El significativo triunfo obtenido por el FPV en las elecciones-PASO recién celebradas en la Argentina, permite completar, al menos en parte, el análisis que intentábamos en un artículo anterior ("El imperio contraataca"). Más allá de las evaluaciones que los comicios permiten llevar a cabo en el frente interno, no hay dudas que el resultado impugna una realidad regional preocupante, donde los intentos de golpes blandos se suceden sistemáticamente contra las gestiones populistas del Cono Sur.
El avance sostenido de los poderes fácticos y los experimentos desestabilizadores imperiales, fueron literalmente pulverizados por la posibilidad concreta de que el proyecto emancipador argentino, con sus más y sus menos, aspire como mínimo a gobernar durante un nuevo mandato.
No debe sorprender que Argentina pueda poner un límite democrático a las pulsiones golpistas que se intentaron hasta horas antes de la compulsa.
El peronismo -y el kirchnerismo reprodujo y profundizó esta tendencia- ganó la primera batalla cultural y tendría una nueva oportunidad de dar la disputa política por la segunda. De él depende.
Mientras tanto, las intentonas golpistas se suceden en el Cono Sur sin solución de continuidad. Acontecen en Ecuador, Bolivia, Venezuela y Brasil.
En este último caso, las marchas multitudinarias de la oposición no trepidan en compartir espacio con proclamas golpistas que claman por una intervención militar a la vieja usanza.
Por supuesto -y tal como lo hemos analizado pormenorizadamente en este espacio- las primaveras necesitan valerse de los errores de los gobiernos populistas. Que los hay, y muchos, y que -infelizmente- en la mayoría de los casos fueron y son evitables. La corrupción, en este caso brasileña, y además gigantesca, es uno de los pretextos preferidos, que nubla la visión política de amplios sectores sociales que -paradójicamente- fueron promovidos en buena medida por los gobiernos contra los que marchan.
El gigante sudamericano incorporó al consumo, durante la gestión del PT, a más de 40 millones de habitantes. Un número equivalente a toda la población argentina, donde se suceden turbulentas operaciones mediáticas y políticas tendientes a evitar un nuevo triunfo del FPV en las elecciones de octubre.
Las clases medias, ese sujeto político inasible, difícil de caracterizar atendiendo a las viejas narrativas del marxismo tradicional por su ubicación en los procesos productivos, amenaza convertirse en árbitro de los nuevos conflictos políticos que habrán de sellar la suerte del Continente, en la disputa por su segunda independencia.
Volubles, individualistas, sin conciencia de sus propios intereses y de las contradicciones fundamentales entre las que se debate América Latina, amplias capas de las clases medias son el objeto de la mayoría de los mensajes políticos y mediáticos. Especialmente de aquellos que intentan promover, facilitar o acompañar la desestabilización de las administraciones populistas.En palabras de Julio Mafud: "De ahí las oscilaciones tan comunes de la clase media para buscar una ubicación social en la sociedad del presente y del futuro. Esto también indica con claridad porque la clase media casi siempre se encuentra sin ideología permanente y sin conciencia social para actuar. En una sociedad de alta tasa de movilidad social la clase media queda sitiada desde dos extremos: por la falta interior de ordenación jerárquica y por la débil autoidentificación. En el primer extremo toda jerarquía se desmorona: no permite entregarse a ningún nivel estable. En el segundo, el individuo se siente siempre de paso preparado para vivir o escapar de su nivel social. Una fuerte movilidad social está en todos los casos en razón inversa de una fuerte jerarquización social. Dentro de la movilidad social todos están movilizados para despegar hacia el status social que desean. De ahí que en este proceso nunca hay conflicto de clase hay conflictos en los individuos. Cada individuo termina "des-socializado" por el querer y el poder". "En las sociedades inmigratorias como la argentina la clase esencialmente receptora es la clase media. Esto tiene una fundamentación sociológica clara: las clases medias como no tienen los caminos tradicionales de ascenso intentan abrazar caminos nuevos. En muchos casos, como la clase alta tiene monopolizados totalmente los caminos tradicionales no quedan otros caminos que los de bienes materialistas. De aquí nace naturalmente el "espíritu" progresista y de empresa de la clase media argentina. Por ejemplo, la clase media en casi todos los casos tiene necesidad de adquirir más cultura y más educación especializada. Esto se lo exige su ligazón social con el aspecto material y técnico de la sociedad en que vive. Como estas clases tienen vedado los caminos tradicionales de la clase alta: "antecedentes sociales" que vienen del patriciado o de "procederes" buscan otros medios y caminos al margen de los conocidos. De aquí se explica sociológicamente que en las sociedades inmigratoriasengan siempre un gran peso los bienes materiales. Esto se observa bien en las sociedades cuyos miembros provienen de la inmigración como en la Argentina. En tanto que la clase media creciente exaltaba los nuevos valores: trabajo, educación técnica, esfuerzo que la clase alta rechazaba. En tanto que la clase alta exorbitaba sus "titularidades nobiliarias" la clase media los rechazaba y hasta los ironizaba. En toda la obra de Fray Mocho está este rechazo y negación. Para. la clase media los bienes materiales adquirían un gran peso en el ascenso. Para la clase alta lo tenían los "antecedentes sociales". Ser "hijo de Mitre" o "hijo de Anchorena" eran los mejores antecedentes para ascender como dice Fray Mocho y otros cronistas de época." (*). Ahora bien, qué es lo que ha pasado en Argentina y también en los países que