Por Sebastián Gómez (*)


A modo de introducción
El presente artículo se inscribe en un proyecto de la tesis doctoral en curso, La recepción y usos de Antonio Gramsci en la formación de la nueva izquierda pedagógica y el nacionalismo popular pedagógico, 1959 – 1976. Pretende indagar y rastrear la presencia del comunista italiano en el pensamiento político pedagógico de Hernández Arregui (1913-1974).
En un primer momento, se realiza un racconto de la trayectoria política intelectual de Hernández Arregui, situándolo como parte de la nueva intelectualidad crítica que surgió hacia fines de los años '50 en Argentina. En un segundo momento, se profundiza en sus reflexiones en materia pedagógica. Aquí se intenta estructurar un debate con la interpretación sugerida por Adriana Puiggrós (1997) que califica su obra como “reproductivista”, al tiempo que le endilga la apropiación de conceptos fundamentales de Gramsci.
El escrito considera las principales obras de Hernández Arregui (1913–1974): Imperialismo y cultura(1957, reeditado en 1964 y 1973); La formación de la conciencia nacional (1960, reeditado en 1970);¿Qué es el ser nacional? (1963, reeditado, en 1972 y 1973); Nacionalismo y liberación (1969, reeditado en 1973); Peronismo y socialismo (1972). También se apela a la revista Peronismo y socialismo (septiembre de 1973) y luego (cambio de nombre mediante), Peronismo y liberación(agosto 1974) dirigidas por Hernández Arregui. Con un enfoque cualitativo y a través del análisis documental se abordan un conjunto de producciones significativas del autor para aprehender su pensamiento y reflexiones pedagógicas. Se intenta reconstruir el sentido que le asignó a la cuestión educativa, atendiendo al contexto de su producción.
En la investigación del itinerario de la obra de autores y autoras, como Antonio Gramsci para este caso, es indudable distinguir el campo de origen del de recepción, dando cuenta de los intereses específicos en pugna del último como también de las marcaciones e interpretaciones de los “receptores”. Existe un carácter productivo en la lectura y en los usos de la obra de un autor (Jauss, 1978; Mayoral, 1987) que reclama conjugarse con su historicidad. Es necesario alejarse del carácter inmanente que podría derivarse del acto de recepción a través de ofrecer las coordenadas del espacio socio–histórico del sujeto articulador de la recepción. Asimismo no se trata de develar empleos correctos e incorrectos en referencia a una interpretación válida, sino más bien de comprender modalidades y condiciones de posibilidad socio-históricas y socio-políticas de determinados usos (Tarcus, 2007a).

1. Apuntes sobre el itinerario político intelectual de Hernández Arregui. Su primigenio rechazo a Antonio Gramsci
Hernández Arregui formó parte de la denominada nueva intelectualidad (Sigal, 1991), es decir, de una franja intelectual que nació hacia fines de los años '50 y principios de los '60 en tensión, ruptura o debate con la izquierda tradicional (Partido Comunista Argentino –PCA- y Partido socialista -PS) y bajo la pretensión de renovar la teoría crítica. Dentro de la denominada nueva intelectualidad, Hernández Arregui formó parte de las filas de la izquierda peronista que, a diferencia de la izquierda nacional (dinamizada, entre otros/as, por Abelardo Ramos), no reconocía otro sujeto político legítimo fuera del propio y ambivalente peronismo. La izquierda nacional mantenía un margen de exterioridad y autonomía respecto del peronismo, defendiendo una representación independiente del proletariado ya que entendía que el peronismo era un movimiento político policlasista. Estos aspectos eran inaprensibles para Hernández Arregui, quien mantuvo profundos debates con Abelardo Ramos (García Moral, 2008; Acha, 2009). Vale subrayar que en los confines de la izquierda peronista, el autor promovió una ilación: interpretó al peronismo desde el marxismo: “Soy peronista porque soy marxista”, argumentaba.
