Por Eduardo Luis Aguirre

 


Algunos sectores nacionalistas locales aguardan con cierto beneplácito el regreso de Donald Trump, convencidos que los republicanos se impondrán en las próximas elecciones generales estadounidenses.

Intuyen que el retorno a la Casa Blanca de viejo magnate no solamente tiraría del mantel y modificaría los principales focos de conflictividad externa (tales como la guerra de Ucrania, la cuestión Asia- Pacífico y la consistencia dudosa de las relaciones al interior de la OTAN y con la Unión Europea) e interna (la magnitud del ajuste que debería realizar la EEUU y la cuestión de su deuda soberana. Especulan que la vuelta del trumpismo permitiría recomponer las relaciones con Rusia, plantarse definitivamente contra China, convencer a Zelensky de que en ese caso sólo puede pensarse en términos de reducción de los pavorosos daños sufridos durante más de un año de guerra irreversible, ratificar su histórico desprecio por Europa y la OTAN, administrar el comercio exterior, proteger las economías interiores, ratificar su dominio en el país profundo y los distintos y maltratados cinturones y hacer que los sectores de la economía financiera vuelvan a poner las barbas en remojo. En definitiva, se trataría de un corsi e recorsi con los mismos actores que durante los años de gobierno del polémico líder.

Es más, es probable que la expectativa guarde visos de verosimilitud. Tal vez en la próxima compulsa los demócratas paguen caro esa costumbre de intentar sostener liderazgos mediante su innegable músculo armamentista, el forcejeo por mantener –hasta donde sea posible- un mundo unipolar y extender al infinito la viscosa concepción de las áreas imperiales de influencia.

Por ende, es probable también que sobrevengan cambios que no pueda esperarse (cosa que se intuía) de un presidente con las debilidades de Joe Biden, facilitador del crecimiento al extremos del complejo militar industrial y del capital financiero como principal ariete en el país del norte. Por si fuera poco, entre las credenciales del ex vice de Obama figuran su apoyo a la extensión de la OTAN en Europa del Este, la intervención recordada en los Balcanes y el respaldo a la decisión que autorizó la guerra en Irak en 2002. 

Ahora bien, para volver a ser presidente, Trump deberá imponerse previamente en unas primarias que no parecen sencillas. Por de pronto, Ron De Santis ya se ha posicionado como precandidato. Esta postulación es percibida como “una traición” por Donald Trump, quien se considera (no sin alguna razón) el mentor político del joven gobernador de Florida.

De Santis, que ya oficializó su candidatura y larga la carrera en segundo lugar en proyección de votos, tiene 44 años, es abogado y ex combatiente de Irak, asienta de manera orgánica e institucional entre los conservadores, a diferencia de Trump y tiene un estilo absolutamente al ex presidente. Por ejemplo, alejado de los escándalos y las polémicas a las que es tan afecto el ex presidente. En lo ideológico, es un cuadro con todas las letras que ha rubricado su gestión en con una dura ley antiinmigración supuestamente destinada a poner coto al ingreso de carteles mexicanos al país desde las costas de Florida. En esa misma línea debe observarse la liberalización de uso de armas en manos de particulares.

De Santis también impulsó una ley que tiene un alcance geoestratégico que coloca al gobernador posicionánse en temas de política exterior. El proyecto apunta a que ciudadanos o empresas venezolanas, norcoreanas, iraníes, chinas y cubanas -que no sean ciudadanos permanentes en EEUU- no puedan comprar propiedades agrícolas en el estado. A su vez, tampoco podrán adquirir terrenos cercanos a instalaciones militares e infraestructuras críticas. Toda una definición que pone la mira sobre China y constituye un aviso para los países de su patio trasero. La advertencia a América Latina, proferida por un precandidato, no podría ser más clara.

Así y todo, Trump mantiene todavía una ventaja holgada sobre De Santis con miras a 2024.

Hasta ahora no hemos analizado que, además de ellos, se perfilan otros precandidatos no menores en el horizonte conservador estadounidense. Nikki Haley, Mike Pence, Tim Scott y eventualmente Mike Pompeo.

Haley (51) es un halcón que fue gobernadora de Carolina del Sur y Embajadora en la ONU, y en los últimos tiempos la política exterior ha sido la principal preocupación que ha denotado a sus potenciales votantes, alentando el incremento de un apoyo a Ucrania, porque –según sus especulaciones- una derrota de Kiev podría terminar en una guerra mundial. Así de sencillo.

Mike Pence (63), ex vice de Trump, también calienta motores. Zafó de un recordado affaire por haberse llevado a su domicilio particular documentos clasificados una vez finalizado su mandato, y ahora quiere tensar en los comicios.

Otros aspirantes son el senador afro por Carolina del Sur Tim Scott (58), un negacionista del cambio climático con aceitados vínculos con grandes empresas gasíferas, petroleras y del carbón.

A Mike Pompeo (59) lo recordamos. Fue Congresista por Kansas, y luego Director de la CIA y Jefe del Departamento de Estado del trumpismo en el poder.

La cantidad de aspirantes puede sugerir un debilitamiento de la imagen de Trump al interior de una fuerza que no lo considera a ciencia cierta uno de los suyos. Pero, como contrapartida, tal vez esa fragmentación conservadora sea el salvoconducto para que, finalmente, el polémico ex presidente consiga su objetivo.