Han sido numerosas las oportunidades en las que nos hemos ocupado en este espacio sobre la necesidad de inaugurar una nueva matriz, americana, emancipatoria, contrahegemónica y no eurocéntrica de los DDHH.

En muchas ocasiones hemos referido, también, nuestra preocupación por la forma y los contenidos mediante los que los DDHH son impartidos en muchas universidades públicas argentinas.



En ese intento conjetural de enlazar el pasado e historizar el presente, recurrimos a los numerosos textos ensayados sobre el particular y preferimos en este caso avanzar sobre algunas de las perplejidades y aporías circulares en las que cae esa forma de repetir, memorizar y compartir un tema cuya centralidad no puede discutirse, justamente, en la Argentina. La idea es, precisamente, continuar advirtiendo sobre las acechanzas que este formato colonial de los derechos humanos implica como contenido curricular, como semblante epistemológico y como inconsistencia teórica.

Revisemos ahora la primera de ellas, que expresa la asumida relación entre los DDHH, el humanismo y la Modernidad.

Para ello sería bueno recordar lo que ha señalado sobre esta misma cuestión Boaventura de Sousa Santos. El Profesor de Coimbra afirmó en una de sus más recordadas exposiciones (1) que cada día que transcurre en el mundo nos sobran las razones para tener el corazón pesado, en términos de paz y de guerra. Sobre todo en aquellos lugares donde la guerra no está declarada y oficialmente hay paz. Para ello hay que aclarar suficientemente a qué aludimos cuando hablamos de Derechos Humanos. En 1798, cuando Napoleón invadió Egipto-recuerda Boaventura- lo hizo en nombre de los derechos humanos. Muchas veces, demasiadas, los derechos humanos fueron y son invocados efectivamente por parte de quienes tienen el poder para iniciar las guerras o declarar la paz. Eso lo conocemos sobradamente. Las intervenciones humanitarias imperiales y otras masacres producidas respecto de muchas sociedades son una evidencia categórica de esa intencionada confusión.

Por lo tanto, hay que preguntarse dramáticamente de qué lado están los DDHH, según inquiere de Sousa. Si los DDHH quieren estar del lado de la paz deben ser DDHH necesariamente exigentes.

Hasta hora, concluía Santos, millones de seres humanos no son sujetos de DDHH sino objetos de nuestros discursos sobre los DDHH. Aunque la academia insista en enseñarnos lo contrario.

No hay posibilidades de vigencia plena de los DDHH en medio de un estado de excepción, donde se habitan sociedades políticamente democráticas pero socialmente fascistas.

Creo necesario admitir, con el extraordinario historiador catalán José Enrique Ruiz Domenec, que hay  una especial etapa de la vida en la que, a quienes se nos ha permitido pensar sobre alguna cuestión que podría denominar grave (aquellas respecto de las cuales, según Heidegger, se nos está vedado pensar), se nos da por recurrentes ensayos de síntesis o, como en este caso, por establecer relaciones entre hechos y circunstancias históricas que tal vez el imperativo categórico de la urgencia nos impedía hacer cuando éramos más jóvenes. Nos encontramos entonces habitualmente prestos, en este tramo existencial maravilloso, a encontrar regularidades de hecho, rupturas, continuidades, a confiar en las epifanías, a ensayar conjeturas, a articular pragmas en apariencia inconciliables, a jugar con los significantes, a articular grandes y pequeñas épicas.

En este caso en particular, he querido simplemente analizar la manera singular en la que ha impactado la denominada Edad Media en eso que los humanistas han llamado “Nuevo Mundo”, y de observar cómo los DDHH se desplazan en la historia y en la geografía, constituyendo un fenómeno europeo de exportación que se da en a lo largo de la Edad Moderna (siglos XVI, XVII y XVIII), que en un segundo momento podríamos enjuiciar críticamente, pero que primero debemos comprender profundamente y sin fatales prejuicios.

La idea es inaugurar una mirada fenomenológica indagando en el yo profundo de los personajes, evitando descartar la importancia histórica de las subjetividades en los procesos históricos, sobre todo si la intención es –como ya he dicho- hacer historia del presente. Ya lo intentamos en artículos previos, cuando poniendo en diálogo a diversos autores nos ocupamos de Colón, de Cortés, de las capitulaciones, los privilegios, los privilegios y el formidable poderío histórico y simbólico del Archivo de indias.



Para ello, partimos de algunas coordenadas taxativas. Una de ellas, es desechar la idea moderna europea de que la historia supone un permanente avance, un progreso permanente, una concatenación de fases. Eso es una falacia creada en el siglo XIX, un siglo colonial por excelencia que necesitó exaltar sus luces y exager la oscuridad de la Edad Media. Como consecuencia de ello, nos planteamos una defensa del carácter conectado de la historia. Luego, aceptamos que durante los ocho siglos que duró el Medioevo se construyó una matriz cultural profunda y exclusivamente europea (como dice Dussel, no existió el feudalismo en ninguna otra arte del mundo). Esa matriz impactó decisivamente en lo social, en lo económico y en lo cultural.

