Por Eduardo Luis Aguirre
La Academia Sueca reconoció en 2019 la obra del escritor austríaco Peter Handke (Griffen, 1942) con el Premio Nobel de Literatura. La premiación estuvo atravesada, antes, durante y después de producida, por una cantidad de polémicas probablemente sin precedentes. El libro galardonado, “Preguntando entre lágrimas” (Alento, 2000) es un ensayo crudo, extremo, contrahegemónico y contracultural sobre la Guerra de los Balcanes. Allí, el escritor describe con lujo de detalles su propia constatación histórica sobre la confrontación que terminó con el proyecto de unidad yugoslava, registró la primera intervención de la OTAN reconvertida de alianza estratégica defensiva en la más grande coalición militar ofensiva de la historia humana, y puso en tensión al de por sí cuestionado Tribunal Internacional ad- hoc que se creara con posterioridad al conflicto para juzgar las atrocidades cometidas en el mismo. Handke, acusado de negacionismo en buena parte del mundo, no se ocupa a los largo de 231 páginas de soslayar ninguna de las cruzadas sangrientas perpetradas en el entramado bélico. Sí se propone cuestionar el relato hegemónico globalizado y darle voz a los perdedores y mayoritariamente condenados después del enfrentamiento. “Es hora de dejar atrás la percepción unilateral de la guerra”, concluye el autor. No es tanto lo que Handke dice sino lo que su estilo deja inscripto para siempre en una historia crítica convertida en tránsito literario. “Todo el país de Serbia, toda Yugoslavia (la Yugoslavia “medular”, según el actual mensaje bélico, una país que será pronto el resto del resto de Yugoslavia) se ha vuelto una gran y silenciosa oración en estos días de marzo y abril de 1999” (1), describe este autor casi clandestino, que vive solo y escribe en soledad junto a un bosque situado a pocos minutos de tren de París. El austríaco se caracterizó, a lo largo de su prolífica obra por ser un escritor difícil de emular al momento de describir. Evoca como nadie, en lo que parece ser su mayor fortaleza, momentos, diálogos, paisajes, imágenes, sensaciones, conflictos y miradas desgarradoramente humanas. Todo ello atravesado por un estilo y una puntuación que parecen no ofrecer tregua al lector. Lo había demostrado acabadamente en “El miedo del portero ante el penalti” (1970) y “Carta breve para un largo adiós” (1972). Por supuesto, rubrica ese recurso en “Preguntando entre lágrimas”, escrito 20 años antes de la distinción, que inmortalizara al ingeniero en armamentos Alfred B. Nobel, inventor de la dinamita, como se encarga de recordar mi amigo Ignacio Castro Rey, reconocido filósofo y crítico de arte (2). El autor da cuenta meticulosamente de sus dos viajes a la antigua Yugoslavia, se detiene en un análisis descarnado del cometido del “Gran Tribunal” y se adentra en una cronología de las complejas guerras balcánicas.
En la ceremonia de gala, Handke se permite jugar con las palabras y señalar un derrotero ético: “No me han premiado a mí, se ha elegido una obra”. La frase, pronunciada en el marco de un discurso breve, resuena e impacta a una audiencia selecta y a las quinientas personas que protestaban en Estocolmo justamente por esa elección. El clima circundante hizo que el rey, atento a la prédica de la prensa internacional, se sentara bien lejos de ese escritor gigantesco. Conjeturamos que tal vez Handke habrá asumido esa inusual contingencia echando mano a una frase que pronunció en uno de esos reportajes que siempre le generaron comprensibles reservas: “¿El Nobel? Hay que continuar como si nada. Es uno de mis motivos en la vida: hacer como si nada. Aún tengo cosas que contar, rimar e imaginar”.
(1) “Preguntando entre lágrimas. Apuntes sobre Yugoslavia bajo las bombas y en torno al Tribunal de La Haya”, p. 41.
(2) “El miedo del día al susurro”, disponible en http://www.derechoareplica.org/index.php/filosofia/1214-el-miedo-del-dia-al-susurro
Peter Handke, el Premio Nobel al escritor maldito
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