ensayan experiencias autonómicas en la región, que las clases medias se vuelvan hostiles respecto de los gobiernos que facilitaron su ascenso social. Contamos con varios interrogantes y pocas certezas para responder esta perplejidad nodal. La primera, indudable, es un proceso de alienación del cual la clase media no puede sustraerse por la ya mentada debilidad de su conciencia (en sí y para sí). Esa debilidad le impide internalizar otras lógicas que las que imparten las clases dominantes a través de campañas sistemáticas desplegadas por los medios de comunicación más concentrados, que además se replica por otros aparatos ideológicos del Estado, tales como las Universidades y las escuelas. El discurso colonial se asienta sobre las bases subsistentes de las usinas ideológicas del conservadurismo social. También es cierto que su concepción sacrificial de la existencia la hace particularmente proclive a la sacralización de lo que interpreta como un todo ético compartido por el conjunto. Medios lícitos para lograr objetivos lícitos, al menos como mandato. El sueño americano en su versión criolla clásica. Eso explica la animadversión respecto de las prédicas constantes sobre temas tales como, por ejemplo, la corrupción, a la que identifica como el centro de todos sus males y privaciones y también de la "decadencia" de la sociedad que integran. La demanda de "orden" refuerza esos contenidos pétreos y crea "enemigos" internos portadores de "inseguridad" respecto de los bienes que tiene y a los que aspira, buena parte de los cuales se forjan en un imaginario imitativo de las clases dominantes. Los proyectos keynesianos puestos en práctica por algunos de los gobiernos latinoamericanos -incluido, desde luego, el argentino- son portadores de sus propias limitaciones. Crea "consumidores" como forma de fortalecer el mercado interno, y apela a un capitalismo "bueno" liderado por una burguesía nacional. Para ser sinceros, este límite en términos de justicia distributiva y expansión de derechos no es patrimonio exclusivo de los latinoamericanos. China misma especula con ensanchar la base social con acceso al consumo para limitar el impacto de tasas de crecimiento más lentas en los países con los que establece el flujo de intercambio económico y comercial más voluminoso. Pero, fatalmente, el consumidor debilita al ciudadano. Lo aleja de la condición de parte indivisible de los procesos de transformación social colectiva que necesariamente se enhebran desde una conjunción solidaria. Los indigna. A veces, con razón.
Los ejemplos de 2001 en nuestro país, los últimos resultados de las elecciones en Latinoamérica, y la aparición de fenómenos difícilmente explicados por la teoría política, como Syriza y Podemos así parecen confirmarlo. Hay un denominador común entre todos ellos.
Los ejemplos de 2001 en nuestro país, los últimos resultados de las elecciones en Latinoamérica, y la aparición de fenómenos difícilmente explicados por la teoría política, como Syriza y Podemos así parecen confirmarlo. Hay un denominador común entre todos ellos.
Los brutales procesos de movilidad social han impactado en el humor de millones y millones de ciudadanos de todo el mundo. En términos de movilidad horizontal, a partir del drama global de las migraciones forzadas y, desde una perspectiva vertical, mediante el descenso social aluvional que caracterizaron los procesos de fragmentación social neoliberales, parece gestarse una nueva cultura donde la indignación de la clase media uniformiza el paisaje universal, más allá de las diferencias de las experiencias sociales recientes. El miedo a la caída desde un estatus débil e inestable, atraviesa las conciencias difusas, confunde los adversarios e impide distinguir lo esencial de lo que le accede. Ese conjunto de intuiciones se profundizó con el impacto que las clases medias sufrieron a manos de las administraciones neoliberales de fines del siglo pasado: "La profunda brecha que se instaló entre ganadores y perdedores echó por tierra la representación de una clase media fuerte y culturalmente homogénea, cuya expansión a lo largo del siglo XX confirmaba su armonización con los modelos económicos implementados" (**).
El fenómeno de la indignación clasemediera y sus diferentes y a veces contradictorias reacciones no es un patrimonio insularizado en América Latina: "Buena parte de la población tendrá que acostumbrarse a vivir con menos, lo que resultará particularmente doloroso para una clase media que pensaba que el futuro iba a ser suyo y que ahora ve cómo le espera, en el mejor de los casos, el regreso al nivel de vida que tuvo décadas atrás, cuando emigró de los pueblos a las ciudades. Ése va a ser el gran espacio electoral de los próximos años. En esta nueva composición social, las clases medias altas están reduciendo su número, los obreros industriales del pasado son ya casi inexistentes a causa de la globalización, y las florecientes clases medias se han convertido en personas que tienen todos los distintitvos de esas capas (formación profesional, costumbres, objetos de estatus) pero que viven con el nivel de ingreso de las clases trabajadoras. Este sector social, que es numéricamente significativo, que tiene razones para el descontento y que cada vez gozará de menos oportunidades, está siendo esencial en la política europea y lo será aún más en el futuro. En este entorno, las iniciativas populistas que pongan el acento en
lo material y que apuesten por líderes más auténticos, se convertirán en una fuerza electoral y socialmente poderosa. Hasta ahora, la única formación capaz de activar ese resorte en España ha sido Podemos. Por más dudas que existan sobre cómo administrarán el éxito, lo cierto es que han abierto una puerta que ya no será tan fácil cerrar. Porque si no la aprovechan ellos, lo harán otros" (***).
