Por María Liliana Ottaviano


La ultraderecha argentina y su ilimitada pulsión de muerte ha quedado al desnudo en “eso” que intentaron hacer pasar como una performance de diseño.

Esta fantasía genocida que no los abandona nunca y que en este caso los dejó en el límite del abismo que implica el pasaje al acto.

Han cruzado un límite ético y estético. Ellos, los moralistas defensores de la Patria, la Familia y la Propiedad han hecho un llamado a la violencia desde el corazón de la plaza. 

Desde que comenzaron las medidas de salud pública para mitigar el impacto de la pandemia, se han visto ante la posibilidad de tomar las calles y las plazas como si fueran territorios que les pertenecen. Y no caen en la cuenta que esos espacios simbólicos les son ajenos, porque son los territorios del pueblo, que debió hacerlos propios cuando ellos ostentaban el poder desde las instituciones del estado -tomadas las más de las veces de la mano de un golpe de estado o de gobiernos de marcado signo neoliberal-.

Tomaron las calles que el pueblo había dejado en una clara actitud de cuidado colectivo y lo hicieron para atentar contra las medidas de salud pública llevadas adelante por el estado nacional. Cuestionaron el ASPO, se opusieron al uso del tapaboca, marcharon cuando estaba recomendado no hacerlo, dudaron de la existencia del virus y hasta pusieron en duda no solo la efectividad de la vacuna -sobre todo la Sputnik V- sino que le atribuyeron a la campaña de vacunación infundados y hasta delirantes objetivos de control ideológico y político. 

La derecha argentina es una ultraderecha desembozada. Que desea matar al otro una vez más.

Las bolsas mortuorias con nombre y apellido tiradas en la plaza nos hablan de eso. 

Hace tiempo que vengo pensando acerca de la apropiación de significantes que hace la derecha. Pañuelo verde, pañuelo celeste. Y en estos días que tenemos tan caliente y dolida la herida de los femicidios comenten el atropello de tomar otro significante y torcerle su función simbólica. La colectiva feminista viene trabajando en intervenciones callejeras para dar cuenta de lo que implica la diaria aparición de cuerpos de mujeres asesinadas y tiradas en bolsas de residuos. Residuos para un sistema patriarcal enquistado en todos los estamentos de la sociedad y del Estado.

Pero estas bolsas mortuorias simulando cadáveres colocadas ayer en la Plaza de las Madres es un límite del que no les podemos permitir retornar. No hay retorno. No hay explicación posible. No hay nada para leer entre líneas cuando el discurso es tan obsceno y los hechos son un pasaje al acto y una incitación a la violencia.

Claramente hay una nostalgia por el retorno de los dioses oscuros que en este país nos costó la vida de 30.000 compañeros y compañeras.