Hernández Arregui reconoció el valor intrínseco y político de las opciones culturales; planteó una simbiosis entre política y cultura (Sigal, 1991: 214-227). Ya en su primera obra, Imperialismo y cultura, asumió al momento cultural no sólo como irreductible al momento económico sino además como terreno decisivo en la confrontación contra la oligarquía. Desde sus inicios, su proyecto devino contracultural (Piñeiro Iñíguez, 2013: 71). Hernández Arregui asumió su opción cultural como parte de una batalla político-estratégica contra la oligarquía y sus expresiones intelectuales. Y esta batalla debía darse en el propio campo del enemigo, mostrando la posibilidad de efectuar una intervención intelectual que aúne una defensa de intereses populares con argumentos propios del nivel estilístico reclamados por la oligarquía. Se trataba, argumentaba Hernández Arregui, de “cocinar en su propia salsa” a los intelectuales alineados con la oligarquía (citado en Galasso, 2012: 195). De allí que el anti-intelectualismo, es decir, el rechazo a los cánones o pautas liberales de la intelectualidad, configuró su forma tensa de posicionarse en el campo intelectual.
La nueva intelectualidad se desarrolló como “una generación sin maestros locales” (Terán, 1991: 97, 152). Hernández Arregui compartió este rasgo, aunque existió una excepción: Rodolfo Mondolfo (Galasso, 2012; Piñeiro Iñíguez, 2013), para quien Hernández Arregui fue el más importante discípulo argentino. Nacido en Italia formó parte, entre otros, del cuerpo docente de la Universidad de Turín (donde Gramsci estudió) entre 1910 – 1914, se exilió en 1938 a Argentina con la ayuda del Partido Socialista donde se desempeñó como profesor de las universidades de Córdoba y Tucumán, y murió en nuestro país en 1976. Fue en Córdoba, sitio histórico de trabajo y difusión de la obra de Gramsci años más tarde, donde Hernández Arregui conoció a Mondolfo en la década del '40. El filósofo ítalo-argentino ante la imposibilidad de ingresar como docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA encontró refugio en la homónima facultad de la Universidad Nacional de Córdoba desde 1940 a 1947. Comenzó enseñando Lengua Griega y luego Filosofía Antigua (Tarcus, 2007b: 432).
En la facultad cordobesa, Hernández Arregui que estudiaba Filosofía y tenía particular interés por la filosofía griega, se acercó a Mondolfo. Sabido es que el filósofo ítalo-argentino fue por entonces un animador de la interpretación del marxismo en términos historicistas, como una filosofía de la praxis, alejado del reduccionismo economicista, a la vez que promovió la difusión de Gramsci en nuestro país. Este abordaje del marxismo cautivó y marcó una influencia decisiva en el recorrido de Hernández Arregui. Desde la perspectiva mondolfiana, también compartida y defendida por Gramsci, aprehendió al marxismo, a contramano de la extendida interpretación soviética.
Es improbable que Hernández Arregui, como discípulo de Mondolfo, no haya tenido referencia sobre Gramsci. Más aún, es posible que la primera vía de acceso de Hernández Arregui al revolucionario sardo transcurriera a través de Mondolfo. Aricó (2005 [1988]: 198-207) ha planteado que el filósofo ítalo argentino fue una de las vías de acceso a la obra de Gramsci para los sectores liberal–democráticos de nuestro país, cercanos al Partido Socialista en la década del '50. Presumiblemente Mondolfo constituyó también una de las vías de acceso de Gramsci para la izquierda peronista, a través de Hernández Arregui quien tenía amplia influencia en la época.
Bajo la sospecha de las contribuciones teóricas extranjeras Hernández Arregui apeló, por primera vez, a Gramsci. Esta desconfianza constituía una crítica habitual de la izquierda peronista a la intelectualidad liberal pero también marxista, admiradora de las modas intelectuales y de toda contribución teórica exterior. Para el autor, la contemplación al exterior no expresaba más que el distanciamiento de la intelectualidad local respecto a la realidad nacional y al punto de vista nacional. En el marco de las críticas que efectuaba a la izquierda argentina sin conciencia nacional, el autor reconoció como interesantes y progresivos los aportes nacidos desde el seno del PCA hacia fines de los '50, específicamente de su Secretario de Cultura, Héctor Agosti.
