Por Eduardo Luis Aguirre


Hoy comienzan las elecciones en la India. Están habilitados para votar más de 960 millones de habitantes en comicios de formato singular que van a durar 44 días. El país encarna la mayor democracia del mundo y, a diferencia de lo que suele acontecer en occidente, se espera un incremento del número de ciudadanos que acudan a las urnas. Así como la compulsa será más larga que la de 2019, se aguarda que el número de votantes se incremente en un 8%, según estima la prensa francesa.

India, con 1400 millones de habitantes, es el país más poblado del mundo superando a la propia China y totalizando más del doble de habitantes que la Unión Europea. La compulsa concitará a más votantes que los habitantes de Europa, Estados Unidos y Rusia juntos.

La elección se divide en 7 fases, que abarcarán los 102 distritos electorales de la quinta potencia mundial y el vencedor será consagrado recién el próximo 4 de junio, justamente por su enorme población.

En las especulaciones previas se estima que el presidente “nacionalista” Narenda Modi será electo por tercera vez consecutiva, aprovechando la fragmentación política que exhibe el arco opositor. Modi tiene una imagen positiva de casi el 80%, a pesar de los resquemores que despierta su hinduismo dogmático, del que recelan el resto los fieles de los demás cultos que habitan el país, prevención ésta que también se observa críticamente en el exterior.

Trescientos mil policías custodiarán el acto electoral, cuya tarea consistirá principalmente en custodiar los trenes que viajarán abarrotados de votantes y prevenir los choques entre elefantes y la multitud de sufragantes, un dato insólito para los occidentales.

Más allá de la influencia de los medios digitales que también se han afirmado en el país, las subjetividades de los sujetos son traccionadas por una propaganda singular donde los distintos candidatos son presentados estereotipadamente en el cine. Las películas pasan a ser, de esa manera, un potente instrumento de explícita y desmañada publicidad electoral. Este último método no solamente es utilizado por el partido oficialista del presidente Modi (el espacio Bharatiya Janata), sino también por la principal oposición, encarnada por la Alianza India para el desarrollo, liderada por el candidato Rahul Gandhi, vencido en dos oportunidades anteriores por el propio Modi y cuestionado por su pertenencia a un linaje interminable de la elite política de este país gigantesco y milenario. Es hijo, nieto y bisnieto de ex primeros ministros.

Estas elecciones tienen una importancia decisiva y no solamente por ser las más multitudinarias del mundo. El presidente Modi realizó durante su largo mandato una verdadera revolución económica que colocó a su país como una de las mayores potencias mundiales, sino que protagonizó un tránsito notorio desde un país medianamente laico a un estado casi exclusivamente hindú. Es, claramente, un tradicionalista que se suma a la emergencia de otros nacionalismos donde las creencias trascendentes pasan a engrosar sujetos políticos hegemónicos. Muchedumbres capaces de galvanizar un pueblo detrás de su mirada histórica común del mundo y sortear así el debilitamiento de las fidelidades políticas que exhiben los países democráticos de occidente. Esa conducta recurrente siembra la desconfianza de más de 220 millones de musulmanes, que ven al presidente decidido a comportarse como una suerte de sacerdote. La profundización de los antagonismos religiosos ha sido históricamente una tentación dedicada a soslayar graves problemas de profunda materialidad colectiva, como es el caso del 50% de desocupación existente entre los jóvenes indios menores de 25 años.

De hecho, en los numerosos actos preelectorales que ha llevado a cabo el primer ministro durante la campaña, se advierte una devoción religiosa explícita, sintetizada en un líder que ascendió al poder en 2014 y que a sus 73 años aspira a transformar el desarrollo económico en un experimento que posibilite mayor justicia social en un país todavía atravesado por las divisiones entre castas.

Además de estas cuestiones de indudable centralidad, India ejerce un rol fundacional en los BRIC´s, es una potencia que cuenta aproximadamente con 150 cabezas nucleares y que después de 75 años de constitución independiente tiene alrededor de 1.300.000 efectivos militares. Su relación con China y Pakistán es históricamente tensa y sus fuerzas armadas, si bien vetustas, aspiran a tener en el futuro una industria militar fuerte, para no depender de suministros extranjeros. Puso en marcha el Plan de Perspectiva Integrada a largo plazo o LTIPP, que demandaría una inversión militar de 250.000 millones de dólares, pero ese proceso de modernización se ha cumplido sólo a medias. Es que las pensiones militares consumen en la India gran parte de su presupuesto y la policía nacional carece de medios acordes para mantener el orden en un país de alta conflictividad (si bien la tasa de homicidios es baja y no llega a 3 cada 100.000 habitantes, se registran más de 40000 asesinatos al año, algo lógico en un país de semejante tamaño y población), gran desigualdad social y graves índices de desarrollo humano, ocupando el número 132 en el mundo en este último rubro.

La falta de empleo sistémica, de prestaciones públicas eficientes, su condición de ser el cuarto país más peligroso del mundo para las mujeres, la vigencia de prácticas como la dote, y crímenes como el infanticidio y los ataques sexuales son elocuentes a la hora de evaluar un nuevo ejemplo de la barbarie neoliberal. Ni siquiera el promocionado “experimento Bangalore”, exhibida como el “Silicon Valley” indio ha resultado sustentable. Carece de un elemento vital que la técnica y la revolución digital no ha alcanzado a resolver: el agua. En una ciudad sureña que triplicó su población en los años de “crecimiento económico hasta llegar a los 15 millones de habitantes”, la debilidad de su estructura deparó consecuencias escalofriantes. Los niños y niñas, por ejemplo, debían beber agua sucia, contraían tifoidea y debían ser hospitalizados, frente a un estado que estaba lejos de poder revertir esa situación. Acuíferos secos y fallas insuperables en la cuestión ambiental completaban un combo perfecto de capitalismo en estado puro.

Un gigante que sufre todavía las rémoras de una estructura de clases atávicas, de un pasado colonial y de un capitalismo salvaje, aguarda las elecciones con lógicas y moderadas expectativas.