Por Eduardo Luis Aguirre

 

 


De un tiempo a esta parte las ofertas electorales y las estéticas neoliberales han venido cambiando sutil y exitosamente, siempre auscultando las formas que asume el sentido común mayoritario de sociedades cada vez más descreídas, despolitizadas, meritocráticas y alejadas de cualquier intento de participación en transformaciones colectivas contrahegemónicas.



En ese marasmo de banalización de la política y lo político, las derechas han producido variantes que, meticulosamente estudiadas y puestas en práctica, han acertado con las perspectivas, intuiciones y percepciones de millones de sujetos capturados en la alienación del discurso del capital. Las han sintonizado a la perfección.

En la década de los 90, sujetos de máxima frivolidad, despolitización extrema y puntual funcionalidad a las clases dominantes de los distintos países y el discurso único del Consenso de Washington cumplieron un rol acorde con un momento histórico donde el único coto al avance neoliberal acababa de derrumbarse. Con el agotamiento de los “socialismos reales” también capitulaba un metarrelato, una cultura, una forma distinta de percibir el mundo y cuestionar las desigualdades y las injusticias sociales que se aceleraron drásticamente con el correr de los años. Eran los tiempos de los Berlusconi, los Menem, los Bucaram, los Sarkozy, los Yeltsin, los Bush.

Algo había en la extravagancia, la audacia, la tragicomedia de sus declaraciones y decisiones que recorrían el mundo entero, acompañada por una opinión pública proclive a las justificaciones, las legitimaciones y el festejo de esas expresiones calamitosas que encarnaban los entonces novedosos liderazgos neoliberales.

Más allá de algunas expresiones aisladas y todavía vigentes como Zelensky o Bolsonaro, la derecha ha evolucionado hacia estéticas, discursos y estilos diferentes y mucho más proclives a expresar una nueva retórica, que disputa con una racionalidad meticulosa los candidatos y líderes que la representan en los últimos tiempos. Tiempos de coaching y apuestas continuas a detalles subliminales mediante los que se exhiben, con herramientas superadoras, a candidatas y candidatos que pueden ciertamente convertirse en tendencias que logren arraigarse en las grandes mayorías. Porque está claro que las derechas saben que están en inmejorables condiciones para dar pelea en el complicado tablero de las instancias comiciales. No sólo porque cuentan con el auspicio de las grandes potencias, de las ONG´s y corporaciones internacionales e internas, del capital concentrado, de las burocracias judiciales, de la prensa dominante, etc., sino también porque han logrado delinear, con paciencia de artesano, nuevos perfiles que encarnan un sistema de creencias donde la cultura y la moral unidimensional del capital ha hecho pie como nunca antes.

Una de esas figuras, inesperada hasta hace algunos años, es la Presidenta de la Comunidad Autonómica de Madrid y líder del PP español Isabel Díaz Ayuso. Ella es la figura que sintetiza lo que vendrá y que pretende lograr un anclaje rotundo en el humor actual de los electorados. No en vano una de las referentes expectables de la burocracia de la CABA ha logrado que la española prologue un libro de su émula porteña. Pero, fundamentalmente, porque la madrileña recibió en su despacho hace un par de meses al alcalde de Buenos Aires y le pidió que sus ideas "se extiendan por toda la Argentina". La española no duda en jugar en todos los terrenos y se muestra como una referencia de la derecha dura a nivel internacional y además pontifica y avanza con su ideología reaccionaria.  Todo eso mientras concomitentemente desplaza de la presidencia del PP a Pablo Casado por haberla acusado de corrupción (*).

