Por Eduardo Luis Aguirre
Un fantasma recorre el mundo. El supuesto atavismo de las tradiciones. Las que enunciaba y explicaba Alexander Dugin en su libro "La cuarta teoría política". Las que se expresan en las contradicciones entre las atildadas ciudades y el esforzado y desdeñado interior de las naciones. Este es el caso de James Vance, elegido por Trump como su compañero de fórmula. Viene del estado subalternizado y mayoritariamente blanco de Kentucky, habitado por 4 millones de personas. Otro millón ha debido emigrar producto, en buena medida, del abandono de los gobiernos demócratas.
Hijo de madre adicta y padres separados, rústico como la mayoría de los de su tierra, religioso, escritor del libro “Hillbilly, una elegía rural”, devenida de una película también autobiográfica que interpreta Glen Close. Tiene 40 años, fue a la guerra de Irak. Todo parece indicar cero experticia en lenguaje inclusivo y veganismo. El joven viene de la tierra de los “campeones mundiales de la barbacoa”. De una región aficionada a los juegos de azar, las carreras de caballo y una industria desvencijada. De los bosques donde transcurrió la épica de Daniel Boone. Del estado en cuya capital, Louisville, nació el legendario Muhammad Ali.
Hasta aquí los aspectos anecdóticos. Vance, como ya lo señalamos ayer en Derecho a Réplica, tiene una visión del mundo que congenia con la de Trump. "Seré sincero con ustedes, no me importa lo que le ocurra a Ucrania", dijo el año pasado. El oriundo de este lugar, mezcla de cinturón del óxido y la biblia, es uno de los dos senadores republicanos de su estado, ese espacio olvidado de la unión donde se conservan 85000 granjas y sobrevive, paradójicamente, un gobernador demócrata y una fisonomía a prueba de prejuicios sobre la gran potencia imperial.
Quizás Vance esté anticipando la política exterior de Trump, que por otra parte ya demostró su vocación por articular una nueva relación con el nacionalismo ruso en el poder y con la OTAN, con la que espera ajustar cuentas. Y esto último no es justamente una metáfora. Los europeos occidentales probablemente queden al margen de la esperada protección estadounidense en esta aventura bélica, producto de lo que ellos denominan, olímpicamente equivocados, ultraderecha trumpista. Mientras Vance crecía, los intelectuales de occidente se enredaban en discusiones ociosas sobre categorías como las derechas, las ultraderechas y el fascismo que era una especie de punto de llegada de esos debates. Ninguna de ellas son especies autóctonas en la historia singular de nuestra América. La irrupción de Vance y la consolidación de Trump reafirman la frustración y la angustia de miles de millones de olvidados en el mundo. Según una nota de Jorge Castro (*), China Popular tiene ya una clase media de 500 millones de personas sobre 1.400 millones de habitantes. La tercera parte de su población puede compararse con los ingresos de la clase media estadounidense. Estas dos potencias, posiblemente, sean las que en pocos meses, con el advenimiento republicano, tensen sus relaciones por cuestiones geopolíticas pero fundamentalmente tecnológica. La composición social del mundo que depara el neoliberalismo es clara. Si los principales países van a tener sólo un tercio de clase media, es fácil explicar lo que acontecerá en potencias emergentes como Brasil, la India, Irán o Sudáfrica. El deterioro socioeconómico de los países de Europa occidental revela un parecido alarmante con esta deriva de máxima desigualdad. Argentina es una muestra gratis de una sensación de indignación y silente vergüenza ante la necesidad, como lo señala Pablo Semán.
(*) https://www.clarin.com/economia/companias-norteamericanas-inteligencia-artificial-apuestan-china_0_TXxGZ7L23v.html