La familia nuclear, neolocal y básicamente patriarcal es un producto de la Edad Media que va sustituyendo en un proceso sostenido a la familia extensa o rural. Se definen mucho más nítidamente las redes de parentesco, la memoria de las familias, como forma de custodiar la propiedad, el patrimonio, el homo economicus sobreviniente. El ser del idealismo alemán. Aparecen en ese ámbito privado personajes por demás interesantes. El tío materno, por ejemplo. Extraña figura protectiva el avúnculo, que aparece en las civilizaciones bantúes (recordar la figura del Edipo aficano en el libro de Marie Cecile y Edmond Ortigués), en la Edad Media (como lo describe Ruiz Domenec), pero también, sorprendentemente, en América. Para ello, no hay más que recurrir al libro de Paola Peniche Moreno “Ambitos del Parentesco. La sociedad maya en épocas de la colonia y los estudios de Levi Strauss” (2).

La memoria de los individuos y el patrimonio, como un reaseguro cultural de un sentido común propietario se fortalecen en esa época. Eso explica la necesidad de los individuos de identificarse cada vez más consigo mismo, un proceso cultural que atañe al Medioevo y que podríamos identificar como el comienzo de la individualización. La Edad Media, un fenómeno exclusivamente europeo que se explica por ocho siglos de asedio del mundo árabe al viejo continente, habría sido una sociedad mucho más abierta que la actual, una sociedad de lo múltiple, tolerante de la diversidad, inclusiva de las mujeres. Una sociedad amplia, de conocimiento complejo, lúcida, que extiende sus influencia hasta el siglo XVIII. Gran parte de la estructura del siglo XX, por ejemplo la educación, es profundamente medieval. Pero también lo es la figura del Protector General de Indios (Bartolomé de las Casas) o las Cartas Magnas que prohibían el encarcelamiento arbitrario. Allí se entrecruzan fragmentos trascendentales de los Derechos Humanos.

La Edad Media, por obra del relato sobre la caballería, crea el género literario por excelencia: la novela. La gente comienza a leer en voz baja, a superar la predicación religiosa. Lo hacen especialmente las mujeres. Eso completa un formidable proceso de individualización, de intimidad. De la misma manera, los relatos de caballería acercan a las mujeres a la tertulia. Se trata del reconocimiento de la experiencia singular, algo fundante para el respeto de los derechos individuales. Como vemos, Toda la Edad Media es una experiencia clásica.

En la Edad Media rivalizan dos expresiones de la pintura: la gótica y la renacentista. El siglo XV es su máxima expresión.¿En que se relaciona esto con la conquista? En la idea de perspectiva. Como el libro de Las Maravillas de Marco Polo, la verdad está afuera. Pero también aparece la mirada interior, incluso, a través del credo.

En el siglo XIII aparece también la mentalidad genovesa, indispensable para entender las lógicas del capitalismo. Se masifican los cantares de gesta, la literatura épica y, finalmente, se produce el más grande encuentro de civilizaciones de toda la historia humana. Violento, cruento, inédito, grandioso. El humanismo demuestra su principal legado. Se asume como un principio moral universal. Coloniza desde la superioridad. Desde la imposibilidad de comprender al otro diferente. Con mucha mayor razón si ese posicionamiento frente a lo distinto se basa casi exclusivamente en las anotaciones de los cronistas (3).Es la barbarie de la razón iluminista, como señala Adolfo Colombres (4). Un binarismo confeso que se abate sobre el continente. El humanismo ha llegado para quedarse en las tierras “descubiertas”. Igual que el derecho de los conquistadores y la colonialidad.



(1)   VII Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales / XXV Asamblea General de CLACSO: “Transformaciones democráticas, justicia social y procesos de paz”, 9 al 13 de noviembre de 2015, Medellín, Colombia, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=pxbrkStZmis&t=542s

(2)   Disponible en https://books.google.com.ar/books/about/Ambitos_del_parentesco.html?id=BK_xGDl0ZHAC&redir_esc=y

(3)   Ruiz Doménec, José Enrqiue: “Un pedazo de la vida: los senderos de un medievalista europeo para el siglo XXI”, disponible en http://www.redalyc.org/pdf/811/81132437008.pdf. Puede verse también https://www.youtube.com/watch?v=C5mIC0UZjA8

(4) Colombres, Adolfo en "Rodolfo Kusch, testimonios breves. Material de estudio". Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=s0YT0-u0Dws&t=67s