"Piquete y cacerolas, la lucha es una sola", resuena como una letanía. Y ocurrió hace menos de quince años. En la actualidad, gran parte de la clase media cierra filas con los grandes medios de comunicación, sigue a los periodistas estrellas de las corporaciones y el imperialismo, se suma a la prédica estigmatizante de las experiencias populistas y marcha con lo peor de la derecha. De nuevo, en términos de construcción de este nuevo sujeto, probablemente debamos escuchar otras "malas noticias" del psicoanálisis, en palabras de Jorge Alemán: el sujeto es el botín de guerra del capital. Las clases medias, que -vale recordarlo- engrosan la categoría de pueblo, cuyas demandas, escuchadas que fueron y estructuradas en un proyecto colectivo, construyeron los liderazgos progresistas, comienza a desalentar un determinismo teleológico que en muchos casos no se plantea trascender los límites de un capitalismo autonómico. No se suma a las tumultuosas revoluciones inconclusas, ralentizadas por sus propias inconsistencias. La debilidad y el burocratismo de las instituciones regionales inconclusas creadas por estos mismos pueblos (CELAC, UNASUR, ALBA, MERCOSUR) potencian las alarmas. Hace pocos años, Evo Morales reclamaba un organismo común de defensa para América Latina. Estamos lejos de concretar ese objetivo. La organización de los pueblos, el instrumento que reclama el Papa Francisco transita uno de los momentos más difíciles. El desafío no es menor. Hay que ensanchar las bases de sustentación de los proyectos populistas, estirar los límites políticos de lo posible, recrear la legitimidad cuestionada, reposicionar el argumento como forma de hacer política y superar la tentación recurrente a las consignas vacías de contenido, que han dado muestra de un agotamiento irreversible. En definitiva, articular nuevas formas de organización popular y dar, por fin, la segunda batalla cultural.
"Piquete y cacerolas, la lucha es una sola", resuena como una letanía. Y ocurrió hace menos de quince años. En la actualidad, gran parte de la clase media cierra filas con los grandes medios de comunicación, sigue a los periodistas estrellas de las corporaciones y el imperialismo, se suma a la prédica estigmatizante de las experiencias populistas y marcha con lo peor de la derecha. De nuevo, en términos de construcción de este nuevo sujeto, probablemente debamos escuchar otras "malas noticias" del psicoanálisis, en palabras de Jorge Alemán: el sujeto es el botín de guerra del capital. Las clases medias, que -vale recordarlo- engrosan la categoría de pueblo, cuyas demandas, escuchadas que fueron y estructuradas en un proyecto colectivo, construyeron los liderazgos progresistas, comienza a desalentar un determinismo teleológico que en muchos casos no se plantea trascender los límites de un capitalismo autonómico. No se suma a las tumultuosas revoluciones inconclusas, ralentizadas por sus propias inconsistencias. La debilidad y el burocratismo de las instituciones regionales inconclusas creadas por estos mismos pueblos (CELAC, UNASUR, ALBA, MERCOSUR) potencian las alarmas. Hace pocos años, Evo Morales reclamaba un organismo común de defensa para América Latina. Estamos lejos de concretar ese objetivo. La organización de los pueblos, el instrumento que reclama el Papa Francisco transita uno de los momentos más difíciles. El desafío no es menor. Hay que ensanchar las bases de sustentación de los proyectos populistas, estirar los límites políticos de lo posible, recrear la legitimidad cuestionada, reposicionar el argumento como forma de hacer política y superar la tentación recurrente a las consignas vacías de contenido, que han dado muestra de un agotamiento irreversible. En definitiva, articular nuevas formas de organización popular y dar, por fin, la segunda batalla cultural.
(*) "Sociología de la clase media argentina", Distal, Librería Editorial, 1985, p. 3.
(**) Svampa, Maristella:" Clases Medias , Cuestión Social y Nuevos Marcos de Sociabilidad", disponible en http://www.maristellasvampa.net/archivos/ensayo05.pdf
(***) Hernández, Esteban: "¿Por qué una campaña tan vieja como la de Podemos funcionó y por qué volverá a funcionar?", en "# PODEMOS. Deconstruyendo a Pablo Iglesias", Ed. Deusto, Barcelona, 2014, p. 111.
(***) Hernández, Esteban: "¿Por qué una campaña tan vieja como la de Podemos funcionó y por qué volverá a funcionar?", en "# PODEMOS. Deconstruyendo a Pablo Iglesias", Ed. Deusto, Barcelona, 2014, p. 111.