Por Eduardo Luis Aguirre
Una lógica caracteriza a la política internacional. Su desdén por los pronósticos, augurios y conjeturas. Esa forma infranqueable de concebir el mundo se vuelve más categórica mientras más se aceleran los cambios de un mundo atravesado por la volatilidad. Los cambios, como siempre, se producen como consecuencia de los conflictos. Esa conflictividad global se expresa con la evidencia de una multiplicidad de guerras de diverso tipo, una fascistización progresiva de las relaciones internacionales y un retroceso sostenido de las democracias y la equidad, sin dejar de lado los procesos de policización que, con la fachada políticamente correcta de las intervenciones humanitarias ponen en vilo al planeta.
Esa incertidumbre, sin duda temible, permite agrupar ejemplos capaces de ilustrar los acontecimientos que atraviesan una realidad cada vez más difícil de escrutar.
Estados Unidos se apresta a celebrar próximamente sus elecciones presidenciales. Ambos candidatos, el demócrata Joe Biden y el republicano Donald Trump confrontan desde un debilitamiento político notorio de sus respectivos perfiles.
En un país habitado por más de 60 millones de latinos nadie parece demasiado conforme con un presidente que aparece debilitado por su gestión y su salud, y un republicano que trajina denodadamente los tribunales del país para asegurar su participación en los comicios, mientras parece haberse consolidado, con razón (e incluso sin ella) su pésima imagen mundial. Nada parece seguro en torno a la compulsa.
Biden está a punto de obtener un logro nada envidiable: comenzó su mandato con una derrota en Afganistán y, por lo que alcanza a escudriñarse en la maraña propagandística mundial, podría terminarlo con una derrota catastrófica en Ucrania.
No es posible dejar de observar un dato objetivo que acontece en tiempo real. El Secretario de Estado Anthony Blinken completa actualmente una gira que abarca Israel, Egipto, Arabia Saudita y Turquía. En todos esos países se entrevistó con los líderes para dialogar sobre el conflicto en la Franja de Gaza, una matanza infernal que no cesa. A pesar de que tampoco hay tregua en Europa, Blinken eligió no visitar al presidente ucraniano. Una conducta muy parecida a la negativa que pocos días atrás recibió Kelensky en su pedido desesperado de ayuda monetaria para sostener una guerra cuyo resultado aparece cada vez más visible. La guerra de desgaste desangra al pueblo ucraniano y Biden posterga la decisión hasta tanto la autoricen los renuentes demócratas. Algo que ocurrirá en un tiempo que puede ser fatal para Kiev.
Otro bloque que padece una encerrona por su seguidismo a las políticas de la OTAN es Europa, que no alcanza a cumplir los acuerdos anunciados de ayuda a los ucranianos, en una guerra fatal donde las víctimas pueden alcanzar números impensables y las fábricas de armamento no dan abasto para poder conformar a los aliados, que por razones geopolíticas no pueden hacer un paso de baile semejante al que hizo Washington. Si se cumplieran los vaticinios siempre dudosos de la mayoría de los analistas, la guerra sólo podría terminar con un cambio del mapa ucraniano que reserve para Rusia los territorios conquistados. Eso, en el mejor de los casos.
Hay elecciones en Rusia, también cruciales, aunque pocos dudan de que Putin puidera retener su liderazgo en el país más extenso.
Hay comicios cruciales en Taiwan mientras la crisis Asia-Pacífico se profundiza día a día y los tambores de guerra suenan cada vez más nítidos. Menudo conflicto, difícil de ser analizado en su desarrollo y consecuencias. Pero es evidente que algo especialmente se juega allí.
Reino Unido se prepara para enviar un barco de guerra a Guyana en un gesto de apoyo diplomático y militar a la antigua colonia británica, único país angloparlante del continente, por el recrudecimiento con la disputa con Venezuela por el Esequibo. Con una superficie mayor a la de países como Inglaterra, Cuba o Grecia, el Esequibo es un territorio lleno de minerales y otros recursos naturales cuya diversidad es una de mayores del mundo. En 2015 se descubrieron yacimientos de petróleo de enorme potencialidad.
Al Reino Unido -y a la Otan- le interesa el control vital de un territorio que completa un rombo que también integran las Malvinas.
Mientras tanto, utilizando a la Argentina como laboratorio, se pone en marcha un dispositivo anarcocapitalista que está plagado de iniciativas dramáticas, un verdadero golpe de gracia contra los sectores populares. No hay precedentes de la apertura de un frente de medidas tan abarcativo y dañino contra nuestro pueblo.
La angustia, la desazón y la incertidumbre campean en la mayoría de las víctimas propiciatorias, que esperan un salvataje del Congreso o el Poder Judicial que los liberen de esa ordalía.
En este contexto, un verdadero estado de excepción que tensa los límites formales de la democracia y reniega abiertamente de ella, las acechanzas son múltiples. Sé que no es la medida que más inmediatamente agreda a la materialidad cotidiana de los argentinos, pero con sólo pensar en el alcance de la derogación de la ley de tierras (un compromiso severo para nuestra soberanía) advertiremos lo gravísimo de este ensayo.
La situación es tan desesperante que al campo popular y al peronismo no le queda otra alternativa que una rápida organización y la puesta en práctica de la unidad en la diversidad. La política se hace con los distintos, no con los afines. Sólo eso nos llevará a no repetir los errores cruciales de un progresismo desorientado o la lectura torpe de un dogmatismo estático. Lo importante es que la unidad sea la consigna fundamental. Intelectuales orgánicos y políticos nacionales y populares tienen el deber de no exhumar las diferencias que hace medio siglo provocaron un desastre. Hoy no hay cómo errar el antagonista, porque ya ha puesto en marcha su gigantesca maquinaria de destrucción. El 2024, un año acaso crucial para los argentinos reserva las discusiones hacia el interior de nuestro espacio. Sería prioritario, esencial, no auspiciar la exaltación de los agonismos, especialmente por parte de aquellos que generan con su opinión una influencia cotidiana y masiva. Cuando esos observadores hablan, todas y todos esperamos que piensen lo que todavía el resto del pueblo no puede pensar. Ese es su rol. Ir un paso adelante. Las peleas por las redes son lamentablemente funcionales a este plan sistémico aterrador. El peronismo comienza a analizar la posibilidad de agregar tres ramas nuevas a las históricas cuatro. Una compuesta por el empresariado, otra por los movimientos sociales y la tercera por intelectuales, justamente para resguardar y poner en valor el conocimiento. Allí es donde deberían saldarse orgánicamente las disputas. De lo contrario, es muy poco lo que habremos aprendido.
2024 y la unidad del pueblo argentino
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