No obstante, es necesario problematizar algunas críticas respecto
a supuestas contradicciones subyacentes en la propuesta inaugural e
introductoria de Evo Morales. Ciertamente, crear una alianza defensiva para
defender la paz, puede sugerir la existencia de un hiato que merece, por lo
menos, algún ejercicio explicativo que avente perplejidades respecto de esta
ilogicidad aparente.
La respuesta inicial, casi obligada, es que el futuro agregado, en
caso de concretarse, no debería abarcar solamente aspectos vinculados a la
defensa continental, sino también a su seguridad.
Este tema ya ha sido abordado, reiteradamente, en artículos anteriores de este
mismo blog. Nos vemos, en consecuencia, obligados a reiterar ciertos
fundamentos ya ensayados y profundizar otros que creemos relevantes.
Históricamente, Estados Unidos ha gravitado decisivamente en la
delimitación de las “hipótesis de conflictos” y la construcción de “enemigos”
de los países latinoamericanos. Las relaciones asimétricas de poder y la
vertebración cultural colonial de muchas administraciones latinoamericanas, han
consentido o estimulado estas perspectivas, que en no pocas ocasiones ha
derivado en verdaderos genocidios. En esta etapa de experiencias autonómicas y
unitarias sin precedentes, los países de nuestra América tienen la posibilidad
de prevenir conflictos y riesgos, atendiendo a sus propios intereses
permanentes. Ambos implican a su defensa, pero también, y muy especialmente, a
la seguridad del hemisferio.
Ahora bien, la cuestión es cómo entender la seguridad y cómo
delimitar esos riesgos en clave emancipatoria.
En primer lugar, por la
decisiva gravitación que como excusa recurrente para la intervención
norteamericana ha tenido el narcotráfico, es necesario que las naciones
latinoamericanas articulen formas de prevención y conjuración de esta
conflictividad, la nueva bestia negra con la que amenaza el imperio a los
insumisos, basadas en la autopreservación de la seguridad de sus fronteras y la
prescindencia absoluta de operaciones preventivas foráneas a las que se unen,
como de ordinario ocurren, las fuerzas pretorianas propias o las clases
dominantes de los países afectados. El narcotráfico equivale, al fin de
cuentas, el terrorista del siglo XXI. Y
AL no es una excepción en este sentido. Hay sectores interesados en
caracterizar la diversidad como conflictividad y posicionarse frente a ésta
desde perspectivas binarias. O, si mejor se lo prefiere, castrenses.
Para ello, es necesario democratizar rápidamente (y en serio) las
fuerzas armadas y de seguridad, y los servicios de inteligencia. Esa
democratización excede largamente la modificación ingenua de los contenidos
curriculares de las respectivas academias –aunque, desde luego, las incluye- y
se extiende hasta la posibilidad de que cuadros y militantes provenientes
de sectores populares ingresen sin
dilación a las fuerzas armadas y de
seguridad.
Hay que desmilitarizar de inmediatos las policías, prefecturas,
gendarmerías y servicios penitenciarios. Las últimas asonadas, tentativas de
golpes de estado y otros intentos desestabilizadores, se deben a la existencia
predominante de una falsa conciencia, mayoritaria al interior de estas agencias
estatales.
Es necesario crear instancias de resolución de conflictos regionales,
basados en el Imperio del derecho internacional de los Derechos Humanos,
concebidos en clave latinoamericana, y capaces de sintetizar las diferentes
etapas de evolución de las democracias populares del Continente. En otros
términos, marchar hacia una superación de la Corte Interamericana
de DDHH, que debería ser sustituida por un organismo integrado exclusivamente
por los países que compartan estas experiencias.
En materia de políticas armamentísticas, y más allá de las
singularidades prioridades que cada estado pueda asignar a las mismas, América
Latina debe crear una fuerza suficiente
y única capaz de disuadir cualquier intento de intervención “humanitaria”
imperial. Sobran los ejemplos en el mundo, desde la invasión a Yugoslavia,
hasta lo ocurrido en Irak, Afganistán, Libia, Siria, Egipto, Yemen, Somalia,
etc.
Los próximos arrebatos imperiales en la región no habrán de
incluir, solamente, a las grandes corporaciones mediáticas o los sectores más
concentrados del poder económico vernáculo o internacional. La mayoría de ellos
ha fracasado y la construcción de más capriles ha demostrado ser una tarea
demasiado trabajosa y lenta, aunque las experiencias recientes, todavía
frescas, de la Argentina
y Brasil, parecieran poner en crisis esta afirmación.
Hay que disminuir drásticamente las tasas de homicidios cada
100.000 personas que asolan el Continente, y acotar la violencia social e institucional. La región debe acotar las exageradas tasas de prisionización, apelar a formas de resolución de los conflictos no violentas, deponer los intentos reiterados de populismo punitivo y acordar formas similares de enjuiciamiento y persecución penal. En definitiva, ser consciente de que ceder la política de seguridad a la derecha equivale a
un suicidio colectivo, porque la seguridad en clave conservadora, equivale inexorablemente a escamotear derechos y garantías y autonomizar las fuerzas militares y de seguridad con el pretexto de la "inseguridad" interna.
El imperialismo, desde hace tiempo, no se conforma con inferir derrotas militares. Extrema sus muchos recursos hasta infligir derrotas políticas y morales. Es la única forma que posee de asegurarse un retroceso de la conciencia colectiva y crítica de los pueblos.
El imperialismo, desde hace tiempo, no se conforma con inferir derrotas militares. Extrema sus muchos recursos hasta infligir derrotas políticas y morales. Es la única forma que posee de asegurarse un retroceso de la conciencia colectiva y crítica de los pueblos.
(Intentaremos que continúe)