Por Eduardo Luis Aguirre

 

 


La vejez ha sido desde siempre materia de análisis desde diversas disciplinas. Los clásicos griegos se ocuparon del tema, lo hacen los cognitivistas desde su reconocida audacia, con su enorme talento lo escribió por partida doble Simone de Beauvoir ("La ceremonia del adios" y "La vejez"). Los adultos mayores se han constituido, a la vez, en un problema y una cuestión. Son un problema porque con el crecimiento de la expectativa de vida se multiplican los cuadros de soledad y desatención, la imposibilidad de acudir o ayudar a revertir ciertos cuadros o la multiplicación de una legión de ancianos librados a sus propias posibilidades. Todo problema debería implicar un esfuerzo de solución, pero sabemos que esta modificación transversalizada del ensanchamiento etario es un tema muy complejo que sobresale, justamente, por sus intrínsecas dificultades. Es, también, una cuestión. Como tal, no debería aspirar a soluciones sino, paradójicamente, a la formulación de preguntas, la reflexión y el abordaje desde líneas de pensamiento tales como la filosofía, la ética y la sociología. Vamos a ver.

Sabemos que en muchas comunidades ancestrales las y los ancianos eran prácticamente sagrados. Ellos colaboraban en las grandes decisiones del conjunto, impartían coordenadas éticas y morales, protagonizaban durante las noches diálogos que servían de aprendizajes fructíferos para los más pequeños. Todo ello en un marco de respeto absoluto que generaba las reglas de la comunidad.

El anciano cumplía un rol ético, político, era una referencia moral, un espejo de sabiduría. El conocimiento de las y los abuelos era un soporte fundamental para las madres y padres, aún en los momentos más difíciles y dolorosos.

Como vemos, ese respeto incondicional a la vejez ha variado radicalmente durante el dispositivo capitalista. Si bien es imposible, también en este momento epocal, referirnos a “la ancianidad” como un todo, sin distinguir la enorme cantidad de subjetividades y singularidades que podrían rellenar esta tipología abierta, lo cierto es que en general, el anciano que –naturalmente- está fuera del mercado tiende a ser, en general, virtualmente desechado. Su condición improductiva, su imposibilidad de insertarse en un proceso de producción lo confinan a espacios de esparcimiento que son las nuevas formas de gubernamentalidad sobre los cuerpos a los que echan manos las agencias institucionales u organizacionales. Algo de esto surge de los estudios de Foucault sobre el nacimiento de la biopolítica.

Esta amalgama entre lo biológico y lo político llega a veces a extremos que no hacen más que poner en evidencia lo que aquellos sujetos colonizados por el capital y profundamente individualistas y desapegados son capaces de hacer con la vejez.

Tal vez en la Argentina no haya resultado una noticia trascendente ni tampoco un episodio demasiado conocido. Pero la iniciativa que en España llevó adelante la formación ultraderechista Vox intentando una moción de censura contra el presidente Pedro Sánchez deparó una de las imágenes más cruentas que en materia de violación de los derechos, la historia de vida y el patrimonio cultural de los adultos mayores pueda imaginarse. La persona en la que pensaron para encarar esa vía constitucional (excepcional) es don Ramón Tamames, un economista de 89 años, ex afiliado al Partido Comunist,a cuyo presente dista del intelectual que supo ser y sus últimas declaraciones en los medios de comunicación no hacen más que poner dolorosamente en evidencia su actual condición y su involución ideológica. Seguramente, la conjura ultraderechista volverá a naufragar en su segundo intento de deposición del Jefe del Gobierno. Pero lo que habrá de quedar patentizado para todos los tiempos es la degradante actitud de martirizar a los ancianos y conducirlos unilateralmente a los laberintos insondables de la piedad. Ha habido, en esta maniobra despreciable, una muestra pública, institucional, innecesariamente expuesta, de la decadencia de un hombre que supo de tiempos mejores. Lo dicho, a las derechas insensibles estos tránsitos biopolíticos poco o nada le importan. La vejez no figura en el universo ético de la derecha.