Por Eduardo Luis Aguirre

Transcurren horas decisivas en el país hermano. El balotaje trasciende largamente el acontecimiento electoral. El fujimorismo juega su última carta para asegurar la continuidad de una herencia macabra. Para garantizar la impunidad de violaciones escandalosas a los derechos humanos, continuar en una senda opaca de corrupción institucional y custodiar los intereses del capital financiero y de su aristocracia, la clase dominante limeña que ha cercado históricamente la Casa de Pizarro.

Mientras el país elabora un duelo estremecedor frente a casi 200.000 muertos producto de la pandemia, y su endeble economía es de las más desiguales del continente, el establishment pone a jugar el esperable coro de los grandes medios en manos de la derecha, la palabra rancia y siempre servicial de Vargas Llosas y hasta el mensaje de algunos jugadores de su selección de fútbol. Se habla de compra de votos y de fraude, algo que no sorprende en lo más mínimo al país porque esas fueron las prácticas recurrentes de Alberto Fujimori y de su hija. Cinco presidentes en un año no son producto de la casualidad, sino del impresionante lobby de la propia candidata, salpicada, al igual que su padre, por acusaciones de diversa índole. Por si esto fuera poco, no podía faltar la prédica sistemática tendiente a demonizar a su contendiente Pedro Castillo. Los rótulos no son originales. Son los que circulan a partir de la construcción de una cultura y un sentido común conservador por toda la región. Reaparece de la nada Sendero Luminoso, circulan los motes de “comunismo”, “populismo”, “dictadura” y tantos otros males que se vaticinan si ocurre la derrota de la postulante derechista. Perú se encuentra en un punto de inflexión, en un momento crucial que se peleará voto a voto, conociendo las herramientas oscuras a las que ha recurrido el fujimorismo en todas las elecciones y sin poder eludir el miedo que construye la derecha en las siempre vacilantes capas medias. Si los vaticinios de paridad se cumplieran, la gobernabilidad peruana no sería para nada sencilla, ya que el Congreso quedaría fragmentado al extremo. Si ganara Castillo (sacó apenas el 19% de los votos en la primera vuelta) la heterogeneidad de su electorado y su casi nula construcción política constituirían dos situaciones problemáticas nada fáciles de revertir. Si se impusiera la derecha, se espera el inmediato indulto de su padre, que purga una pena de 25 años por delitos de lesa humanidad y corrupción perpetrados durante su década de gobierno y la domesticación de la burocracia judicial frente a las imputaciones que pesan sobre la postulante. Como ocurre en el resto del continente, que actualmente encarna un territorio en disputa, esta expresión de la derecha habrá de radicalizarse, con el riesgo cierto que ello implica. Según dan cuenta las agencias internacionales, el resultado de la segunda vuelta no se conocerá esta noche. Habrá que aguardar días tensos para saber si Perú decide alejarse del neoliberalismo fascistizado o repite su trágica historia reciente.