Por Eduardo Luis Aguirre

 En las tumultuosas jornadas de Ecuador una multitud tomó las calles de las principales ciudades del país. Aparecía un nuevo sujeto social, novedoso y heterogéneo cuestionando airadamente las políticas de tierra arrasada del neoliberalismo en el poder.  Los grandes medios internacionales acotaron la motivación del malestar colectivo a la decisión adoptada por el gobierno de Lenin Moreno respecto de la quita de los subsidios al combustible. Esa decisión fue prontamente dejada sin efecto por el gobierno ecuatoriano, pese a lo cual el descontento persiste y la conflictividad callejera derivó hacia un plano de inestable y precario equilibrio.

Con lo que queda en claro que la medida cuestionada -absolutamente perjudicial para los sectores populares del país- constituía un detonante que estaba expresamdo demandas más amplias y diversas. Y que las mismas acontecían en un momento de debilidad objetiva y rotunda valoración negativa del gobierno neoliberal morenista. Parece claro que los reclamos populares de ese país no se acotan (ni se agotan) en una única reivindicación.

Los sucesos de Chile, que percibimos como sorpresivos y vertiginosos, traducen un malestar colectivo con las políticas neoliberales aplicadas sin mediación desde hace décadas, exacerbadas con el gobierno de Piñera en el país más desigual de América Latina que, vale destacarlo, es el continente más desigual del mundo .

El acontecimiento chileno, disruptivo y sin precedentes, seguramente impondrá cambios futuros en la sociedad del país trasandino cualquiera su trance de resolución. Sucede que una parte mayoritaria de la población no tolera más la privación sistemática de derechos en materia económica, social, educativa, previsional, etc, y además aborrece la enorme desigualdad social y la histórica matriz autoritaria de un estado que conserva lógicas y prácticas que se remontan a la dictadura pinochetista. La piedra de toque de esta efervescencia soterrada acaso lo constituya el semblante arrasador de una casta que llegó al poder con el consabido objetivo de hacer negocios para sí, para su círculo íntimo y para los sectores más acomodados cuyos intereses representa. La evidencia más categórica de la baja intensidad de la democracia chilena se traduce en la brutalidad de la represión estatal, la espesura de sus aparatos de control social, incluyendo sus sistemas procesales, las leyes antiterroristas, la enorme cantidad de reclusos y la forma en que ha resuelto las disidencias internas, en especial la denominada "cuestión mapuche".

El martes tuvo lugar en Montevideo una multitudinaria movilización contra la llamada "Reforma vivir sin miedo", una iniciativa de reforma constitucional de matriz neoliberal que pretende autorizar y profundizar la participación de las fuerzas armadas en materia de "seguridad interior". Miles y miles de uruguayos marcharon contra una tentativa de vulnerar las garantías del estado de derecho y profundizar los mecanismos de control social punitivo en una reacción quizás inesperada en otros tiempos.

En ese mismo momento, el Presidente Bolsonaro anunció que las fuerzas armadas brasileñas están preparadas para reprimir en caso de que se precipiten episodios de protesta social, mientras resuenan análogos malestares en Haití y Honduras.

Mientras todo esto ocurre, Argentina aguarda sus elecciones donde se esperan cambios políticos sustanciales. Todas las encuestas auguran la derrota en primera vuelta del presidente derechista Mauricio Macri.

¿Qué es lo que ocurre con el neoliberalismo otrora rampante del Cono Sur? ¿Cómo explicar el clamoroso rechazo que sus políticas despiertan en la población? ¿Qué claves o coordenadas utilizar para comprender la concomitancia de estas avanzadas populares contra los experimentos conservadores? Probablemente no exista una respuesta unitaria y abarcativa. Seguramente la complejidad de los pliegues de una situación convulsa reniegue de la búsqueda convencional de regularidades de hecho frente a la protesta de miles, acaso millones de sujetos. Estaríamos así ante un im-posible. Uno de los tantos a los que quizás debiéramos adaptarnos de cara a la incertidumbre de los seguramente graves por venir. Graves en términos heideggerianos, en la idea de la imposibilidad de pensar aquello que nos está vedado pensar. Porque si algo no podemos pensar, imaginar, pre-ver es, por ejemplo, lo que habrá de ocurrir en la Argentina si finalmente sucede la derrota de algo que “una fuerza política que participa de unas elecciones, es un aparato de poder preparado para interferir e intervenir de la peor manera en un proyecto democrático si el mismo encarna un mandato popular”, como advierte Jorge Alemán en su muro de facebook. Se trata de perfiles de derechas duras con una matriz ideológica común que han desatado una catástrofe continental. Lo hicieron recurriendo a la cooptación de un sentido común colectivo que debió valerse previamente de la colonización de las subjetividades de un número indeterminado de sujetos que los acompañaron con sus votos. El experimento, que se suponía inexpugnable a la luz de su capacidad de generar tendencias que incríblemente se enraizaron en vastos sectores sociales, incluso aquellos más desfavorecidos, se halla en pleno proceso de colapso. Ha perdido legitimidad y se lo percibe como devastador, perverso y profundamente regresivo. Los aires contingentes de las subjetividades han cambiado porque el capitalismo neoliberal, finalmente, también lo es. Porque se han producido disrupciones pero también nuevas alianzas sociales. Porque asoman novedosas hegemonías en el mapa de Nuesta América. Porque Abya Yala, en pleno marasmo de luchas defensivas vuelve a intentar empecinadamente el camino de la emancipación.