El Secretario de Cultura del PCA fue el principal impulsor a nivel local del estudio, traducción y difusión de la obra de Gramsci en la década del '50. En Nación y cultura Mito liberal, escritos en 1959 y susceptibles de comprenderse como parte de un mismo trabajo, Agosti revisó la lectura del fenómeno peronista apelando a categorías gramscianas (Aricó, 2005 [1988]; Terán, 1991; Kohan, 2000). En el primer libro, el comunista argentino empleó la noción gramsciana nacional - popular y reparó en los vínculos entre intelectuales y pueblo, clásica temática gramsciana. Con El Mito liberal, buscó distinguir entre una tradición liberal y otra democrática en la historia argentina. Este argumento fue celebrado por Hernández Arregui en La formación de la conciencia nacional (2011 [1960]: 351-356). Aunque desarrolló argumentos críticos a determinados planteos de Agosti, Hernández Arregui reconoció “varias adquisiciones positivas”, entre otras, la denuncia del papel negativo de la “intelligentzia” al servicio de la oligarquía y del imperialismo y el desprecio de esta “intelligentzia” al pueblo, o su aceptación de la herencia cultural hispánica. Es de interés que muchas de las “adquisiciones positivas” remitieron al tratamiento agostiano del vínculo intelectual-pueblo que guardaba fundamento en el acervo gramsciano. Como parte de las “adquisiciones positivas”, Hernández Arregui también destacó el empleo de conceptos surgidos en el propio país, aunque lamentó el apoyo de Agosti en un autor extranjero:
También es prometedor que este enemigo [por H. Agosti] de la “teoría nacionalista de la cultura” hable de “conciencia nacional”, de “década infame”, de “deserción ante el hecho nacional”, aunque se apoye, al utilizar estos términos nacidos en el país y al calor de la lucha nacional (no de los libros), en un escritor extranjero, A. Gramsci. (2011 [1960]: 355).
2. El legado político pedagógico de Hernández Arregui y su tangencial gramscismo
Años más tarde el propio Hernández Arregui utilizó a Gramsci para abordar el vínculo entre intelectuales y pueblo. Existió un tránsito desde esta sospecha y rechazo inicial a un empleo posterior de las ideas del comunista italiano. Sin embargo, es preciso no sobredimensionar el “gramscismo” de Hernández Arregui. Se considera necesario revisar las apreciaciones de Puiggrós (1997) que tienden a exagerar las influencias del revolucionario sardo en su obra:
El reproductivismo pedagógico de Hernández Arregui contrasta con sus lecturas de Gramsci, quien descubrió el antagonismo inherente al proceso educacional. Sin embargo, Hernández Arregui había incorporado conceptos fundamentales del autor de “Cuadernos de la Cárcel”. No se había interesado por el recorte prudente que hizo el togliatismo en la segunda postguerra, ni por el espontaneísmo que se diferenciaba de Lenin y prefería a Sorel y a Rosa Luxemburgo. Eligió al Gramsci teórico, al de la teoría de las articulaciones y de la hegemonía, el de la vinculación entre la teoría y la práctica (Puiggrós, 1997: 73).
Más adelante se reparará en estas y otras apreciaciones de Puiggrós sobre la obra de Hernández Arregui. Reténgase, ahora, la gravitante presencia gramsciana en Hernández Arregui sugerida. Por el contrario, el artículo arguye que Hernández Arregui no realizó una apropiación significativa de Gramsci, no “eligió a Gramsci”.
La presencia del comunista italiano en Hernández Arregui fue excesivamente puntual, tangencial: sólo una cita en Nacionalismo y liberación (2011 [1969]: 17). Distintos intérpretes de la obra de Hernández Arregui, marcan la influencia marginal del revolucionario sardo: Horacio González lamenta que Hernández Arregui haya rechazado a Gramsci (2012: 20); Galasso (2012) no menciona a Gramsci en el conjunto de sus interpretaciones sobre Hernández Arregui; Piñeiro Iñiguez (2013: 182) aduce, puntualmente y sin ninguna otra mención, que Hernández Arregui se asentó en el marxismo leninismo, acudiendo ocasionalmente a autores como Mao o Gramsci (aunque lo hace mucho más con el primero que con el segundo).
La sospecha inicial hacia Gramsci en tanto “escritor extranjero” (europeo) cambió en el correr de su obra, pero Hernández Arregui en ningún caso “eligió a Gramsci” como sustento teórico de sus interpretaciones o “incorporó conceptos fundamentales” del revolucionario sardo.
