Por Ignacio Castro Rey
I
No hay
lágrimas suficientes para estar a la altura del dolor de cada una de las 129
víctimas parisinas, de su angustia y zozobra, de su desorientación. Es el
espanto de una humanidad que de pronto, buscando recuperarse del agotamiento
laboral, se ve atrapada en un infierno de estallidos, plomo y fuego, teniendo
que oler su propia sangre por todas partes, mezclada con el suelo que pisa.
II
El mal existe, ha existido siempre, un
mal que incluso no tiene nombre. Si el hombre no es el mal, al menos éste siempre
ha estado en la historia. No volvamos entonces a repasar la lista de afrentas,
de un lado o de otro. No hace falta, y sería un poco obsceno, buscarlo sólo en
los otros. Los atentados de París, mientras tanto, han impactado en un público
apacible y multiétnico -curiosamente, también es multiétnico el grupo de
atacantes-, pero masivo en sus costumbres. Una población pacífica, pero un poco
ensimismada y bastante previsible. Un blanco fácil, pues. Y la masificación es
así: es sencillo infiltrarse en ella, actuar en medio, simular su simulación.
Nos juntamos en masa para no pensar por cuenta propia, de ahí las olas de
pánico.
III
No hay
que descartar que a nuestros líderes les importe tanto la sangre de los muertos
y heridos, en pleno altar de la Libertad, como los otros símbolos lesionados:
el corazón de Europa y de la democracia, el santuario de la civilización, el
universo del orden y la seguridad... Y es esta cuasi religión -compuesta de
aislamiento individualista e información masiva- la que crea el peligro, la que
atrae los estallidos y la metralla. Aproximadamente igual que una torre atrae
el rayo a la más mínima señal de tormenta eléctrica.
IV
Por su
propia inercia la masificación teme a cualquier peligro externo. Y en ella,
todo lo oscuro o silencioso es externo. Tememos entonces a
cualquier lobo solitario como un globo hinchado teme a una
aguja. La avidez de la prensa estos días, pendiente del "hombre más
buscado del planeta", tenía algo de atávico y también de dramáticamente
significativo. Buscando localizar el mal fuera, la información es el opio del
pueblo. No obstante, todas las medidas preventivas serán insuficientes para
contrarrestar un temor que viene de abajo, de la indefensión que
produce la inercia, el automatismo que llamamos Seguridad o simplemente
Economía.
V
Parece
también sintomático que el Estado Islámico haya atacado a un público
alternativo, a ese tipo de europeo multiétnico y libertario que está a favor
del diálogo y de tender puentes. No hay que descartar esta hipótesis: golpear
el ala izquierda de París, como si nuestro orden democrático fuera uno
solo para ellos. Y enconar así el choque de civilizaciones.
VI
La gran
ventaja de Daesh -Isis o EI: no
sabemos ya cómo nombrarlo, y esto tal vez indica una naturaleza móvil, mutante,
proteica- es estar dispuestos a dar la vida por algo en medio de una religión
de la Seguridad donde nadie daría su vida por nada. Hasta el
terrorismo, a su pesar, demuestra que no existe tecnología numérica comparable
a la voluntad o a la resolución; al coraje de mantener una decisión,
una sola idea que le de forma a la vida. En nuestra existencia capitalista,
encauzada por la metafísica del cálculo y la seguridad, ¿recordamos todavía
algo de ese suelo elemental? Ellos sí, y ésta es su primera
gran baza.
VII
Es desde
esta opulenta neutralidad y distancia -la democracia formal como masivo
aislamiento personal conectado después por fuera- que hemos bombardeado a los
musulmanes sin piedad. Civil y militarmente, conceptual y materialmente. Da un
poco de vergüenza, es odioso y cansino volver a repetirlo, pero la historia
misma se repite. Repasemos sólo esta lista de nombres: Afganistán,
Mazar-i-Sharif, Irak, Faluya, Abu Ghaib, Guantánamo, Somalia, Sudán, Chad,
Mali, Libia, Siria... Y Gaza y Cisjordania todos los días. Millones de muertos,
de heridos y humillados, de aldeas y familias destrozadas. Sin mucho
detalle, busquemos en las hemerotecas o Internet el significado de estos
nombres; muy distintos, pero significando una similar torpeza. Peor aún, señalando
un mismo desprecio, una idéntica estrategia de desconocimiento del mundo
islámico.
VIII
El
pánico es la mejor arma del terrorismo. Incluso sin suspensión de encuentros
deportivos, sin estados de excepción, sin endurecimiento de leyes ni
persecución de los inmigrantes. Pero el pánico es también nuestra vida
cotidiana, un mecanismo sin el cual no podríamos vivir. Es anterior al primer
atentado, del cual apenas tenemos memoria. El miedo está instalado, inyectado,
y duerme con nosotros. Tememos de hecho a todo lodurmiente porque
sabemos que hemos abandonado el atraso de la tierra, las relaciones afectivas
en lo comunitario, lo arcaico de los sentidos y la intuición. ¿No será que
todas las culturas comunitarias son temibles, para nosotros, por esa fidelidad
al afecto y los sentidos?
