Por Eduardo Luis Aguirre.
La decisión de Estados Unidos de proveer de bombas de racimo a Ucrania es un elemento que permite conjeturar con un margen de error menor hacia dónde podría derivar el conflicto armado.
La OTAN, pese a que algunas potencias occidentales como Alemania se opusieron a semejante modalidad de "ayuda" al gobierno de Zelensky, terminó aceptando que el rearme de Kiev mediante armas que están prohibidas por normativas internacionales y son rechazadas por más de cien países, quedan al criterio de cada uno de los miembros de la alianza. Una declaración escandalos y una evidencia irrefutable de la relación de fuerzas que guía unilateralmente a los atlantistas. Con la contraofensiva ucraniana que parecía condenada a un fracaso inexorable, una decisión de este tipo, adoptada sin más trámite que la voluntad del presidente demócrata Joe Biden, no solamente causa una fundada alarma mundial sino que deja entrever que, una vez más, el imperialismo sufraga sus crisis mediante el recurso de la guerra. No importa, en este caso, la suerte futura de Europa. Estados Unidos y sus demócratas se han dado cuenta que el Consenso de Washington y el neoliberalismo han significado, además del paradigma hegemónico más fugaz de la historia moderna, un peligro para el propio liderazgo mundial estadounidense. No solamente porque el neoliberalismo se ha expandido con una prepotencia mayor en China, tornando a la región Asia- Pacífico como la más sensible del planeta, sino porque la primera potencia mundial también cruje al influjo de la desregulación y el capitalismo financiero. Por eso, los propios demócratas asumen un yerro que había intentado corregir el propio Donald Trump mediante una dirección estrategia de su gobierno. La conclusión del trumpismo en su momento fue controlar el comercio exterior, reactivar una industria nacional en crisis, de la que dan cuenta el emblemático cinturón del óxido y el consenso que conserva el propio magnate que sacó alrededor de setenta millones de votos en las últimas elecciones generales y amenaza con ganar las venideras, y finalmente disminuir la enorme desigualdad social que corroe a la sociedad norteamericana. Trump, en su momento, debió pararse de manos frente a Pekín (un rumbo que los demócratas han profundizado) pero además se fijó el objetivo detejer una relación de convivencia casi amistosa con Moscú, algo que lo diferencia rotundamente de la administración Biden. Sería bueno tratar de entender esta diferencia, que no es precisamente menor.
Para dilucidar ese interrogante, primero hay que ratificar la tesis que ensayamos precedentemente. Creemos que a esos fines es ilustrativo recurrir a los comentarios que sobre el Nuevo Liderazgo Económico estadounidense hizo el pasado 27 de abril el Asesor en Seguridad Nacional Jake Sullivan en la Institución Brookings. Entre los reveladores conceptos del asesor, escogeré solamente dos, por ser suficientemente reveladores: "Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos lideró un mundo fragmentado para construir un nuevo orden económico internacional. Sacó a cientos de millones depersonas de la pobreza. Sostuvo emocionantes revoluciones tecnológicas. Y ayudó a los Estados Unidos y a muchas otras naciones del mundo a alcanzar nuevos niveles de prosperidad. Pero las últimas décadas revelaron grietas en esos cimientos. Una economía global cambiante dejó atrás a muchos trabajadores estadounidenses y sus comunidades. Una crisis financiera sacudió a la clase media. Una pandemia expuso la fragilidad de nuestras cadenas de suministro. Un clima cambiante amenazaba vidas y medios de subsistencia. La invasión rusa de Ucrania subrayó los riesgos de una dependencia excesiva. Entonces este momento exige que forjemos un nuevo consenso. Es por eso que Estados Unidos, bajo la presidencia de Biden, está siguiendo una estrategia industrial y de innovación moderna, tanto en casa como con socios de todo el mundo. Uno que invierta en las fuentes de nuestra propia fortaleza económica y tecnológica, que promueva cadenas de suministro globales diversificadas y resilientes, que establezca altos estándares para todo, desde trabajo y medio ambiente hasta tecnología confiable y buen gobierno, y que despliegue capital para entregar bienes
públicos. como el clima y la salud". Y en segundo término, estemos atentos a este tramo de la postura del asesor: "El mundo necesita un sistema económico internacional que funcione para nuestros asalariados, nuestras industrias, nuestro clima, nuestra seguridad nacional y los países más pobres y vulnerables del mundo.
Eso significa reemplazar un enfoque singular centrado en las suposiciones simplificadas que expuse al principio de mi discurso por uno que fomente las inversiones específicas y necesarias en lugares que los mercados privados no están preparados para abordar por sí solos, incluso mientras continuamos aprovechando la poder de los mercados y la integración. Significa brindar espacio para que los socios de todo el mundo restablezcan los pactos entre los gobiernos y sus votantes y trabajadores". Sullivan, el demócrata desarrollista profundiza la guerra reconociendo las bondades del nacionalismo de Trump. Permítaseme la comparación: Sullivan plantea la misma estrategia nacionalista y desarrollista que escuchamos desde hace años en la Argentina de parte Guillermo Moreno, con la salvedad que éste siempre ha detestado las prácticas antidemocráticas de Trump y las guerras. O sea que, cualquiera sea el resultado de los próximos comicios estadounidenses, su gobierno va a virara la direccionalidad globalizadora que ellos mismos contribuyeron decisivamente a imponer en el mundo. Pero para eso el mundo no puede fragmentarse en bloques más o menos hostiles a EEUU ni tampoco pueden permirtirse los resurgimientos cada vez más evidentes de nacionalismos no necesariamente militarizados u hostiles. La enorme potencialidad china es un peligro para ese dominio exitoso futuro. Pero también lo es el horizonte de proyección y consolidación euroasiática. Para esto, poco importa que Ucrania deje de ser lo que era hasta antes del conflicto y Europa occidental navegue entre rencillas provocados por gobiernos reaccionarios cuando no coloniales. La vuelta a la pelea por el destino manifiesto va a afectar en mayor o menor medida a todo el mundo, incluída Latinoamérica. De otra manera, no se explica que Ucrania cuente ahora casi con la misma cantidad de tanques que Rusia, uno de los mayores fabricantes de armas del mundo.
Por ende, el mentado éxito no contempla ladestrucción del mundo sino su dominio por otras vías. Y aquí si van a ser importantísimos .como siempre. los resultados de la próxima contienda electoral en EEUU. Si ganaran los republicanos, es posible que la relación política y personal de Donald Trump con Putin imponga un nuevo rumbo a la guerra en Icrania. Si el triunfo es, en cambio, de los demócrtas en modo desarrollista las especulaciones pasan a ser mucho más crípticas. Es probable que nadie tenga en claro su resolución final. Ni siquiera los grandes estrategas. Este sería un escenario mucho más inquietante.
Imagen de la CNN