La propia revista dirigida por Hernández Arregui, Peronismo y Socialismo y luego, Peronismo y Liberación, muestra la ausencia de Gramsci. No existió apelación alguna al revolucionario sardo en los dos números, con excepción de un artículo de César Arias (1973: 116) que mencionó en una ocasión a Gramsci, situándolo bajo las coordenadas del marxismo – leninismo y, por tanto, sin innovación política teórica relevante1. Es indudable el peso e influencia teórica de Hernández Arregui sobre los miembros y autores/as de la revista, por lo que la nula presencia gramsciana podría traslucir también la escasa impronta gramsciana de su animador principal.
Puiggrós (1997) realiza dos movimientos sobre el legado pedagógico de Hernández Arregui. En primer lugar, sostiene que su posición político pedagógica “es reproductivista y coincide con la que se ha generalizado entre los docentes que están en rápido proceso de acercamiento al campo nacional popular” (1997: 72). Por aquellos años la figura emblemática de las posiciones educativas crítico reproductivas remitía a L. Althusser. Sin embargo, y este es el segundo movimiento, la autora se esfuerza en mostrar que su reproductivismo pedagógico contrastó con las lecturas de Gramsci de quien “había incorporado conceptos fundamentales”.
La calificación de los planteos pedagógicos de Hernández Arregui bajo el crítico reproductivismo y, específicamente, el estructuralismo althusseriano contrae algunos equívocos. Es indudable que existieron elementos en el autor dirigidos a denunciar el carácter reproductor y legitimador de un orden social semi-colonial por parte del sistema educativo: la oligarquía difundía su concepción del mundo e impregnaba al terreno educativo mientras los maestros se reducían a intermediarios de la oligarquía. Este abordaje obturaba la posibilidad de una intervención específica transformadora en el seno de las instituciones educativas. Pero Puiggrós deriva fundamentalmente de estos elementos el atributo reproductivista de Hernández Arregui cuando, dichos elementos, como se intentará mostrar, derivan de su historicismo marxista y su postura anti-intelectualista, no de una adscripción al reproductivismo pedagógico.
Existen varias razones para desestimar como reproductivista la posición política pedagógica de Hernández Arregui. Entre ellas, el mote en cuestión oscurece sus aperturas y propuestas en materia educativa. Además, conduce a un ejercicio estéril: el de introducir excepciones a su supuesto reproductivismo. La mudanza en la caracterización de Hernández Arregui, en el curso de su obra, del estudiantado ante el proceso de su creciente politización y “nacionalización” resulta una ilustración del quiebre con su supuesto reproductivismo (Carli, 2013), entre otros elementos pedagógicos que se podrían exponer en similar orientación.
Asumir como parámetro identitario su reproductivismo y, luego introducir quiebres, resulta inconducente. Más interesante es divisar su postura pedagógica en el marco del historicismo marxista y del peronismo de izquierda al que adscribió.
El historicismo marxista, dinamizado por Rodolfo Mondolfo, operó como fundamento teórico en la explicación de la dominación escolar por parte de Hernández Arregui. Era la clase dominante y su concepción del mundo la que impregnaba al sistema educativo en su conjunto, dotándolo de unidad y homogeneidad. En otras palabras, la capacidad de la oligarquía para tornarse como clase dominante, se traducía en la difusión de su concepción por el conjunto social a través de las instituciones educativas. Este es un nudo que se conservó en Hernández Arregui en el conjunto de su obra. A su vez, el autor articuló el carácter conservador y regresivo de la educación con el papel productivo de la oligarquía (aliada histórica del imperialismo). Un país terrateniente se oponía al avance científico, básicamente porque no lo necesitaba. Entonces el papel del sistema educativo se limitaba a la formación en valores y hábitos de la clase dirigente.
Estas reflexiones educativas de Hernández Arregui se anudaron con una visión del Estado burgués característico del joven Marx, tantas veces retomada por la vertiente marxista historicista: la deshumanización del hombre se encarnaba en un Estado deshumanizado (2011 [1960]: 181). Dadas las características de nuestro país, las instituciones (entre ellas, las educativas) encarcelaban y enajenaban la esencia del hombre. Lejos de realizarse en las instituciones educativas el pueblo, argumentaba Hernández Arregui, se formaba una idea engañosa del mundo, en abstracciones funcionales a la oligárquica, en una falsa conciencia, en definitiva, en una alienación cultural. El hombre no dominaba las relaciones sociales que se le presentan como cosas, independientes de su voluntad. El Estado y las instituciones educativas promovían esta deshumanización.
