democracias liberales y de la Comunidad Europea como caduco instrumento unitivo. Solamente la posibilidad de que la asunción de Donald Trump logre poner un punto final más o menos cercano en el tiempo a la masacre puede ayudar a esta vieja Europa en franco retroceso. Acaso derrotada.
La guerra en Ucrania, por si esto fuera poco, comienza a revelarse como lo que verdaderamente es: una matanza de centenares de miles de ucranianos y la imposibilidad que el país se recupere en décadas. El impacto en la población etaria de varones en edad militar recuerda los padecimientos del Paraguay después de la guerra de la Triple Alianza. Ese genocidio fue el estertor más cercano de una potencia que defiende la estructura de un mundo unipolar a sabiendas de que el experimento puede salir mal y catalizar la constitución de un mundo multipolar donde deberá dirimir liderazgos con nuevas potencias, bloques y alianzas emergentes. Estados Unidos solamente cuenta con la complicidad histórica de Gran Bretaña, cuya diplomacia casi nunca yerra y su histórica perfidia no cede. Ahora se entiende el brexit. El resto de sus aliados comienzan a darse cuenta, entre otras cosas, que la OTAN es un instrumento obsoleto.
Como bien lo señala el analista Juan Antonio Sanz en la edición del 25 de noviembre pasado del diario español Público, “sostener a Ucrania significa cruzar más líneas rojas en el apoyo militar y acercar el choque directo con Rusia, que ya ha amenazado con emplear armas nucleares contra cualquier país que apoye ataques contra su territorio” (*). El coronel Pedro Baños es más categórico y no se cansa de repetir que “España no merece ser conducida a una guerra”. No le falta razón al autor de “La encrucijada mundial”. El seguidismo europeo a una guerra que le conviene únicamente al complejo militar, industrial y tecnológico estadounidense la ha sumido en un retroceso severo cuyas consecuencias son imprevisibles. Si Alemania no puede sobreponerse a su crisis ni separarse de quienes se supone dinamitaron el nord stream, está claro cuál es el panorama que le espera al resto de las economías menores del continente en virtual estado de colonización. Mencionamos a Alemania porque aquella locomotora que llevaba a sus vecinos a la rastra hoy atraviesa una crisis económica llamativa y además debe convivir con 40 bases norteamericanas en un territorio crucial que tiene fronteras con ocho países. Como dice el embajador José Zorrilla, “Rusia ha perdonado a Alemania, Estados Unidos no”. Guste o no, los germanos son un país sin himno, amenazado por miles de sujetos frustrados que comienzan a volcarse a la ultraderecha, así como Francia adolece de la impactante mediocridad de Macron.
La única voz autorizada que se ha alzado explícitamente contra la calamidad de esta política entreguista parece haberse alzado meses atrás en el I Foro de Geopolítica “Europa en el siglo XXI” (imagen). Ese encuentro aclaró los medulares aspectos históricos y geopolíticos implicados, y los intereses y las grandes contradicciones vigentes, iluminando a un continente extraviado. Mientras tanto, los países nórdicos reparten folletos entre su población para sugerirle conductas protectivas en caso de próximos bombardeos. Algunos de los bálticos menores siguen haciendo gala de su vocación suicida y Polonia se prepara para que lo peor de su camarilla ultraderechista asuma el futuro liderazgo de la Europa exánime.
Pero todavía falta lo peor: la posibilidad de que occidente ataque preventivamente a Rusia. En ese caso, comprender el mundo que viene será otro desafío colosal y único, pero igualmente imprescindible. La pereza intelectual de los líderes occidentales nos ha conducido a esta encerrona en la que cualquier error en medio de un estado de preguerra puede desencadenar el apocalipsis. Hay que romper inexorablemente esa jaula de hipocresía, burocratismo, falta de patriotismo e ignorancia que habita en los estados profundos. De no ser así, pulularán los iliberalismos, las plutocracias y los anarcocapitalismos que supimos conseguir.
*) https://www.publico.es/internacional/llegada-trump-ensombrecera-papel-europa-ucrania-oriente-medio.html#md=modulo-portada-bloque:4col-t5;mm=mobile-big