Ayuso inscribe su imagen en el imaginario social de manera perfecta y sin fisuras. El cuidado de su evolución, de sus palabras, de sus énfasis, del desparpajo de un relato bárbaro de apariencia lógica, de la apelación sistemática a la confrontación, del lenguaje permanente del odio, de su audacia para tergiversar y denigrar desde la historia hasta las epistemes menos discutidas configuran herramientas de eficacia probada. Lo propio ocurre con su estética pensada para una moralina ramplona y sus concepciones que acarrean un sedimento reaccionario va desde la apropiación del concepto de libertad, utilizado como sinónimo de guerra de todos contra todos hasta la denigración insidiosa de la perspectiva de género; su desprecio maniqueo y desaforado por las izquierdas; la denostación personal del adversario político, construyendo un fango totalizante difícil de distinguir por los ciudadanos; por la impunidad que demuestra comparando los crímenes de una banda terrorista con los que el estado español convirtió contra sus propios ciudadanos, delitos contra la humanidad que no admiten paralelo. Ayuso falsea la historia, reivindica la tesis de la "leyenda negra", manipula los datos de la realidad, apela a ideas fuerza cuyo contenido conservador no explicita (trabajo, “la España que madruga”, libertad, esperanza, esfuerzo, Constitución, la “defensa de la vida” como explícita contraposición al aborto, reivindicación de las “tradiciones” con el sentido más reaccionario que pueda imaginarse, etc). La lideresa tiene un libreto y cuenta con proyecciones subliminales que la afirman. En cada intervención tarda pocos segundos en inaugurar una verdadera andanada verbal en la que no se le ocurre poner límites porque sabe perfectamente que también en ese momento capitaliza. Hasta sus spots están plagados de señales, gestos e imágenes que coadyuvan a completar una imagen idealizada para un conjunto decepcionado con lo que la política le ha brindado hasta ahora. Y todo eso, Ayuso lo hace con un cuidado meticuloso, con fiereza y una mirada desafiante que precede y acompaña la balacera de hostilidad que infaltablemente habrá de pronunciar. Un liderazgo construido en tiempo record y consolidado a fuerza de votos. Una centralidad que ha cerrado una imagen que coincide con un franquismo que nunca condena y hasta una impostura que se compadece con una estudiada austeridad y una jerga que a cada momento hace recordar su propia historia personal, descripta como sacrificial y meritocrática.

¿Pero por qué hablar ahora de Isabel Díaz Ayuso? Por varias razones. La primera es que el ascenso vertical de Ayuso no ha terminado. Por el contrario, fortalece aún más su indiscutible liderazgo transmitiendo una imagen de accionar permanente, haciendo pie en los temas que más interesan transversalmente a lo que se supone es “la gente de a pie” (otra cosa es lo que en realidad hace con esas cuestiones, pero esto es mucho más difícil de percibir). Ejerce una autoridad contundente, que contraste con perfiles previos frágiles y contradictorios, del pasado inmediato y del presente complejo de España. No duda, sentencia y camina en la dirección de lo que anuncia. No teme a los adversarios, los necesita y se vale de ellos. Los enfrenta, los agravia, los denigra. Marca una línea que puede expresar con preocupante coherencia y no da flancos para que su espacio aparezca con matices o contradicciones internas. Dice que gobierna para todos sus compatriotas desde la comunidad  pero aparta, desecha frontal y expresamente a las izquierdas y a los nacionalismos sin inmutarse. Representa a la derecha dura, lo asume y avanza segura sobre los procesos de síntesis que ella misma ha creado. Lidera un espacio que crece alrededor de su figura. Habilita a VOX pero, hasta ahora, marca diferencias instrumentales con la formación de ultraderecha. Matices que pueden solucionarse en una prieta conversación. Ayuso lo sabe y sabe que cuenta entonces con un ejército ocupacional de reserva.

La última razón por la que es necesario hablar de Ayuso es para advertir que la derecha argentina no ha creado todavía, desde sus probetas hiperactivas, un producto de estas peculiaridades. Pero la empresa no solamente es posible sino que implica un camino recto y pavimentado. A Durán Barba no se le podían pedir (más) milagros, y sin embargo lo logró. Pero no hay duda que la derecha, además de ocuparse de sus internas, está en plena etapa de ensayo y error. Hasta que logre imponer una figura de estas características cuyo mérito es la contraposición con los estilos previos. Una razón más, lateral pero cierta, para fortalecer la coherencia del campo popular en tiempos de semejantes acechanzas. 

(*) https://www.lapoliticaonline.com/espana/politica-es/ayuso-recibio-a-larreta-y-pidio-que-sus-ideas-se-extiendan-por-toda-la-argentina/

Imagen: RTV.es