Repárese en la lejanía de Hernández Arregui respecto del estructuralismo marxista y su reproductivismo para asir la dominación educativa. La postura del autor sería criticada por dicho estructuralismo no sólo por su veta humanista sino también porque la unidad de una formación social era referida a una instancia central: la clase – sujeto de la historia. El marxismo de Hernández Arregui, en definitiva, descansaba, al igual que en el historicismo, en la versión marxista de la dialéctica hegeliana. Interpretación ésta que tantas veces criticó el estructuralismo marxista.
De este nudo sobre las características de la dominación escolar, se derivaba en Hernández Arregui el papel adjudicado a los maestros. Formados en la leyenda de la civilización sin máquinas y la incompetencia industrial promulgada por la oligarquía, los educadores difundían la concepción dominante. Devenían una suerte de mediadores entre la clase dirigente oligárquica y el pueblo a quien instruían en valores y pautas antinacionales. Provenientes, en general, de la pequeña burguesía y de descendencia inmigrante, poseían un estado psicológico común: deseo de no informarse sobre la cuestión nacional, que les inspiraba una repulsa instintiva y la sospecha de que todo libro nacional era “nacionalista”. Portaban un desprecio hacia el pueblo y sus manifestaciones culturales. Heterogéneos en su composición económica, divididos en estratos, los miembros de las clases medias, por su propia inestabilidad económica, eran elementos pasivos e intermediadores de la clase gobernante. Ésta era una apreciación recurrente en el autor: ya en uno de sus primeros libros, La formación de la conciencia nacional, había conjugado las clásicas reflexiones del marxismo leninismo con la retórica histórica del peronismo, para concluir que la clase media carecía de entidad política propia.
Según Hernández Arregui, la clase media en lugar de promover la elevación y unificación de la concepción del pueblo, se empeñaba en su desprecio. Se asistía a un clivaje entre intelectuales y pueblo, entre educadores y educandos. Fue desde este prisma, tan marcado y conservado a lo largo de su obra, que Hernández Arregui en 1969 citó a Gramsci. A través del genio sardo ilustró la incomprensión de los intelectuales respecto del pueblo. “Este fenómeno ha sido inobjetablemente expuesto por Gramsci”, decía (2011 [1969]: 17). E inmediatamente apelaba a un pasaje del pensador comunista italiano. Pero lo hacía sin mostrar innovación político - pedagógica alguna respecto de su encuadre teórico de años anteriores.
El hecho señalado por Gramsci se explica por sí mismo. Los intelectuales, y en especial los educadores, son también fenómenos sociales, y en su calidad de tales, han sido formados como individuos por la generación más antigua que, de este modo, los ha socializado a su servicio (Hernández Arregui, 2011 [1969]: 17).
Entonces el autor utilizó las ideas de Gramsci para tratar la temática de la escisión intelectual–pueblo bajo el encuadre teórico de años anteriores. No hubo innovación, no hubo una incorporación de “conceptos fundamentales” del revolucionario sardo, como sugiere la interpretación de Puiggrós. La autora considera que Hernández Arregui, al igual que Gramsci, concibió a los educadores como una categoría de los intelectuales, pero enfatizó su socialización al servicio de la clase dominante. Aduce, con razón, que esto se basó en su desconfianza a la intelectualidad liberal, en otras palabras, en su anti-intelectualismo. Pero Puiggrós en lugar de divisar una discordancia general entre la noción de intelectual gramsciana y la de Hernández Arregui, dirime el asunto en énfasis.
Es preciso extraer otras conclusiones. El autor no incorporó la noción de intelectual gramsciana, esto es -en sus aspectos principales- el intelectual como un organizador permanente, como un actor comprometido con la vida práctica y, en ciertos casos, capaz de devenir orgánico a la clase dominada. Este atributo de la intelectualidad, de los educadores no fue tratado por Hernández Arregui. Se mantuvo fiel a su anti-intelectualismo y su encuadre teórico previo a la lectura del revolucionario sardo. Parece pues más acertado concluir que Hernández Arregui no asumió a los educadores como una categoría de los intelectuales al estilo gramsciano.
