El regreso al tutelaje y la
intervención devastadora del capitalismo financiero y sus instituciones
fundamentales constituye una nueva evidencia de la decisión conservadora de "asaltar"
el Estado argentino para recomponer desde lo institucional la tasa de ganancia
apetecida por el gran capital diversificado, que convive en un opaco entramado
con el mercado mundial en crisis. En esa lógica deben leerse también la "urgente"
supresión o baja de retenciones agropecuarias que ha decretado el gobierno, la
revisión de aranceles de importación (en un momento en el que el mercado global
está ávido de encontrar espacios para inundar de mercancías) y la réplica casi
calcada de algunos instrumentos financieros que dieron lugar a la
"bicicleta" en los 80/90: aumento de la tasa de interés (ya
recordamos la liviandad con la que Prat-Gay lo planteó en la conferencia en la
que dio por terminado el denominado "cepo"), avance en los mecanismos
de endeudamiento, etcétera. Lo degradado (y "lo bárbaro"),
perpetrado a niveles de aceleración fatal, parece caracterizar la etapa actual
del sistema capitalista. Y no sólo en la Argentina.
Mientras tanto, en la expectativa de lo que
internamente sobrevendrá, observamos algunos datos estadísticos de la
evolución de precios de la canasta básica, que miden desde
noviembre/diciembre de 2015 (justamente cuando el estado de excepción se
aceleró). Allí se advierten picos del 60% de aumento de los productos, y casi
nada baja del 45%. Si el "nuevo" Indec (custodiado bajo siete llaves
como un secreto de estado por el otrora crítico Todesca) dice que
necesita un año para dar información oficial, y Prat-Gay "calcula"
una inflación del 20/25% para el año, lo único que está haciendo es advertir
"arréglense con algo así en las próximas paritarias", disciplinando
con los despidos que vienen en marcha, y habilitando, de hecho y de palabra,
para que las empresas empiecen a imitar al estado. Si la resistencia avanza me
parece que concebirán una 2da etapa, que supone una vuelta a la manualística
brutal de Broda, Espert y Melconian. Por algo Guillermo Moreno insiste en estar
atentos a lo que baja desde el Banco de la Nación. Esa vuelta asfixiante de
tuerca solamente se sostiene con mayor represión y control social. El
gobierno dispone del más variado menú que en esa materia le ofrecen las
instituciones globales del capital. Desde el ajuste, la persecución política,
la censura, la colonización del poder judicial y de buena parte de la clase
política, la violación sistemática de la Constitución y las leyes y la
reposición de un sistema de creencias reaccionario y genocida, hasta la
militarización y policización del territorio nacional.
La lucha contra el narcotráfico, la ley de derribos y la
amenaza de tomar las villas por asalto son parte de ese entramado y de esas
variadas formas que asume el castigo en la modernidad tardía. Detengámonos un
momento a analizar este concepto, porque resulta fundamental para los tiempos
que vienen en la era del capitalismo bárbaro.
En primer lugar, admitamos que la
noción de castigo se ha vuelto polisémica en el tercer milenio, y en
muchos de sus significantes ha recuperado un prestigio y un consenso
sorprendentes.
Si bien es posible establecer
analogías conceptuales con las lógicas legitimantes que respecto del mismo se
acuñan desde la más remota antigüedad, nunca como ahora el castigo ha derivado
en un fetiche disciplinar aceptado en claves diversas. Que en todos los casos
cancelan cualquier tipo de cuestionamiento a una práctica violenta a la que se
introyecta en la sociedad globalizada como una categoría con pretendida
“ontología propia” y se la reivindica y naturaliza como necesaria y útil. De
esa manera, se castiga a los díscolos, a los insumisos, a los diferentes, a los
que son portadores de identidades concebidas como negativas o de mercancías o
sustancias prohibidas, pero también a los que no comparten los modos de vida
hegemónicos ni la axiología sustentada en un unidimensionalismo cultural que galvaniza
esa gigantesca aporía a la que denominamos “occidente”.
