Por Eduardo Luis Aguirre
Hay algo que, lo desvele o no, implica y complica la existencia de Juan Pueblo. Seguramente intuye que vive en un mundo diferente al que imaginaron las generaciones precedentes, las que dictaron las normas no escritas sobre el bien y el mal, sobre los valores, sobre las lógicas de supervivencia, el alcance del principio del pacer y la pulsión de muerte.
En definitiva, sobre las percepciones e intuiciones mayoritarias, aquello que habitualmente denominamos el sentido común. Aquel funcionamiento pastoral, aquella forma de administrar las frustraciones ha cambiado drásticamente. Este mundo no es fácil de entender, ni para los ciudadanos en estado de decepción profunda ni para los políticos que –se supone- siempre fueron los encargados de comprender la realidad que los circunda. Pues no. La imposibilidad de gobernar las almas con la certidumbre pastoral con la que lo hizo la iglesia católica en el medioevo europeo o el neoliberalismo actual han introducido un gigantesco elemento confusional que atraviesa el “aparato psíquico” (Villacañas dixit) o los procesos de individuación o subjetivación del hombre educado y controlado desde el consenso de Washington. También, el de los funcionarios que tienen a su cargo el gobierno de los estados en medio de crisis cataclísmicas y hasta ahora desconocidas. La reacción ligera y siempre irreflexiva de estos “gestores” políticos” frente a las grandes problemáticas que depara el capitalismo neoliberal así parecen confirmarlo. Se han convertido en portadores de mantras, en inventores de brebajes inocuos frente al avance incontenible de lo tan temido. Algo de eso se puso en evidencia desde el inicio del gobierno de Alberto Fernández. La ampulosidad del anuncio de denunciar penalmente el carácter ilícito de la deuda contraída por el macrismo (el funcionario que lo adelantó renunció en los últimos meses sin que exista –como era esperable- noticia alguna sobre el tema) es un buen ejemplo de las proclamas desenfocadas de aquel comienzo. Algo de eso sigue en plena ebullición en el convulsionado presente argentino: según los diarios porteños, un juez “sería denunciado por falso testimonio durante su exposición ante la Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados”. Otra bala de fogueo con la que se intenta dar una batalla política, semejante a la inexistente “fuga de capitales”. Tenues intentos de gobernar las almas creyentes. Ni la ominosa deuda de Macri podía esgrimirse como un delito (por reprochable que resulte) ni mentir frente a una comisión de juicio político configura un falso testimonio, que es un delito contra la administración de justicia y exige que la falsedad se exprese frente a un tribunal de justicia. Entre ambos, declaraciones, iniciativas, anuncios, controversias y escándalos que no rozan siquiera la material omnipresente que nos abruma. Un gobierno que se debatió muy respetablemente frente a la pandemia, que habilitó una multiplicidad de obras a lo largo del país, incluyendo un gasoducto estratégico, que hizo lo que pudo ante el FMI, aunque ese hacer deparara errores técnicos severos de los funcionarios responsables, sigue empeñado en la temeridad de atender únicamente a la superestructura como herramienta política fundamental. Es una lástima. Economistas como Claudio Scaletta o Eduardo Crespo (recursos a los que me guiaron férreamente mis amigos economistas de militancia añosa) marcan casi a diario una secuencia de diagnósticos y caminos posibles (*). Para poder reparar en ellos habría que leerlos. Pero antes de leerlos habría que comprender el mundo y su nueva geopolítica, que nos concierne tal vez como nunca antes. También la necesidad y las vías de desarrollo de la materialidad de la política, que es la economía. Porque en pocos años es muy probable que nuestro país sea superavitario en divisas. La famosa restricción sería un recuerdo penoso y la cuestión del desarrollo se vuelve crucial. El tema es quién habrá de quedarse con el corazón del botín en ese caso. Esto también es un tema que habría que debatir regulando la asistencia a los juzgados y racionalizando la judicialización de la política, complique a quien complique. Yo no sé si el gobierno toma nota del crecimiento descomunal del PBG de las provincias donde se ha precipitado la exploración y explotación de RN. Algunos estados provinciales ya son cuasi emiratos. El desarrollo pondrá de inmediato sobre la mesa un debate sobre la soberanía y el cuidado de nuestros recursos. Si tenemos en cuenta que la OTAN maneja desde hace 40 años un polígono estratégico que componen la isla de Pascua, la Ascensión, Malvinas y demás islas del Atlántico Sur, la pelea por minerales y otros recursos (incluido el agua) ha devenido una cuestión crucial y urgente. Llama a la puerta ahora. El salto cualitativo y cuantitativo del desarrollo ha empezado a pesar de las trifulcas de palacio. Que alguien se lo advierta al Frente que gobierna.