Pero Puiggrós insiste en endilgarle un “gramscismo” a Hernández Arregui en su tratamiento de la intelectualidad. Entonces, inmediatamente después de pretender tejer un vínculo entre la noción de intelectual gramsciana y el tratamiento del intelectual en Hernández Arregui, sostiene: “Extraña que Hernández Arregui no conociera la producción de Gramsci en ‘Ordine Nuovo’ (1919-1921)...”. Aquí hay dos puntos a marcar. En primer lugar, hacia 1969 no era frecuente el conocimiento de los manuscritos de juventud de Gramsci en Argentina y en particular de L’ Ordine Nuovo. Presumiblemente, la primera traducción al castellano de un artículo del periódico transcurrió en manos de la editorial Argonauta en 1921, en un cuadernillo titulado Hacia una sociedad de productores. En este cuadernillo se incluyó un texto de Gramsci bajo el título La concepción marxista comunista de los Consejos de Fábrica, tomado de L'Ordine Nuovo2. Pero recién a inicios de la década del ‘70 se publicaron en castellano algunos de los escritos ordinovistas de Gramsci3. Entonces para conocer estos escritos Hernández Arregui debería haber accedido a la edición italiana, de escasa circulación local, L'Ordine Nuovo 1919-1920, Torino: Einaudi publicada en 1954 (reeditada en 1955 y 1970). Nuevamente, parece más probable extraer las conclusiones inversas a la interpretación sugerida por Puiggrós: es más bien extraño que Hernández Arregui haya conocido la producción ordinovista de Gramsci.
En segundo lugar, tampoco se entienden las razones por las qué Hernández Arregui debería haber vinculado estos escritos de Gramsci con la temática del intelectual como educador. En Cuadernos de la cárcel, Gramsci desarrolló sus reflexiones sobre los intelectuales y los vínculos con la organización cultural. Los escritos de L’ Ordine Nuovo, destinados a nacer y morir en el día, como decía el revolucionario sardo, tenían otro registro a Cuadernos..., destinados “para la eternidad”. Apuntaban a la intervención política, a la organización obrera directa. Más allá de alguna posible articulación, rastrear aquí su teoría y reflexiones sobre los intelectuales resultaría anacrónico.
Además de lo comentado acerca de las reflexiones pedagógicas de Hernández Arregui sobre la dominación escolar y al papel de los maestros promovido por la oligarquía, existe otra línea de análisis en su obra referida a la transformación del sistema educativo. Éste es otro argumento que permite no encuadrar al autor en los confines del reproductivismo. Y, nuevamente, sólo es inteligible desde su historicismo marxista y adscripción al peronismo de izquierda. Hernández Arregui partió de la clásica aseveración historicista, y la revistió de una impronta nacional: “cada clase social, aunque enmantada en la cultura nacional, tiende a concebir el mundo de modo distinto” (2011 [1963]: 122). De ahí se derivaban querellas culturales. Mientras Borges, representante de la oligarquía ganadera, despreciaba por rudimentario al Martín Fierro, las masas populares lo asumían como propio. Pero en Hernández Arregui estas querellas culturales no ingresaban o se reeditaban en el plano de las instituciones educativas. El sistema educativo conservaba la cultura dominante, se mantenía inmune. Como bien observa Puiggrós (1997: 74), Hernández Arregui tuvo limitaciones para entender el conflicto del vínculo pedagógico escolar. Justamente, esta es otra razón para fundamentar la ausencia de Gramsci en su obra. El revolucionario sardo estableció un lazo histórico entre hegemonía y pedagogía. La hegemonía dominante debía realizarse, producirse y, por tanto, habilitaba a pensar las resistencias en el propio vínculo pedagógico.
Hernández Arregui planteó otra salida posible para la transformación del sistema educativo. Anclado en el pensamiento de Lenin y en el peronismo de izquierda, postuló que cualquier transformación educativa por parte del pueblo requería la toma del poder político. El autor desconfiaba de las instituciones (históricamente ligadas a la oligarquía) y la capacidad de disputa en su seno. Era preciso un fuerte golpe de timón y, por tanto, retomar el poder usurpado para motorizar diversas transformaciones, entre ellas, las educativas. Nuevamente desde su historicismo marxista, sostenía que el Estado no era una entelequia abstracta sino creación de los hombres que corporizaba a las clases sociales y sus luchas nacionales (2011 [1969]: 35). Hernández Arregui construyó una articulación entre la organización popular y la capacidad de orientar el Estado hacia otro rumbo: el socialismo nacional y el fortalecimiento del pueblo. Sustancial resultaba tanto la organización del pueblo para la conquista del poder político, como impulsar políticas, una vez alcanzado el Estado, que alentasen la maduración política popular, la elevación del pueblo a clase nacional, (2011 [1969]: 45). Planteaba pues un proceso de organización popular correlativo a la conformación de un nuevo Estado Nación, pero el punto decisivo era alcanzar el poder político para que el proletariado puediera devenir clase nacional.
