Por Eduardo Luis Aguirre

Hace tiempo que el gaullismo tradicional y el socialismo venían languideciendo sin solución de continuidad. Extrañamente, la izquierda histórica había llegado al Elíseo hace poco más de una década. Los cambios, la permanente volatilidad política francesa se transformaron en una constante de última generación que no parece remitir. El propio Macron es un emergente de ese nuevo clima de época.

Las últimas elecciones presidenciales y legislativas en el país parecen delinear un nuevo contexto, fragmentario, radicalizado, en la que la primera minoría parece ser un abstencionismo consolidado, más del 70% del cual se registra entre los sectores juveniles. El presidente no logra consolidar un liderazgo sólido, pagando caro las consecuencias de una gestión neoliberal y un poder acotado por el resultado de los últimos guarismos con el que deberá afrontar su último mandato. No obstante, los porcentajes exiguos que obtuvo en las dos compulsas le permitieron cosechar una austera cantidad de sufragios que lo habilita para seguir adelante con su gobierno, aunque inaugurando nuevas dificultades, ensayando pactos todavía inciertos y mucho más debilitado. Algo que se perfiló en las elecciones presidenciales adquirió una fisonomía más marcada en las recientes parlamentarias. El margen de maniobra presidencial se acotó, la nueva alianza de izquierda no logró reiterar su performance de la primera vuelta, pero es claramente el segundo partido más votado, algo que impacta por varios motivos. El primero de ellos, es que la alianza NUPES, que congrega a la Francia Insumisa, los socialistas, comunistas y verdes, responde a una concepción política muy diferente del que portan los restos de la maltrecha socialdemocracia europea. Esa concepción baja desde Jean- Luc Mélenchon, que no pudo ayer emular su resultado descollante de una semana atrás pero dejó en claro que va por más desde lo programático. Esta es la segunda singularidad de la nueva izquierda. Las propuestas no se agotaban en una tibia mejora de derechos civiles y políticos. Promovía un derecho humano ofreciendo conceder la nacionalidad francesa a Julian Assange, planteaba disminuir a 60 años la edad jubilatoria, ponía distancia con la alianza atlántica, se oponía a una guerra insensata y apuntaba a reconstituir un tejido social suturando la desigualdad y revirtiendo los indicadores de pobreza y desocupación. Se trataba, hoy en día, de propuestas revolucionarias. Y las enunciaba un candidato que logró consolidar un espacio que el resto de la casta política acusaba de populista. La tercera novedad viene de la mano de sus vacilaciones internas. La sensación es que comenzaron las disputas intestinas cuando lo que debería empezar a galvanizarse es justamente la unidad de cara al futuro. Extraño y preocupante, el día después de haber llevado adelante unas elecciones muy promisorias mediante las que accedió a 149 bancas.

La ultraderecha de Marine Le Pen ha obtenido porcentajes históricos que nunca su formación había alcanzado. Será difícil encontrar acuerdos con un partido racista, homofóbico y renuente a reconocer los derechos de mujeres e inmigrantes. Pero su porcentaje, diez veces superior al obtenido hace un quinquenio, hará que sus representantes tengan voz y una representación significativa en la Asamblea francesa.

No serán días sencillos para Francia, le espera un futuro incierto que depende de pactos y acuerdos en una construcción ardua y trabajosa. Macron podrá recurrir a votos de los partidos tradicionalistas menores, pero parece difícil que se abra a la barbarie lepenista y también que acceda a allanarse a algunas de las propuestas contrahegemónicas de NUPES,que ya ha anunciado la presentación de una moción de censura contra el gobierno de Macron para el próximo 5 de julio. En Mélenchon descansa la expectativa de contener la histórica vocación centrífuga de la izquierda tradicional y el ensanchamiento de una base social que ha elegido poner distancia con la política. Un desafío complejo pero no imposible. El líder izquierdista no piensa en rendirse. Por el contrario, desde que su país se embarcó en la aventura bélica en Ucrania pasó de un exiguo 8% de intención de voto a este resultado. Si algo lo caracteriza es leer bien la coyuntura y explicarla de manera todavía mejor.