Por Ignacio Castro Rey
1 El título Doce lunas (Ed. Axóuxere) podría aludir a un ciclo terrenal, a una vigilia nocturna en pleno día. Creo que hay algo así en este libro de Héctor Pose, acompañado por las fotografías de Alberto Rodríguez Fariña. Algo así como una vigilia que solo tiene al silencio del mar por testigo. Un poco a la manera de las veladas nocturnas, a medias entre la poesía y la reflexión, de un Manuel Antonio que piensa otra vez la humanidad desde el mutismo de la planicie marina.
2 La trascendencia no brota de ningún más allá, sino de una alienación originaria que rasga cualquier aquí y ahora. El mundo transcurre como algo extraño mientras duerme y alguien vela en la soledad de las madrugadas. La vida es pensada desde una travesía que navega sobre una humanidad sumergida, inconsciente, acostada en una duermevela que nada sabe de quien la piensa, de ninguna conciencia.
3 Rememoramos por el camino clanes de antepasados, en medio de una frescura de algas oscuras y una superficie marina a solas con el sol. Retirarse a un borde del mundo y desde allí, lejos de cualquier cobertura, repensarlo sin ataduras. Tener por pareja la naturaleza, en una hermandad con mil cosas que apenas pueden devolverte la mirada, menos aún la palabra. Amor antiguo que no sabe nada de correspondencias, que encuentra su única retribución en el don de la entrega.
4 Soliloquio de luna llena y abandono. Reventar antes las paredes de tanto habitarlas, acumulando instantes clandestinos para un inevitable retiro. Acercarse también al purgatorio de bares abiertos a deshoras, mientras las villas sueñan. Deletrear entonces con los dedos lápidas de nombres que nadie echa en falta. ¿Es esto el mundo, su verdad secreta? Conseguir de vez en cuando ser invisible, al margen del estruendo que tapa los semblantes de cosas y personas con una sobreexposición cegadora.
5 La labor callada de los relojes en la sombra, el pulsar de las sienes, acompañan al trabajo de mirar un mar inescrutable que no nos mira. Barbecho de la vida, eterna cicatriz de quien no tiene suficiente con el reconocimiento mundano, suponiendo que algún día llegue. Alguno de nosotros quisiera un mundo, por eso lo tiene todo y a la vez no tiene nada. Cada día, cada hora hay casi que recomenzar de nuevo.
6 Los ojos melancólicos de la vejez, los ocasos de una calma chicha en este orbe sin épica. Huecos del universo que solo las mareas -sean de mar, de sentimientos o de sangre- se atreven a explorar. La cabeza es casi siempre demasiado cobarde para acercarse tanto al misterio de las cosas, para iniciar esas sendas sin marcar. A veces los mundos que elegimos -más bien, que nos eligen- jamás tendrán premio, ni aniversarios.
7 Recuerdas después orlas de párvulos, sigues maderas errantes y flores mustias en el chapapote. Lo que de padres nos restaba también se fue extinguiendo. Un cierta orfandad nos empuja a tener que ser padres de sí mismo. Nos parecemos a pájaros sin especie, al gris metalizado de algunos peces, a riscos quietos al sol en este destino: llegar al borde y sentir un poco de miedo ante la quietud del agua. ¿Nuestra eternidad es ésta, la de este silencio sin testigos?
8 Paradójicamente, tal misterio inmóvil es lo que nos cambia. A pesar de las rutinas inútiles que anudan horas fugitivas en fardos. A pesar del equipamiento de alta tecnología para la vigilia del noctámbulo. Zumos de nube. La utopía de intentar revivir en otro. Al volante de un Chevrolet, camino de Sintra, alguien musitaba: Todas las vidas son admirables porque no son la mía. Cohetes restallan en romerías de vidas desconocidas. Nostalgia de futuro: la felicidad, una remota nube encendida en Australia.
9 Y sin embargo, el escándalo es que la vida es esto. Con los años vuelve casi todo. El gps del alcohol ante aguas verde cobalto. Esquinas ignotas del universo. Oquedades que concentran a anacoretas con vistas privilegiadas. Todo va bien, con un ojo en el ardor de la monotonía y otro en la infancia.
10 Amor, vela fugitiva, regresa. Quemamos los días en la intemperie. Si has sido exiliado una vez, en un momento clave del pasado, ¿lo serás para siempre? Mientras tanto dudamos, sin saber nunca si esa condición errante es una bendición o una condena. Nos queda una sola certeza: el que es fiel, será errante. Los nómadas son quienes se aferran a una región central que no cabe en ningún sitio.
11 Tierras letárgicas vuelven más tarde. Otra noche de insomnio sin saber a dónde ir. Qué lejos estamos a veces de nosotros mismos, sea lo que sea eso. ¿Es de esta precariedad a escote de lo que huye la obligación masiva del entretenimiento? Parece una broma, pero hasta nuestra miseria nos hace inmortales.