Como se observa, Hernández Arregui estaba imbuido en la teoría leninista. Recuérdese que Gramsci introdujo una innovación teórica respecto al leninismo al distinguir entre las nociones de hegemonía y predominio. Para volver viable la victoria en los “países occidentales” el proletariado debía convertirse en clase dirigente, en términos de influencia de su concepción del mundo sobre otros sectores sociales, antes de la conquista del poder político. Podría ser hegemónica, sin contar con el predominio político aún. Este análisis de Gramsci se distanciaba de Lenin quien insistió sobre el hecho de que la clase dominada no podía conquistar el lugar de la ideología dominante antes de la conquista del poder político. Hernández Arregui proseguía los clásicos lineamientos leninistas, tamizados por su inquietud por la reconquista del poder político a manos del peronismo. Si bien enfatizó la idea de la batalla cultural, en ningún caso lo hizo al estilo de la “guerra de posiciones” de Gramsci o pretendiendo que el proletariado devenga hegemónico con anterioridad al predominio político, a la conquista del poder por el peronismo. Por ello, resulta inaprehensible la lectura de Puiggrós (1997) cuando aduce que Hernández Arregui “Eligió al Gramsci teórico, al de la teoría de las articulaciones y de la hegemonía...”. Además, en esta afirmación se produce un anacronismo. La interpretación y uso de la hegemonía gramsciana en clave de articulaciones es claramente posterior a los años de producción de Hernández Arregui. Fue en los denominados años del exilio mexicano, en particular, en las ponencias y discusiones del seminario sobre Hegemonía y alternativas populares en América Latina, organizado por el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1980 donde se “incubó” la interpretación de la hegemonía gramsciana en términos de articulaciones.
En torno a la organización del proletariado, Hernández Arregui jerarquizó y otorgó centralidad a la unidad entre el pueblo y Perón, desde su adscripción al peronismo de izquierda. El proletariado se organizaba en voluntad unitaria contra el coloniaje a través del General. Lejos de una clave liberal, el autor consideraba que los líderes constituían expresiones y creaciones de los movimientos populares nacionales que, al mismo tiempo, se potenciaban y organizaban alrededor de esta figura (2011 [1969]: 17). Es cierto que existen elementos para vincular estas reflexiones de Hernández Arregui con la interpretación del Príncipe de Maquiavelo en Gramsci. Pero no hay rastros certeros en esta línea. De hecho, en las primeras obras de Hernández Arregui, antes de su consideración positiva hacia Gramsci, se encuentran semejantes consideraciones. Por ello parece forzado cuando Puiggrós (1997: 74) yuxtapone planteos de Hernández Arregui con alusiones al maquiavelismo gramsciano, sugiriendo alguna influencia del último sobre el primero4. Similar argumento es posible aplicar cuando Puiggrós (1974: 75) sostiene que la asunción del pueblo como “estados sociales colectivos” en Hernández Arregui deviene de Gramsci. En todo caso, podría sugerirse que Gramsci abonó a este tratamiento historicista del concepto de pueblo, ya que en las primeras obras de Hernández Arregui las masas populares eran entendidas en el mismo sentido, o sea, de un modo no esencialista sino histórico. Nuevamente, puede presumirse que, más que la influencia gramsciana, es el historicismo marxista acuñado por Hernández Arregui lo que explica este tratamiento de la categoría de pueblo.
