Un artículo del arquitecto Claudio Bruno.

La Bastilla fue un edificio que adquirió una amplia (y siniestra) reputación como lugar de encierro, aunque su destino original era otro.
Fue erigida para operar como el fuerte que debía proteger el llamado Portal de San Antonio, en el entonces límite este de Paris. Su nombre proviene del vocablo medieval francés bastide, que precisamente significa fortaleza. La denominación formal era “Bastille Saint-Antoine”, es decir Bastión o Fuerte de San Antonio.
La construcción se inició en 1370, durante la Guerra de los Cien Años, y se terminó de completar en 1383, bajo el reinado de Carlos V. El autor de la Bastilla fue Hugo Aubriot.
Básicamente se trataba de una muralla de 24 mts. de altura con torres que trabajaban como contrafuertes estructurales, delimitando un rectángulo irregular de unos 70 mts de largo por 34 mts de ancho, con dos patios interiores. A su alrededor había un foso de 8 mts de profundidad y el acceso era a través de un puente levadizo sobre el lado este, pero que a mediados del s. XV fue tapiado y se creó un portón de acceso en la fachada Norte, sobre la actual calle de la Bastilla (Rue de la Bastille).

Era un típico ejemplo de la arquitectura militar del medioevo, aunque con una característica distintiva: las torres y la muralla tenían la misma altura, con el objeto de unificar y conectar todo el último nivel. De este modo, los soldados y la artillería podían desplazarse de un flanco a otro conforme el nivel de amenaza, sin necesidad de moverse dentro de las torres. Este detalle se observa también en el Castillo de Tarascon, construido con posterioridad a la Bastilla.
Con el transcurrir de los años, su misión defensiva resultó insuficiente[1], por lo que se transformó en fortín – arsenal, hasta que en la primera mitad del s. XVII el Cardenal Richelieu (primer ministro de del rey Luis XIII) la comenzó a emplear como prisión estatal, función que se prolongaría hasta su fin, en 1789.
Su historia como cárcel está unida a las llamadas “Lettres de Cachet”, que eran las cartas reales por las que se ordenaba la detención y reclusión de personas sin juicio alguno.

Los archivos encontrados tras la toma mostraban que en general los prisioneros alojados eran estafadores y falsificadores, como así también personas encerradas por motivos religiosos o por publicar manifiestos contrarios al régimen. Por tal razón, varios de los encarcelados en la Bastilla tenían posiciones acomodadas dentro de la sociedad. Además, la capacidad máxima de alojamiento era menor a 50 personas. Es así que las condiciones del lugar resultaban menos sórdidas que el resto de las cárceles parisinas.
Pero la voluntad monacal de generar un clima de terror en el pueblo obligó a mantener un hermético silencio sobre lo que ocurría dentro del edificio. A tal punto, que los prisioneros próximos a ser liberados (únicamente por orden del rey) debían juramentar que no revelarían nada de lo que habían visto u oído en el interior.
En 1789, tras la histórica toma, los liberadores descubrieron con sorpresa que la vida dentro era mas confortable de lo que se rumoreaba. A algunos presos que eran mas confiables se les permitía tener su propio mobiliario e incluso los mas acaudalados estaban acompañados por sus sirvientes.
También se descubrió que algunos presos tenían el beneficio de poder deambular alrededor de la fortaleza, practicar juegos, tener pasatiempos y hasta se le otorgaba permiso para ir a Paris. Una especie de libertad condicional bajo palabra.
La vida dentro de la Bastilla no tenía los horrores de la leyenda que se creó, no obstante representó el nefasto símbolo del despotismo monárquico, y su toma –el 14 de julio de 1789- marcó el inicio de la Revolución Francesa y se transformó en la fecha patria de Francia.-
[1] Fue sitiada en siete oportunidades, rindiéndose en seis de ellas.