“En
todas las manifestaciones que provocan el desconcierto de la burguesía, de la
aristocracia y de los pobres profetas de la regresión reconocemos… al viejo
topo que sabe cavar la tierra con tanta rapidez, a ese digno zapador que se
llama Revolución”.
Pasaron, desde ese entonces, casi 20 años. Eran aquellas
épocas en las que, en general, la táctica y la estrategia política en las
academias de derecho se entrelazaban hasta indiferenciarse. Ese proceso de
mimetización política imponía a la militancia, como
seguramente ocurría en muchos otros saberes, optar por
refugios inconfortables que obligaban a traumáticas argamasas para construir
alianzas colectivas mínimas. Eran los microrrelatos sobrevivientes(casi desconocidos por
entonces en la pacata y conservadora comunidad jurídica local) instalados de
manera subrepticia, casi clandestina, pujando por un pensamiento crítico. Los
Derechos de los reclusos, el garantismo, el minimalismo, el abolicionismo
penal, la perspectiva de género, el
derecho internacional de los Derechos Humanos, la protección del medioambiente,
los nuevos sistemas procesales adversariales, etcétera.
Eran esos, también, los
primeros momentos de la carrera de Abogacía en la Universidad Nacional de La
Pampa. Y a esto me quiero referir, en definitiva. A un hecho auspicioso que los
más viejos comenzamos a ver como una alternativa de pensamiento crítico que
atravesara la acotada realidad de la dogmática jurídica y se planteara incidir en las condiciones de
control y dominación social, en las formas de articulación de los discursos
cotidianos y en la discusión del rol de los intelectuales orgánicos, entre
otras cuestiones no menores de la superestructura, pero también de la
estructura social.
Una utopía totalizante en medio del posibilismo que imponía
la ideología del pensamiento único y el fin de las ideologías. Pródiga en
multitudes de estudiantes entusiastas que, en rigor, lideraron ese movimiento
sordo, todavía en vías de definición ideológica, que pugnaba por un cambio en
las instituciones jurídicas y políticas. Un sujeto político novedoso y dinámico
que se expresaba en congresos, encuentros, cursos de postgrados, talleres, discusiones,
armados sabatinos y conferencias. A poco de andar habíamos logrado poner en
marcha una Maestría en Ciencias Penales, que fue acreditada y evaluada por la
CONEAU antes que la propia carrera de grado obtuviera esa acreditación oficial.
Todo sin demasiados recursos, a pulmón, con el aporte invalorable de esos
adolescentes que, veinte años después, se debaten en nuestras organizaciones
políticas, nuestras agencias judiciales y nuestros planteles académicos.
Durante casi dos décadas debió trabajar, subterráneamente,
el viejo topo. Fue descubierto en plena tarea de construcción intelectual por
una jauría oscurantista, pero ni así cejó el fatal roedor, hasta terminar
conmoviendo las bases mismas del pensamiento hegemónico vernáculo.
Veinte años no han transcurrido en vano. Lo que parecía
mentiras hace dos décadas, es hoy una vibrante realidad. La Argentina debate, en
un marco de pluralidad inédito, su anteproyecto de Código Penal. En la mayoría
de las universidades públicas se habilitan espacios de análisis y discusión
sobre esta norma en ciernes. Desde la Cátedra de Derecho Penal enviamos en su
momento las observaciones que creímos pertinentes (ver página 7 del anteproyecto), y eso amerita que en las
próximas horas, más precisamente el próximo 19 de junio a las 18 horas, nuestra Facultad también se convierta en epicentro de una de esas instancias
dialógicas.
La
presencia del Dr. Carlés, un pilar en el proceso de redacción del anteproyecto,
es un privilegio para la Facultad, en el marco de una propuesta de reforma del
Código Penal que adquiere connotaciones históricas
por diversos motivos. Entre otros, la necesidad de debatir en estos ámbitos una
reforma esperada, la disputa por racionalidad y el acotamiento del poder
punitivo estatal, y la pelea permanente por la producción de sentido en materia
penal y político criminal. Pero si todo esto fuera poco, hay un hecho único,
original y hermoso (como diría el poeta Armando Tejada Gómez) que nos convoca a
todos. Junto a Carlés estarán Andrés Olié y Alejandro Osio, dos hijos
-dilectos-de esta Casa. Dos Magister egresados de una de las iniciativas
académicas más relevantes que, en materia de las disciplinas penales, podemos
exhibir en la Provincia. Dos sólidos exponentes de la dogmática y el humanismo
penal, que sintetizan en sus respectivas identidades los esfuerzos incesantes
de casi dos décadas en estas cuestiones, no fáciles por cierto. Dos referentes
de lo mucho que tenemos y de lo que está por llegar.
Hasta aquí podríamos repetir, con serena satisfacción y nula
originalidad: “bien has hozado, viejo topo!”.
Vaya si lo has hecho.