Los castigos saldan las
conflictividades en los núcleos más íntimos y cotidianos (la familia, la
escuela, la empresa, la fábrica), en los espacios emblemáticos de reproducción
del poder de los estados nacionales (cárceles, hospicios, fuerzas de seguridad,
ejercicios del derecho a la protesta social colectiva, etc) e incluso en las
relaciones globales (guerras de baja intensidad, intervenciones policiales de
alta intensidad, relegitimación del crimen de agresión, intervenciones armadas,
desmembramiento territorial de naciones enteras, crímenes contra la humanidad
sin precedentes, ejercicios de justicia por mano propia, violaciones
sistemáticas de Derechos Humanos, etc).
Explorar cómo una
institución basada exclusivamente en la fuerza y en la capacidad de dominar la
voluntad de los más débiles a través de la violencia conserva su prestigio en
las lógicas y retóricas mayoritarias constituiría un trabajo que excedería
holgadamente los objetivos de esta nota.
Pero es inexorable
analizar la relación de fuerzas que mediante todo tipo de punición impone el
capital, para entender el tipo de autonomía decisoria que conservan los
populismos insumisos en este arduo amanecer del tercer milenio.
La pregunta sigue siendo,
entonces, qué hacer.
Las respuestas pueden ser
dadas en distintos planos. Táctico, estratégico, político, ideológico.
Elegimos deliberadamente
plantearnos estirar el límite de lo posible hasta el horizonte más generoso que
han reconocido nuestras transformaciones democráticas.
Todavía resuenan los ecos
de los conceptos visionarios de un anciano patriota que planteaba urgencias y
necesidades, en las que seguramente, como a lo largo de nuestra historia, el
pueblo seguirá confluyendo en salvaguarda de sus intereses colectivos, dada la
dramática actualidad de aquel diagnóstico.
"El primer
objetivo del Modelo Argentino consiste en ofrecer un amplio ámbito de
coincidencia para que, de una vez por todas, los argentinos clausuremos la
discusión de aquellos aspectos sobre los cuales ya deberíamos estar de acuerdo.
(....)
Es evidente que las
"recetas" internacionales que nos han sugerido bajar la demanda para
detener la inflación no condujeron sino a frenar el proceso y a mantener y
aumentar la inflación. Por épocas se bajó la demanda pública a través de la
contención del gasto -olvidando el sentido social del gasto público-; se bajó
la demanda de las empresas a través de la restricción del crédito -olvidando
también el papel generador de empleo que desempeña la expansión de las
empresas-; y se bajó la demanda de los trabajadores a través de la baja del
salario real. (...)
Poco nos dirán los
impactantes índices de crecimiento global si no vienen acompañados de una más
equitativa distribución personal y funcional de los ingresos que termine
definitivamente con su concentración en reducidos núcleos o elites que han sido
las causas de costosos conflictos sociales. (...)
Los medios de
comunicaciones masivos se incrementaron, sometidos a los intereses de las
filosofías dominantes. Así, dichos medios se convirtieron en vehículos para la
penetración cultural. No extraña, pues, que una evolución de la escala de
valores vigentes hasta el momento incluya el aprecio por "tener" y la
"seguridad". (...)
Creo que ha llegado la
hora de que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la
marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del
medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de recursos naturales, el
crecimiento sin freno de la población y la sobreestimación de la tecnología, y
de la necesidad de invertir de inmediato la dirección de esta marcha, a través
de una acción mancomunada internacional". (*)
Juan Perón, el
extraordinario estadista latinoamericano, pronunciaba el 1º de mayo de 1974,
ante el Congreso de la Nación, este discurso que marcaba la disyuntiva
fundamental de la Patria, a la vez que se constituía en uno de sus legados
conceptuales de mayor trascendencia, capaz de abarcar más de cuarenta años de
revolución, masacre y contrarrevolución en la Argentina y también de interpelar
a extraños y propios. En menos de una página, como una suerte de eterno retorno
en la historia de los pueblos sojuzgados,el anciano líder describía el agobio
de la situación internacional, las complicidades de las corporaciones externas
e internas, lo regresivo -por antinacional- del recetario neoliberal y la
necesidad de llevar a cabo una política emancipatoria unitaria, basada en los
intereses del campo popular.
(*) Este tramo del histórico mensaje ha sido extraído de la página 240 del libro "La Lealtad", de Aldo Dezdevich, Norberto Raffoul y Rodolfo Beltramini, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2015.