IX
El
terrorismo nos expropia la paz cotidiana, es cierto. Pero éste es también el
método de toda nuestra cultura occidental: una especie de estado de excepción
permanente. No hay más que ver cómo se regodea la información durante estos
días, con todo tipo de detalles escabrosos, para comprobarlo. Una sociedad que
apenas tiene nada afirmativo que ofrecer, dijo hace ya treinta años un francés
célebre, sólo puede vivir de sus enemigos. Es como si, internamente,
necesitásemos el terrorismo, en sus distintas variantes.
X
El
dispositivo cultural podría ser éste: Es posible que no nos vaya muy bien, pero
el exterior es aún peor, prácticamente un infierno. Otra muestra de esta
posible implicación interna con el terror es el hecho de que, como en el caso
de Bin Laden y otros, los autores de la matanza sean casi un producto nuestro.
En este noviembre trágico, jóvenes franceses y belgas de origen; antiguos
chulitos de barrios, casi de discoteca; incluso pequeños delincuentes de las
drogas.
XI
La
macroeconomía, ideología salvadora -y sin ideas- que se incrusta en cuerpos,
mentes y costumbres, supone un odio sonriente y democrático hacia la tierra.
Nos hemos alejado de ella y de todos su pueblos atrasados, también de sus
dioses. A los que, con frecuencia, hemos ofendido y castigado sin piedad.
Porque además, muy particularmente, a la opulenta democracia capitalista Alah
siempre le ha parecido un Dios de los pobres.
XII
Nueva
York, Madrid, Londres, París. No es tan extraño que los errores externos
reviertan algún día hacia dentro. No se trata de justificar nada -como asesinos
en masa, ellos sólo entienden el poder de las armas- pero sí de entender. ¿De
dónde viene todo esto? No es de Marte: el mal está cerca, incluso dentro. En el
fondo, el terror es para nosotros lo real, el atraso de la vida terrenal. Y el
problema es que nosotros, que huimos de ella, no tenemos mucho que ofrecer.
Sólo un espectáculo efímero de gestión, extremadamente vulnerable.
XIII
No es
disculpa para nada, pues los terroristas no merecen más que la represión
armada. Pero habría que explicar algunas cosas: esta oleada que no cesa, esta
organización fluida y mutante, la migración a la Yihad de miles de jóvenes
europeos, convertidos a una rabia suicida. Como decía un ministro español:
"Contra ETA todo era relativamente fácil. ¿Qué hacemos sin embargo frente
miles de personas que están dispuestas a morir? Y un palestino, recuerden,
decía hace años: No pueden matarnos, ya estamos muertos.
XIV
Nosotros
también hemos hecho el mal, masivamente. Por razones estratégicas de una
inteligencia dudosa, hemos destrozando naciones que, sin ser perfectas -Irak,
Libia, Siria-, se mantenían en una relativa paz. ¿La paz de los cementerios?
¿En naciones artificiales creadas ayer? No, no exactamente. Y además, aunque fuera
así, eran naciones que mantenían una cierta convivencia. Sin embargo,
aprovechando incluso la primaveraárabe, las destrozamos; elegimos
el caos, el enfrentamiento tribal que las empuja a "la edad de
piedra". Cuando, hay que recordarlo, nadie entre nosotros prefiere el caos
a una dictadura: ni siquiera ocurría esto bajo el régimen de Franco.
XV
Es
necesario, si no creemos estar en un enfrentamiento de civilizaciones, sino en
una "guerra" de distintas civilizaciones contra el terror, revisar
nuestra estrategia geopolítica. Debemos cambiar urgentemente nuestra lógica de
alianzas. Para empezar con Rusia, a la que hemos dejado sola en la lucha contra
esa fuerza armada con el resentimiento y el odio. Es necesaria otra política
militar que haga entrar a Irán y a los países musulmanes en la alianza. Hoy y
mañana, el entendimiento político y militar de Francia con Rusia es clave,
ponga la cara que pongan Obama y Netanyahu.
XVI
Lo otro,
nuestra relación con la religión, parece que por ahora no podremos revisarlo.
La reforma cultural habrá que dejarla para más adelante. Pero algún día
tendremos que encararla. Y entonces, algún día, habrá que entrar en
la religión y tomarla en serio. Y no sólo como respetablecreencia que
conmueve nuestra tolerancia -siempre un poco paternalista-, sino como una
tecnología punta del conocimiento en todos los pueblos que no quieren despegarse
de la tierra.
XVII
El
cristianismo ha sido, desde hace mucho tiempo, más comprensivo con el Islam que
la furiosa religión del capital, este integrismo laico de la libertad
individual -su furioso aislamiento- sedada con el derecho a la conexición. Es
urgente pensar el pensamiento que porta lo religioso. Y en
particular, por lo que nos atañe, las tres religiones del Libro; también para
estudiar lo que tiene en común, que puede ser mucho. Pero tres no comercian si
uno no quiere.
Madrid, 22 de noviembre de 2015