Por Eduardo Luis Aguirre
Las decisiones arancelarias unilaterales de Donald Trump se cumplieron como una profecía, lo mismo que las réplicas esperables de las demás potencias de cara a esta guerra comercial y tecnológica explícita. Argentina es una de los territorios expósitos que quedaron a merced de la propia debilidad del rumbo aperturista elegido, otra de las graves catástrofes que suma un gobierno de nula imbricación con la ética política. Lo que vendrá es difícil de imaginar en su magnitud y sus singularidades. La tormenta perfecta desatada de un gobierno que juega a suerte y verdad su hegemonía representando a los sectores abandonados por las gestiones demócratas anteriores, pero fundamentalmente a los nuevos multimillonarios demanda que nuestro país adopte de manera urgente luchas defensivas consistentes frente a esta nueva realidad, un cambio de era cuyas consecuencias están todavía por verse. Esas luchas no puede darlas en soledad un país excéntrico, fatalmente empobrecido e incapaz de producir respuestas desde su propia decadencia, sintetizada en ejercicio de la presidencia por un personaje sin rumbo ni densidad política. No es fácil colegir adónde ubicarnos de aquí en más, en un mundo presto a generar nuevas estupefacciones y disputas. Si esas disputas no solamente abarcan, como decía Kissinger, el este y el oeste, sino la novedosa sutura que recorre el largo camino longitudinal de los casquetes polares está claro que una coaligación resuelta y renovada con los países iberoamericanos puede alumbrar este nuevo dilema geopolítio. Más aun, tal vez sea al momento de aspirar a una liga que conglobe a nuestros países, del río Bravo al Sur, y a Iberia en su conjunto. A España y Portugal. Más de seiscientos millones de habitantes con salida a los grandes mares del mundo no parece mala idea en un contexto de protección del comercio internacional y nuevas amenazas y quebrantos capaces de afectar tanto a las potencias de Europa occidental como a las economías del Asia Pacífico. Sería Iberoamérica, de nuevo, unida en su cultura, sus tradiciones y su crisis en momento en que un fantasma recorre el mundo: el antiamericanismo. Ni los países ibéricos están cómodos con la locura económico armamentista (la carga eventual de un endeudamiento adicional de 800000 millones de euros en un concepto rusofóbico caprichoso e insostenible de Bruselas) y un cimbronazo global estrepitoso. Mientras Europa se embarca en una aventura sin sustento, Rusia queda al margen del pandemonium arancelario en un acuerdo a esta altura innegable entre Trump y Putin. Los países americanos serán fuertemente sacudidos por las nuevas reglas de la nueva economía mundial. Hasta en Canadá, que en pocos días tendrá elecciones generales, el candidato conservador que lideraba las intenciones de votos cayó estrepitosamente en los sondeos después de los anuncios de Trump.
Por eso, y como ya ocurriera durante al menos dos siglos, “la idea del encuentro entre pueblos hermanos es, quizás, en estos tiempos de fragmentación y antagonismos más importante que nunca. El encuentro iberoamericano permite distinguirnos en un mundo en que explotan los conflictos, se ciernen amenazas, se perpetúan injusticias. El encuentro iberoamericano es el que permite la solidaridad y la cooperación entre nuestras naciones emplazadas en ambas riveras del atlántico. El encuentro Iberoamericano es el que permite, en tiempos de diferencias, alcanzar consensos: en tiempos de fragmentación, aportar unidad; en tiempos de división, impulsar cohesión; en tiempos de acciones individuales, apostar por los proyectos colectivos; en tiempos de animadversión, confiar en la armonía; en tiempo de tensiones, insertar concordia, en tiempos de diferencias dar pasos a la argumentación, pero no a la exclusión”. Así reza la portada de Pensamiento Iberoamericano”, la Revista de la Secretaría General Iberoamericana, y quizás marque un nuevo rumbo. Si el trumpismo es capaz de provocar semejante terremoto para salvaguardar a sectores que alcanzan solamente al 15% del PBI estadounidense, que no es un país industrial sino posindustrial, está claro que no deberíamos esperar excepciones. Al gobierno de los Estados Unidos lo interpelan otras prioridades, en especial fortalecer a sus multimillonarios y eso hace que el mundo se vuelva todavía más complejo. Lo que demandaría que el gobierno argentino demuestre una precisión y una capacidad de navegar en esas aguas embravecidas que parece francamente imposible si tenemos en cuenta la precariedad intelectual y conceptual y el desquicio sistemático que ha exhibido hasta ahora. La Constitución, empero, nos da las herramientas para interrumpir esta caída. Después deberá haber una apertura ejemplar, amplísima, que revalorice el comercio internacional, la producción y el trabajo y deje atrás el ripio de un trayecto emprendido por déspotas improvisados. Eso, al interior del país. En su ubicación geopolítica internacional, asegurar mercados de una escala importante, como la de los países de habla luso hispana y también del Sur de Europa, las antiguas metrópolis: España y Portugal. No hay mucho tiempo. Los commodities y la producción argentina preanuncian un quiebre que abarcaría también a nivel de mercados internacionales. Estados Unidos acapara aproximadamente el 15% del comercio mundial ¿No será hora de fortalecer el afecto social con otros países? Si esto es así ¿no será el momento de un reencuentro histórico? Sabemos que no habrá virreinatos, tranquilos. Lo que estamos viendo, por el contrario, es que el presidente de Estados Unidos ha adoptado como mascota a un desgraciado y pequeño personaje, un cisne negro efímero que languidece inexorablemente.