Por Eduardo Luis Aguirre

 

 





Durante el partido que deparó la primera gran sorpresa del mundial de fútbol -la derrota histórica de Argentina contra Arabia Saudita- no pasó inadvertido el árbitro de ese encuentro, el esloveno Slavko Vincic. Es comprensible, razones futbolísticas no faltaron para que el juez fuera observado por su desempeño. Pero, más allá de esos motivos, con el correr de las horas la prensa mundial se ocupó de la particular biografía de Vincic.



El diario Marca, por ejemplo destaca que tiempo atrás este árbitro, que también dirigió Champion League, fue arrestado por su presunta participación en una red de prostitución, asociada al tráfico de armas y drogas.

El diario '24Slata' aseguró que el colegiado fue detenido en una casa en la localidad de Bijeljina (Bosnia y Hezergovina) junto con otras nueve mujeres y 26 hombres, asegurando que la policía incautó en el lugar del arresto cocaína y armas.

La trama policial se dirigía contra Tijana Maksimovic, acusada por prostitución y proxenetismo, según informa el mismo diario, y Vincic estaría usando los servicios de algunas de las chicas que esta perseguida mujer ofrecía. Maksimovic fue detenida cuando intentaba cruzar la frontera a través del río Drina de manera ilegal”.

El periódico español reprodujo las explicaciones que ensayó el propio Vincic, después de ser desligado de su condición de imputado y convertirse en mero trastigo de la investigación: "Acepté una invitación a cenar y creo que esa fue una gran equivocación. Estaba cenando en una mesa con compañía cuando entró la Policía y pasó todo lo que ustedes vieron. No tengo conocimiento de ninguna de las personas que fueron detenidas".

Hasta allí, un hecho policial, cualquiera sea la valoración que se haga de la conducta y la ética individual de un profesional internacional del arbitraje. En definitiva, lo que se consignó en la gran prensa del mundo (incluyendo la argentina) es una conducta individual asociada a un entramado delictivo que hasta podría ser considerado una anomalía. Si mejor se lo prefiere, un indicio más que contribuye a consolidar la sospecha de que algo (o mucho) huele mal en Qatar.

Pero lo que no se dice es que este esloveno, se encontraba "reunido" en Bosnia y Herzegovina, en un sitio donde se almacenaban sustancias prohibidas y armas. Tampoco, y esto es lo relevante, que los países inviables en los que fue dividida la antigua Yugoslavia socialista se fueron convertidos sistemáticamente en una zona de tránsito de contrabando de drogas, tabaco, armas, personas y órganos. Un lugar infernal que la “Comunidad Internacional” convirtió en naciones absurdas mediante el lenguaje inequívoco de la guerra y las “intervenciones humanitarias”. La cuarta nación en niveles de desarrollo humano, como era la Yugoslavia de Tito, significaba un enclave disruptivo insoportable en el medio de Europa para el dispositivo neoliberal emergente del Consenso de Washington. En esa perversa operación estratégica participaron la ONU, el TPIY, la OTAN y hasta la Argentina, con el recordado contrabando de armas a Croacia, aprovechando la situación de postración de la Rusia de Yeltsin, histórica aliada de Serbia, enclave del otrora poderoso ejército Yugoslavo.

La derrota de Serbia convirtió a los Balcanes en una región donde la supervivencia se transformó en otra lucha fragorosa para sus habitantes (millones de los cuales viven después de la guerra en otros países de occidente) y un corredor estratégico para la criminalidad organizada, sobre la que nadie parece interesarse. Nuestro árbitro estaba en uno de los tantos sitios opacos que existen en la península, en los que convergen todo tipo de personajes, incluyendo antiguos paramilitares durante el conflicto. Llama la atención que ningún medio haya reparado en un hecho que exhibe la miseria de un neoliberalismo que organiza mundiales oscuros  y fastuosos (con la intervención siempre sospechada de la FIFA) adonde envía árbitros que dan testimonio de uno de los dramas más dolorosos y recientes de la humanidad.