Por Eduardo Luis Aguirre (*)

 

 Hasta hace semanas, días quizás, la prensa opositora se regodeaba con una hipotesis catastrófica. El peronismo podría quedar fuera del próximo balotaje según los siempre intencionados cálculos de los analistas de cotillón.

Hoy, la derecha ha vuelto a sufrir a manos de ese constructo movimentista  antagónico cuyas lógicas podrían comprenderse en una doctrina y en una forma de conducción que lo distingue. El fragote interno se modificó en horas y, de golpe, el gigantesco movimiento de masas se pone a la cabeza de las expectativas populares. Una forma aprendida de conducción política en los momentos aciagos volvió a aparecer. Lo sabemos, porque lo decía el propio Perón en su Conducción política: "la conducción no se enseña. La conducción más bien es una facultad que se desarrolla que una cuestión teórica que pueda aprenderse. La conducción se comprende o no, pero no se aprende". La conducción es un criterio. Ni una creencia ni un dogma. Está destinada a formar hombres capaces de observar para comprender. Comprender para decidir y decidir para resolver y ejecutar. El peronismo comprendió la situación gravísima de la patria, entrevió los sargazos de la complejidad del mundo y sus propios padeceres. Entonces decidió, resolvió y ejecutó en pocas horas. Esa daléctica puso patas arriba la realidad objetiva de la materialidad política, pero también las subjetividades de las mayorías que volvieron a demostrar que está primero la patria, después el movimiento y por último los hombres. Hombres en actitud sacrificial franca se corrieron para que el destino sea un poco menos empinado. Yo lamento profundamente que algunos compañeros valiosos que sostuvieron el gobierno y la calle no puedan hacer pie en la materialidad de una politica que no perdona y que no atiende a la moral sino a la ética. El progresisimo, históricamente, no puede trascender tres horizontes: el consignismo que lo neutraliza, el individualismo y una mirada purista de lo imperfecto, justamente lo que caracteriza a la acción de los hombres y a la política. Es curioso: todas las revoluciones de la historia exhiben cantidades incalculables de esas supuestas defecciones. En este caso, en el caso argentino, lo paradójico es que en el campo popular todos ganan (no hay más que mirara los casilleros y el gesto de fuerza de los gobernadores para entenderlo) y la derecha no alcanza a reponerse de la sorpresa inferida. El resto son procesos anodinos de individuación y evidencias de un desprecio por el análisis serio del dispositivo neoliberal cuya responsabilidad es instransferible.

(*) Sepan disculpar el formato y la brevedad del posteo. Estoy reponiéndome de un durísimo accidente de tránsito. Ni bien esté en condiciones un poco más edificantes, intentaré darle otras necesarias perspectivas al análisis.