Desmontando una por una las reformas del estado de bienestar, los gestores del capital avanzan a paso redoblado, dejando a su alrededor un panorama generalizado de desolación y catástrofe social, enajenación de la soberanía, quiebre institucional, exclusión, recorte de las libertades públicas, despidos y persecución sin límites de las voces opositoras. Es claro que, más temprano que tarde, esta agudización de las contradicciones en un estado permanente de excepción, podría precipitar la protesta y movilización de la sociedad, por más que las organizaciones sindicales y el Congreso hayan brillado hasta ahora por su ausencia. Dato para nada subalterno, por supuesto, que ayuda a explicar en buena parte la lógica del embate imperial. Ahora bien, se impone tener en claro que estamos ante un gobierno autoritario con fachada civil, en el que se emulan experiencias internacionales de reciente data, y en cuyo apoyo acuden corporaciones de distinta índole (por ahora mediática, económica y judicial. 


Debe recordarse, y no es éste  un elemento menor, que la Presidenta Cristina Fernández fue destituida por vía judicial antes de que expirara su mandato constitucional). Lo que ocurre en nuestro país ha venido pasando en todas las experiencias recientes de guerras de cuarta generación, con distintos matices. Es importante entonces que las formas de protesta y movilización social -tal cual ha ocurrido hace algunas horas con el abrazo al Congreso- no dejen de pensar en lo gravísimo, en términos de Heidegger. Lo gravísimo sería que esas protestas y movilizaciones de absoluta legitimidad sean exhibidas interna e internacionalmente como intentos obstruccionistas llevados a cabo contra un gobierno "elegido por la vía electoral". Éste es el riesgo crucial de la realidad argentina. Porque, si en cualquier caso, el pretexto fuera utilizado y amplificado por la fenomenal unilateralidad de voces de que dispone el gobierno, y multiplicado por las cadenas hegemónicas afines a nivel global, el problema se profundizaría hasta alcanzar niveles insospechados. Ni hablar si alguna fracción política minúscula, volviera a hacer una lectura equivocada de las condiciones objetivas y subjetivas preexistentes. Vale decir que, en la Argentina, la mentada resistencia debería encarnar formas absolutamente dinámicas, atentas, creativas, conceptuales y sobre todo pacíficas, que no den lugar a ningún tipo de tergiversación que habilite la excusa de cualquier modalidad de "intervención". Ya conocemos la experiencia sufrida por los pueblos que el imperialismo ha caracterizado como "no democráticas". Millones de víctimas consideradas  "nuda vida", al decir de Agamben. Vidas sin valor alguno. Homo sacer. Un error en este punto podría ser fatal para los intereses populares. Eso debería quedar en claro. Lo contrario, sería desconocer el entramado internacional que subyace tras la imposición electoral del PRO y las fuerzas del capital que han hecho posible este desenlace, abstracción hecha de los errores propios. Por otra parte, en este plano el pueblo argentino cuenta con una herramienta institucional de importancia regional estratégica. Hace pocos días, Jorge Taiana asumió como Presidente del PARLASUR. El cargo adquiere una relevancia crucial en esta coyuntura política internacional e interna. Los propósitos del Parlasur son por demás sensibles en el actual escenario continental. Consisten, justamente, en representar a los pueblos cuyos países integran el MERCOSUR, respetando su pluralidad ideológica y política; asumir la promoción y defensa permanente de la democracia, la libertad y la paz; impulsar el desarrollo sustentable de la región con justicia social y respeto a la diversidad cultural de sus poblaciones; garantizar la participación de los actores de la sociedad civil en el proceso de integración; estimular la formación de una conciencia colectiva de valores ciudadanos y comunitarios para la integración y contribuir a consolidar la integración latinoamericana mediante la profundización y ampliación del MERCOSUR. Muchos de estos derechos se han puesto en crisis por parte de la reciente administración. Igual que el pluralismo y la tolerancia como garantías de la diversidad de expresiones políticas, sociales y culturales de los pueblos de la región; la transparencia de la información y de las decisiones para crear confianza y facilitar la participación de los ciudadanos; el respeto de los derechos humanos en todas sus expresiones; el repudio a todas las formas de discriminación, etc, que son justamente los "PRINCIPIOS" del Parlasur. Si asumimos las dificultades que podrían acarrear las tentativas de revisar en el futuro los decretos de Macri (sugiero, para desazón de muchos, la lectura de un exhaustivo análisis del Profesor Gustavo Arballo, disponible en http://www.saberderecho.com/2015/12/el-abc-de-los-dnus.html), es claro que la resistencia institucional debería encontrar en el Parlasur un espacio incomparable para complementar la política y articular los lazos sociales frente al avance del capital.