Por División Las Heras
“Bajo el pretexto de crear una sociedad de beneficencia, se organizó al lumpemproletariado de París en secciones secretas, cada una de ellas dirigida por agentes bonapartistas y en general bonapartista a la cabeza de todas. Junto a roués arruinados, con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos, en una palabra, toda es masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème: con estos elementos, tan afines a él, formó Bonaparte la solera de la Sociedad del 10 de Diciembre, «Sociedad de beneficencia» en cuanto que todos sus componentes sentían, al igual que Bonaparte, la necesidad de beneficiarse a costa de la nación trabajadora" (1).
"Ya conocemos el concepto de lumpen proletariado, pero no
así el de lumpen burguesía, una noción que se introdujo mucho después, haciendo
una cierta analogía a la idea de lumpen proletariado. Originalmente, el
concepto de lumpen burguesía fue usado en Austria por parte de algunos
ideólogos socialistas en los años 20, sin embargo fue André Gunder Frank,
conocido por su teoría de la dependencia, quien en 1972 utilizó el término de
lumpen burguesía en referencia a las clases dominantes de América Latina que,
incapaces de implementar un proyecto nacional autónomo y de articular una
conciencia de clase propia, como lo habían hecho las burguesías de las
potencias europeas y de Estados Unidos, devenían meras sirvientes de los
intereses de las potencias dominantes, principalmente de Estados Unidos y sus
grandes corporaciones transnacionales, a quienes servían como abogados,
supervisores y administradores políticos”(2) .
Nuestros
últimos artículos intentaban expresar la sorpresa generalizada del pueblo
ante la ofensiva brutal del denominado CEOfascismo.
Pese al daño ocasionado, que no solamente no da tregua sino que continúa con
una contumacia febril ascendente, tal vez deberíamos empezar a marcar
ahora lo positivo de algunas certidumbres que vemos después de la sorpresa inicial
y las ruinas que va dejando a su paso el estigma neocolonial, ejecutado por una
nueva especie de hordas bárbaras que llevan adelante el saqueo y la venganza
sobre los supuestos vencidos: el pueblo argentino.
Balbuceando
las consabidas incoherencias de un
sentido común atávico, compatible con el infra desarrollo del pensamiento
abstracto de una derecha violenta, destruyen todo lo logrado, saquean lo que
tiene valor para ellos e intentan escarmentar a aquellas figuras que les representan simbolismos refractarios. Los que
pueden seguir pensando en clave colectiva o crítica, los luchadores sociales,
los militantes políticos, los que -a diferencia
de las escasas frases que es
capaz de repetir de corrido el
presidente, sin haber tenido que memorizarlas previamente- siguen aferrados a
la reposición de argumento como forma de hacer política y, sobre todo, plantan cara a todo intento de retroceso en
materia de derechos humanos, insoportables para la nueva cultura bárbara.
Pero esta
embestida predatoria está siendo llevada a cabo por personeros locales,
managers o CEOs (para respetar la caracterización dominante) que representarían
sus propios intereses y sus percepciones e intuiciones del mundo, además de la
decadencia del capitalismo global.
Es cierto que
en la práctica están sirviendo a otros sectores más poderosos y transnacionales
donde el interés principal es la maximización de la ganancia y el
mantenimiento del poder.
Pero la
pregunta es si son necesariamente lo mismo. El pasado de rapiña de los
principales funcionarios, que en algunos casos (no muchos) quizás no
perpetraron los actos de corruptela convencional que erizan la piel de la clase
media local, sino que directamente apoyaron los intereses imperiales en contra
del pueblo argentino (vuelvo a la diferenciación categórica – y vigente- de
Jauretche entre moral y moralina doméstica y a la imposibilidad de esta
burguesía nacional de enhebrar un proyecto capitalista nacional), así parece
confirmarlo. Estos gerentes no forman parte del pueblo, ni tampoco son, ellos
mismos, la oligarquía, el capital financiero global ni el imperialismo. Es más,
este último ha apelado, en sus cruzadas reciente de control global punitivo a
otro tipo de lúmpenes. Barras bravas
en los Balcanes, mercenarios en medio oriente, por citar sólo algunos ejemplos.
Pero aquellos
dos factores, la maximización de ganancias y el mantenimiento del poder, son
definitorios, porque son los que están en crisis en el actual sistema
capitalista mundial.
Y el avance
realizado sobre ellos durante el gobierno anterior (al igual que en otros
países de América Latina) encendieron todas las luces de alarma y provocaron
semejante reacción imperial, cuya tarea sucia realizan las fuerzas de choque de
la lumpen burguesía.
Eso
explicaría nuestra pregunta y daría cuenta de por qué el macrismo no construye
política y, en cambio, avanza brutalmente sobre derechos humanos, civiles,
políticos, sociales, económicos y hasta embiste contra denominadores comunes de la
nacionalidad, asentados en el propio artículo
1º de la Constitución de 1853-60 (la forma federal de gobierno, agraviada con
el aumento de la coparticipación de la CABA por decreto).
Es que,
precisamente, la situación del capitalismo a nivel internacional es muy frágil
y los grupos financieros dominantes han decidido resolverlo yendo por todo, concentrando aún más
aceleradamente la riqueza y provocando sucesivas intervenciones extranjeras que
provocaron la ruina de muchos países no afines.
La acumulación
de fuerzas de los pueblos, en cambio, ha sido ir lentamente conquistando espacios
y derechos sin llegar a transformaciones estructurales. Si por estructurales
seguimos concibiendo la propiedad de los medios de producción y comunicación.
Este trabajo político
colectivo ha derivado en el “empoderamiento” de sectores cada vez mas
importantes, empezando por los propios trabajadores, que sin haberse puesto a
la cabeza de la lucha han ido desarrollando una conciencia importante de sus
derechos y su lugar en la sociedad.
La insólita
ofensiva bárbara, ha provocado una rápida reacción del pueblo en general y de
los trabajadores en particular, que con su organización espontánea y sin una
dirección de los partidos y grupos
políticos tradicionales, ha comenzado a llenar las plazas de una manera tan
urgente, pacífica y masiva que tal vez no reconozca precedentes en otro lugar
del mundo.
La tarea
inmediata es profundizar el empoderamiento tratando de entender cada ofensiva
neoliberal, generalizando la discusión en lo profundo del pueblo.
La táctica
general de los bárbaros ha sido menospreciar el desarrollo cultural y político
del pueblo argentino. Por eso intentan pararlo destruyendo los derechos conquistados. El
argumento es que han vivido por encima de sus posibilidades reales y por lo tanto ahora el
ajuste, la renuncia, el sacrificio y la penuria son inexorables.
Pero,
paradójicamente, ya es tarde para eso. El pueblo argentino tiene 70 años de
memoria histórica y sabe que la pobreza no tiene ontología propia y es
contingente. Y, por su conciencia y grado de politización, no
va a permitir los retrocesos que programan las nuevas fuerzas atilanas. Que a su vez no
comprenden este grado de conciencia y creen que el intento desestabilizador de
la democracia y la república es viable mediante estos métodos.
Justamente en esta debilidad tenemos que trabajar todos,
aumentando la comprensión del conjunto para facilitar y profundizar lo que, por
su cuenta y sin deberle nada a nadie, empezó a realizar el pueblo argentino. En
definitiva, se trata de organizar la resistencia porque el avance del pueblo no
se hará esperar.
(1)
Marx:
el 18 Brumario.
(2) file:///C:/Users/Eduardo/Downloads/Agencia_Venezolana_de_Noticias_-_Lumpen_Burguesa_-_2014-03-26.pdf).