Por Eduardo Luis Aguirre

La noción de  populismo, en desmañada clave coloquial, es utilizada para referir de manera peyorativa a gobiernos estigmatizados por gastar (malamente) más de lo que tienen, desarrollar prácticas chauvinistas de manera insensata, estimular el consumo de las clases populares y habilitar un asistencialismo demagógico, apoyándose en un sujeto político igualmente despreciado al que se denomina “pueblo” (en el mejor de los casos).



El populismo ha circulado así, de boca en boca, con el alcance desvalorizado que unilateralmente ha construido una prédica cultural elitista y sistemática que, dueña de los aparatos ideológicos y los grandes medios de comunicación, logró instalar una acepción de esta categoría filosófico política absolutamente tendenciosa, banal e imprecisa.

Sin embargo, el populismo, analizado desde la espesura y la densidad con la que lo han hecho autores de la talla de Ernesto Laclau, Chantal Mouffe o Jorge Alemán, depara otras traducciones posibles que se alejan absolutamente de las mencionadas simplificaciones.

Empecemos destacando que Ernesto Laclau publicó “Política e ideología en la teoría marxista” hace casi cuarenta años y ya en ese trabajo dedicó dos artículos a analizar la vapuleada noción de populismo.

“La razón populista”, su libro canónico respecto del tema, recién vio la luz en Londres, en el año 2002. Vale recordarlo: en ese entonces, Kirchner era todavía gobernador de Santa Cruz, Rafael Correa debería esperar un lustro para acceder democráticamente a la presidencia de su país y Evo Morales transitar tres largos, arduos e inciertos años para acceder al Palacio Quemado. Solamente Luiz Inácio “Lula” Da Silva, acababa de debutar como el único presidente “populista” (obviamente, no asumido como tal) en el maltratado escenario político de la región (1). Por ende, Laclau no fue el ideólogo de la “Argentina dividida”, como arriesga sin pudor una parte de la prensa conservadora local (2).

“La razón populista”, continuamos, se publica por primera vez en español en el año 2005. Se trata de la reflexión fundamental a través de la cual la cuestión del populismo comienza a ser analizada y debatida en la América hispanoparlante. Allí aparece con todo su fuerza el pasado militante del autor  en la denominada “izquierda nacional” criolla, y la influencia que en el mismo tuvieron las obras de Gramsci, la experiencia del peronismo y del Partido Comunista italiano, entre otras tradiciones intelectuales.

También, la preocupación de un autor mundialmente reconocido, que resignificó como nadie la concepción del populismo, al que identifica atravesado por varias categorías filosófico políticas tan complejas como las lógicas de las identidades colectivas, la hegemonía, las representaciones, el pueblo, los significantes vacíos y flotantes, los agonismos, antagonismos  y  las demandas equivalenciales. Todas ellas, recreando una categoría polisémica, imprecisa, vaga, dinámica y por ende inacabada. Por lo tanto, evocar al populismo desde el desdén absoluto desnuda, en primer lugar, un esfuerzo genuino por desentenderse del mundo y colocarse en la denominada “zona de confort”, un proceso del razonamiento que Daniel Flichtentre explica de la siguiente manera: “Hay preguntas que casi nunca nos hacemos. El sentido común da por probadas muchas de nuestras creencias y eso nos permite transitar por la vida con una seguridad que tranquiliza, aunque no tenga fundamentos. Formularnos ciertos interrogantes acerca de cosas que lucen obvias y autoevidentes nos saca del sueño narcótico de nuestra zona de confort. Es una experiencia a menudo amenazante, dolorosa, pero siempre necesaria”(3). Ese sentido común colonizado debe ser interpelado a cada momento para explicar los retrocesos políticos que se han verificado en algunos países de nuestra América.

Tan densa es la pregunta acerca de la ontología del populismo, que el propio autor parece abdicar de toda respuesta estática sobre el particular. Por el contrario, “Laclau propone un movimiento argumentativo que será básico para su concepción: asumir la vaguedad, amplitud e indefinición en sentido literal y preguntarse –en tono lefortiano– si esta imprecisión del concepto no se corresponde con la misma indeterminación de la realidad social. De esta manera queda abierta la puerta para adelantar, a modo de pregunta, la primera tesis “¿no sería el populismo más que un tosca operación política e ideológica, un acto performativo dotado de una racionalidad propia, es decir, que el hecho de ser vago en determinadas situaciones es la condición para construir significados relevantes?”, como muy bien resume Martín Retamozo (4).

Para finalizar, debe destacarse la preocupación de Laclau por la relación entre populismo y democracia, algo que encrespa a muchos noveles republicanos proclives a democracias de baja intensidad. Laclau advierte, justamente, la importancia del populismo para la democracia. Esa relevancia consiste en que el populismo le ofrece a aquella la construcción de un pueblo, algo que es “condición sine qua non del funcionamiento democrático” (5). Sobre ésta y otras nociones, polemiza Laclau con autores de la talla de Agamben, Zizek, Hardt y Negri en su libro “Debates y combates” (6).

El problema de este entramado conceptual, en síntesis, no es el populismo. Lo difícil es ponernos de acuerdo sobre la naturaleza y alcance de enunciados tales como la democracia, la libertad, los derechos, los cambios sociales, el neoliberalismo y la república. Todos esos significantes constituyen, como es lógico, territorios en disputa. Pensar críticamente sobre ellos implica un ejercicio ciudadano indisponible, y urgente. 




(1)   Rapisardi, Flavio: “Ernesto Laclau. El populista incómodo”, disponible en http://www.revistaanfibia.com/ensayo/el-populista-incomodo/

(2)   http://noticias.perfil.com/2014/04/13/ernesto-laclau-el-ideologo-de-la-argentina-dividida/

(3)   http://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoID=90510

(4)   Retamozo, Martín: “Reseña de la Razón populista”, disponible en http://www.redalyc.org/pdf/115/11502713.pdf

(5)   La razón populista, 2005, p. 315.

(6)   Buenos Aires, 2011, Fondo de Cultura Económica.