Hernández Arregui no se detuvo sólo en la proclama de la reconquista del poder político para impulsar una concepción popular del mundo a través del sistema educativo. Diagramó un programa educativo en términos de contenidos. Si existían dos clases sociales y pugnaban por prevalecer en su concepción del mundo, se trataba de potenciar la versión popular. La “educación racional”, como la denominaba (2011 [1963]: 131), es decir, una educación en oposición a la falsa conciencia promulgada por la oligarquía, debía fundarse en la herencia cultural del pueblo y en la realidad americana. Con anterioridad a Paulo Freire, sugirió pues que los contenidos educativos de una educación revolucionaria debían anclarse en las realidades históricas populares. La educación tenía la tarea de elevar a los estratos populares y de tornar coherentes sus nociones del mundo, en contraposición a la concepción del mundo mistificadora de la oligarquía.
En suma, Hernández Arregui anclado en su historicismo y peronismo de izquierda desarrolló un conjunto de apreciaciones que lo acercan más al legado de Freire que al “crítico reproductivismo”. De todos modos, el autor enfatizó que la posibilidad de un sistema educativo capaz de organizar y elevar a las masas debía ser efecto de la revolución y no la revolución efecto de la escuela. De allí que las intervenciones educativas transformadoras en el seno de las instituciones impregnadas por la oligarquía eran desechadas o suturadas. Al mismo tiempo, la tradición iluminista marcó parte de sus preocupaciones pedagógicas. Por ello, más allá de que citó en distintos pasajes la III° Tesis sobre Feuerbarch que contenía la clásica aseveración de que “el educador debe ser educado”, Hernández Arregui interpretó esa afirmación en términos de fomentar una educación capaz de elevar al pueblo desde sus realidades, no profundizando en la conformación de un vínculo integralmente democrático entre educador–educando, dirigente-dirigido. La faceta vincular de la educación revolucionaria no fue tematizada o profundizada por el autor, específicamente, la transformación de los propios educadores en su pretensión de transformar a los educandos. La dificultad para extraer el conjunto de consecuencias de esta III° Tesis sobre Feurbarch tantas veces comentada por el revolucionario sardo, ¿no es otra razón para concluir que Hernández Arregui no “eligió a Gramsci”?
Notas
1 Arias, C. (1973). El Estado argentino como marco del ejercicio del poder. Peronismo y socialismo, 1, (1), 98-117.
2 Agradezco a Daniel Campione esta referencia.
3 Sacristan Gimeno, Antonio Gramsci. Antología. México: Siglo XXI. La primera edición fue en 1970. Allí se incluyó una selección de artículos del comunista italiano correspondiente a L’ Ordine Nuovo. Un antecedente de una antología de Gramsci en castellano (y también en catalán) fue realizada en 1967 por Jordi Sole Tura, Antonio Gramsci. Cultura y literatura. Madrid: Península. De todos modos, la antología no incluyó textos del L Ordine Nuovo.
Gramsci (1973). Consejos de Fábrica y estado de la clase obrera. México: Roca. Reunió escritos de 1919 y 1920 de Gramsci, producidos para L’ Ordine Nuovo en correlación con el movimiento “consejista” de Turín.
Autores/as varios (1972). Consejos obreros y democracia socialista. Bs. As.: Pasado y Presente. Cuaderno n° 33. La primera edición fue en Agosto de 1972 y se publicaron algunos textos de Gramsci de L’ Ordine Nuovo.
Antonio Gramsci (1973). Democracia obrera y socialismo. Revista Pasado y Presente, 4 (nueva serie) (1), 103-140. Bajo ese título la revista publicó algunos de los escritos de Gramsci en L’ Ordine Nuovo.Aricó preparó una introducción a los mismos, titulada “Espontaneidad y dirección consciente en el pensamiento de Gramsci”.
Ernest Mandel (1974), Control obrero, consejos obreros, autogestión, (antología). Tomo 1. Mexico: Ediciones Era. La compilación incluyó algunos artículos de L´Ordine Nuovo en las páginas 210 a 234, aunque, como ha señalado Santella (2012), Gramsci no fue nombrado por Mandel en su larga introducción a la antología.
4 Para rastrear, en estos años, una inspiración gramsciana en la interpretación de Perón en clave de Maquiavelo desde la izquierda peronista, es preciso atender a las producciones de Horacio González a inicios de los ‘70 a través de la Revista Envido y en su prólogo, de marzo de 1972, a la propia edición “peronista” de la primera sección de Notas sobre Maquiavelo sobre la política y sobre el Estado moderno, resignificado bajo el título Príncipe moderno y voluntad nacional popular.
Referencias bibliográficas
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(*) Universidad de Buenos Aires/CONICET, Argentina.

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