El resurgimiento de las derechas radicales europeas reconoce en Polonia y Hungría a dos de sus expresiones emblemáticas.
Polonia ha sido gobernada desde hace una década por dos espacios políticos de derecha. La Plataforma Cívica, liderada por el Presidente del Consejo Europeo Donald Tusk, y su versión más extrema, el denominado Pis (Partido de Ley y Justicia) -cuyos máximos referentes fueron los hermanos Kaczyńsk- reciente ganador de las elecciones de 2015 que consagraron Presidente de la República al académico Andrzej Duda con algo más del 37% de los sufragios, en una compulsa en la que votó apenas el 56% de los polacos.
La mayor cantidad de votos que cosechó la derecha provinieron de sectores rurales, pero su incidencia en los principales centros urbanos fue igualmente preocupante.
Desde el ascenso al poder de esta expresión conservadora extrema, Polonia ha tensado hasta el límite sus relaciones con Moscú, fortaleció sus históricos vínculos con EEUU y sus aliados (de hecho, la última reunión de la OTAN, cuyas conclusiones fueron especialmente hostiles para con Moscú, se realizó en Varsovia hace pocos meses), permitiendo la instalación de misiles en las puertas de Rusia, en una debacle autoritaria que no sorprende, y que se coaliga con otras vertientes de ultraderecha como las que lidera Viktor Orban en Hungría. Hace pocos días, en esa misma línea ideológica, Varsovia fue testigo de un sugestivo recordatorio conjunto de las luchas anticomunistas de húngaros y polacos en 1956. El gobernó polaco está acusado, vale destacarlo, de un incremento sin precedentes del espionaje y la inteligencia interna, de intentar una virtual colonización de la burocracia judicial, del establecimiento de formas inéditas de control de sus habitantes, de la prensa y las comunicaciones y de perseguir y despedir a todos aquellos que no comulguen con las lógicas nacionalistas binarias del partido en el gobierno (1).
Esa deriva autoritaria genera la preocupación de la propia Unión Europea, temerosa de un brexit en estos países centroeuropeos, mientras se advierte un crecimiento sostenido de las derechas duras y racistas en los países bálticos, en Ucrania, Francia, Alemania Finlandia y Suecia, por mencionar sólo algunos casos.
Pero la situación polaca comenzó a despertar también la alarma de amplios sectores sociales del país, que lograron articular varios reclamos y movilizaciones multitudinarias tendientes a recuperar el respeto de las garantías y derechos civiles y políticos amenazados en una nación que, paradójicamente, fue la primero que plasmó una constitución escrita en Europa. Más de 240.000 personas marcharon en mayo pasado por las calles de la capital polaca, y una multiplicidad de protestas se enclavan en lugares estratégicos de la ciudad, los que son intencionada y sistemáticamente invisibilizadas, cuando no denostadas y agraviadas por las crónicas oficiales, la prensa complaciente y hasta los guías turísticos, en lo que constituiría otra evidencia de que las derechas han decidido influir sobre la conciencia lábil de miles de turistas que han incorporado esta práctica a sus vidas cotidianas durante los últimos años. Ezeiza, vale destacarlo, no es la excepción (2).
Polonia se encuentra así, a merced de una derecha que no necesita de alianzas en un parlamento al que controla totalmente. El Pis constituye una formación que opera permanentemente sobre la cultura y logra hegemonía en el discurso y el sentido común de gran parte de la sociedad polaca, que además goza de una prosperidad llamativa para la región (3). Hábil, extremadamente sutil para las estrategias de autovictimización y dispuesta a borrar a la izquierda del mapa (de hecho, ésta ha quedado sin representación parlamentaria), apela al nacionalismo reaccionario para construir nuevos enemigos: los inmigrantes, los comunistas, Rusia. Una cuestión para nada menor, ya que Polonia, además de ser la sexta economía de la Unión, ha tenido desde hace siglos una ubicación geopolítica trascendental. Un valor agregado que la distingue, por ejemplo, de la mayoría de los países que integraron los socialismos reales. Y supone, además, otra evidencia de un nuevo formato derechista al que denominarlo ligeramente neoliberal puede implicar un error teórico de proporciones.
(1) Polo, Higinio: El fantasma del mariscal Piłsudski, disponible en
https://www.rebelion.org/noticia.php?id=208435
(2) Ninguna de las librerías existentes en el principal aeropuerto internacional argentino exhibe otra bibliografía que no sea la que adula al gobierno macrista y critica furibundamente al gobierno anterior, en una saga bibliográfica de coherencia rigurosa. Un fenómeno de cooptación cultural nunca conocido en democracia.
(3) El salario medio de los polacos supera los 900 euros.