Por Hubert Matías Parajón (*)
Sabido es que los grandes medios de comunicación están conformados por conglomerados concentrados cuya programación se planifica de acuerdo a su propia conveniencia. El análisis de la información en general dista de ser riguroso, pues siempre se ha creído, y aún se cree, que transmiten la verdad de lo que se afirma o se niega. Se confía en esa supuesta independencia de opinión de la que sus comunicadores se jactan y de ese modo, un gran sector de la opinión pública canaliza los mensajes haciéndolos suyos sin advertir que su postura es funcional a las políticas que esas empresas pretenden hacer prevalecer. Ningún gran medio estará dispuesto a ceder en sus pretensiones resignándose a que el poder político le imponga límites a su concentración, y como hasta ahora lo vienen haciendo, continuarán valiéndose de cualquier medida a su alcance con tal de seguir conservando sus privilegios. Si una ley establece mecanismos que impidan la monopolización, cuestionarán su validez constitucional y si su postura no logra tener acogida en las últimas instancias judiciales, persistirán impidiendo su aplicación a través de la complicidad de sectores políticos y judiciales cooptados.
Sabido es que los grandes medios de comunicación están conformados por conglomerados concentrados cuya programación se planifica de acuerdo a su propia conveniencia. El análisis de la información en general dista de ser riguroso, pues siempre se ha creído, y aún se cree, que transmiten la verdad de lo que se afirma o se niega. Se confía en esa supuesta independencia de opinión de la que sus comunicadores se jactan y de ese modo, un gran sector de la opinión pública canaliza los mensajes haciéndolos suyos sin advertir que su postura es funcional a las políticas que esas empresas pretenden hacer prevalecer. Ningún gran medio estará dispuesto a ceder en sus pretensiones resignándose a que el poder político le imponga límites a su concentración, y como hasta ahora lo vienen haciendo, continuarán valiéndose de cualquier medida a su alcance con tal de seguir conservando sus privilegios. Si una ley establece mecanismos que impidan la monopolización, cuestionarán su validez constitucional y si su postura no logra tener acogida en las últimas instancias judiciales, persistirán impidiendo su aplicación a través de la complicidad de sectores políticos y judiciales cooptados.
En este último tiempo la
prensa hegemónica ha asumido una postura ostensiblemente destructiva contra los
procesos de integración latinoamericana que impulsan políticas de inclusión
social hacia los sectores populares más postergados y vulnerables. Sus ataques
se dirigen a instalar la falsa idea de que esos gobiernos provocan una “grieta”
social que genera divisiones sociales que atentan contra la unidad de la
población que debe ir entre “todos juntos hacia adelante”, soslayando que
aquellas reivindicaciones afectan sus intereses económicos y los de sus socios
del capitalismo especulativo.
Toda política
redistributiva que aspire a consolidar una sociedad más igualitaria a través de
un Estado presente que puje por transferir recursos de los núcleos más
privilegiados a los más postergados, será denostada bajo el mote de “populista”
y sus gobernantes sometidos al más feroz acometimiento mediático, desde embates
de índole personal hasta operaciones orquestadas que los involucren en hechos
de corrupción de las que sin pruritos se presten políticos serviles. Una vez
publicada la noticia, cualquier desmentida que ponga en evidencia la falsedad
de la operación no surtirá el efecto de volver las cosas al estado anterior. La
desacreditación será de dominio público y de esa forma el gobierno comenzará a
desgastarse, lo que de inmediato será aprovechado por esos mismos espacios
políticos asociados para acceder al poder desde el que devolverán con creces
los favores recibidos. Lo curioso de este panorama es que, aun a pesar de las
mejoras económicas y sociales obtenidas por muchos que emergieron de esos
sectores excluidos accediendo a una mejor calidad de vida, adopten el discurso
de aquellos que pretenden sustituir el modelo inclusivo nacional por otro
desideologizado que bajo el lema de “cambio” y “unidad” los vuelva a hundir
hacia el abismo del cual salieron. La monopolización de los medios de
comunicación tiene una gravitación directa en ese sentido. Pese a reiteradas
advertencias lanzadas desde otras vías ajenas a esas corporaciones mediáticas,
la respuesta siempre es la misma: “es necesario un cambio”. No basta con
señalar que quienes hablan en nombre del “bien de todos” pretenden imponer
mejoras impositivas que les permita ampliar sus márgenes de ganancia en
detrimento de una inmensa mayoría que asistirá expectante al aumento del pago
de sus servicios, de la ruina de la industria nacional y de las consiguientes
subas de los índices de desempleo y de pobreza. Replicarán con el discurso
mediático de demonización de la asistencia social, de la cobertura previsional,
de la gratuidad de la educación y de los planes de vivienda. Si se les advierte
sobre anuncios de recortes presupuestarios efectuados por los representantes de
esas alianzas conservadoras, contestarán que el “cambio” debe producirse de
todos modos; que pondrán orden “sincerando” la economía y los aún más
optimistas creerán que las políticas públicas mantendrán vigencia. Con hacer
evidente lo que se escucha u observa, no basta. El enceguecimiento de quienes
se obnubilan por esos mensajes de concordia y unión los llevará nuevamente a
ser los excluidos que fueron, de lo que recién se darán cuenta cuando sea
demasiado tarde. En el medio del camino reinará un ambiente de noticias
adornadas que impedirán avizorar su trágico desenlace. Al final del proceso,
comenzará a producirse un mecanismo de culpa y de falta de autocrítica que será
apaciguado por el lugar común de que en definitiva “todo es lo mismo”. Saldrán
de su letargo una vez que la crisis social sobreviniente exponga a esa
dirigencia política a no seguir contando con el blindaje mediático que la
contenía. Y entonces reclamarán que se vayan todos y la política volverá a ser
una mala palabra sentando las bases para la aparición de otros protagonistas, a
quienes se adulará por su éxito y apoliticidad y así todo irá sobre ruedas para
los medios monopólicos: sin grietas, sin cuestionamientos, sin exaltaciones ni
voces disidentes. A ese núcleo de influenciados no le interesará que los
discursos de medios presionen sobre el tema de la inseguridad ciudadana.
Mansamente aceptarán ser “cuidados” sin advertir que a quien se vigile será a
ellos mismos y a los sectores populares, con la excusa de la emergencia por
combatir el delito y el narcotráfico para así ejercer el control social. Los
centros en donde esos narcotraficantes residen nunca serán militarizados. En
suma, mientras siga habiendo concentración de medios, la democracia será una
figura retórica sin contenido, siendo imposible vivir en una sociedad más
igualitaria e inclusiva. La libertad de expresión no puede amparar su
existencia. El desarrollo humano como derecho fundamental seguirá estando
relegado ante la existencia de medios corporativos de comunicación. ¿Llegará
ese ansiado momento en que de una buena vez las sociedades alcancen el grado de
madurez suficiente que les permita avanzar hacia la erradicación definitiva de
la concentración mediática?
*Fiscal Adjunto de Pico
Truncado. Provincia de Santa Cruz.