Por Pablo Guadarrama González (*)

   En cualquier circunstancia es recomendable  pensar con cabeza propia,  pero en algunos lugares y ocasiones es más necesario que en otros. El carácter de esa necesidad está en dependencia de lo que se pone en juego.
          El pensamiento latinoamericano en su conformación ha pasado por diversas etapas –entre ellas una muy significativa ha sido la del auge del positivismo y la reacción que le siguió- en la que no siempre  pareció tan clara para sus gestores  la necesidad de pensar de tal forma, o por lo menos de insistir en la cuestión de manera tan explícita.
           A los cultivadores de la escolástica de los siglos XVI y XVII no les parecía imprescindible  marcar diferencias respecto a la filosofía y la teología europeas.  No les preocupaba tanto ser considerados o no dentro del pensamiento europeo porque no lo diferenciaban del propio. 

   Sin embargo, desde los primeros momentos de  la evolución del pensamiento  latinoamericano   afloró cierta intención de marcar  algunas de las especificidades  o por lo menos la perspectiva  o la circunstancialidad de este como lo evidencia, al menos en cuanto al título, la  Lógica mexicana  de Antonio Rubio. Sin embargo habría que esperar a una mayor conformación  de los rasgos de identidad americana  para que nuestros pensadores tomaran mayor conciencia  de lo necesario  que es pensar con cabeza propia.
          Pensar con cabeza propia no significa asumir posturas de chauvinismo epistémico  y cerrarse a los aportes del pensamiento  provenientes de cualquier parte del mundo. Tampoco presupone desconocer el valor intelectual o de otro carácter de  pensadores con los cuales se puede, incluso,  coincidir parcial o totalmente. Por el contrario, significa asumirlos pero no   indiferenciadamente, sino en correspondencia  con las exigencias cognoscitivas , axiológicas e ideológicas  que cada  momento   reclama. Se ha de medir con mayor rigor  los grados de autenticidad de dicho pensamiento que  los de originalidad, si por tal solamente se entiende su carácter novedoso.
          Este ejercicio para evidenciar mayoría de edad intelectual, presupone  pensar asumiendo como propias  las ideas más adecuadas sin preocuparse demasiado  por su procedencia. No debe importar  si está vinculada o no  a alguna lectura previa  o es el producto absolutamente individual  del último que la revela.. En definitiva,  todo pensamiento posee siempre una soterrada  entraña social , aunque sus obstetras no pierdan mérito  por su cuota de originalidad en el parto intelectual de cada idea.
Los próceres de la independencia latinoamericana   no dudaron en asumir la producción intelectual  y la experiencia de los próceres  revolucionarios de Europa y Norteamérica, así como del mundo cultural asequible a su época para fundamentar ideológicamente  el proceso emancipatorio.
Tanto Bolívar como Martí,  a pesar de las diferencias de época y de circunstancias, sabían muy bien  que si la asunción abierta de las ideas polìticas  y filosóficas de la modernidad debían articularse  a las fuerzas telùricas  de aquel mundo acrisolado de diferentes de razas y pueblos. Los más aventajados pensadores latinoamericanos consideraron que la liberaciòn  de los pueblos de debía ser  fecundada por nuestros arcontes como reclamara Martí y sin esa condición  difícilmente podría alcanzarse  la aspiración de lograr  la soberanía reclamada.
Las fronteras políticas, económicas y  culturales entre la parte latina y  la sajona  aceleraron su diferenciación desde mediados del siglo XVIII y especialmente a inicios del XIX  cuando se revelaba con mayor claridad  las intenciones imperiales de los gobiernos de los Estados Unidos  sobre los países del sur del continente.
Es entonces cuando las circunstancia obligan más a nuestros intelectuales  a preocuparse en mayor medida por pensar con cabeza propia. Andrés Bello se había percatado desde muy temprano de  que nuestra democracia debía ser muy distinta de la norteamericana. Por su parte,  Alberdi reclamó entonces  una filosofía americana  porque no era aconsejable  que se evadiese el componente ético y político, que cada vez más latiente y expreso en la producción del pensamiento latinoamericano. 
En la batalla ideológica entre los cultivadores del positivismo  sus críticos en América Latina estuvo presente el tema de las conveniencias o no de la sajonización de la vida política económica y cultural latinoamericana. Afortunadamente ni en el propio seno de los positivistas llegó e triunfar el postulado de la nordomanía   de algunos xenófilos  de la época criticada por Rodó.
En la actualidad, a pesar de algunos intentos desideologizadores, esa toma de conciencia se ha hecho  más urgente que nunca.  El compromiso político de los más auténticos  pensadores latinoamericanos  se puso  más manifiesto en correspondencia con la comprensión  que los destinos de  la flamante república del norte  se mantendrían diametralmente opuestos a los del sur. Y en ese proceso de comprensión y divulgiación del papel de los pueblos latinoamericanos frente al Coloso del norte, participaron no solo hombres de ideas socialistas, marxistas o antiimperialistas  sino tambien miembros tanto de la generación positivista como de la antipositivista.
Tampoco América Latina fue indiferente  al incremento de la conflictividad social  generada por la aceleración mundial del proceso expansivo  del capitalismo premonopolista y monopolista . Montalvo no vaciló en Ecuador en representar a la  I Internacional, que intentaba organizar a los trabajadores de todo el mundo.  Varona tampoco  dudó al asumir Patria, órgano del Partido Revolucionario Cubano, y se dejó cautivar, a pesar de su espíritu moderado,  por el espíritu revolucionario y antiimperialista de Martí. Vasconcelos  - quien conoció desde su infancia la desgracia de vivir en un país tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos, cultivaría  un nacionalismo fecundo,   que a su juicio debía tener su raíz en Indoamérica. Mientras que Rodó, a pesar de su distanciamiento geográfico, enfocaba también la puntería de sus cañones intelectuales contra la nordomanìa, aun nefastamente cultivada.|
No ha habido en Nuestra América  pensador trascendente –entre los cuales no pueden excuirse los positivistas y los antipositivistas-    que no haya puesto  su pluma al servicio  de las nobles causas de estos pueblos de esta región  y que no se haya percatado de la imposibilidad  de satisfacer las demandas de  estos países  y las de los gobiernos estadounidenses. Ante esta disyuntiva, como en todas,  se ha dividido la intelectualidad latinoamericana. Se ha diferenciado entre aquella que ha preferido no poner en peligro su visado múltiple al país de las maravillas y las que conscientes de su compromiso ideológico y cultural consideran que su actitud dista mucho de ser una camiseta de verano.
El siglo que se despide ha sido una época de definiciones.   Se ha puesto en juego en más de una ocasión  hasta la supervivencia de la humanidad . El venidero parece que tampoco llegará colmado de flores. No es el  fantasma de la dominación ideológica y la globalización  el que recorre el mundo, son ambas partes del cuerpo del neoliberalismo.  Todas las fuerzas del gran capital empeñan en querer hacernos pensar sin cabeza propia.
            El desafío es ahora mayor porque  son más eficientes los mecanismos de comunicación y de manipulación de las conciencias. Por tanto, la pr[oxima será una época de nuevos retos. Incluso   para los que pensamos que no vivimos en el mejor de los mundos posibles  y que América Latina tendrá que pagar dobles cuotas de sacrificio si no asume a tiempo no solo la actitud de pensar con cabeza propia,  sino, de lo que es más importante,  de actuar con criterio de independencia .
Un pequeño pueblo de esta región latinoamericana  asumió desafiante la empresa  de pensar y actuar con cabeza propia.  Los augurios más derrotistas  indicaban que era imposible que lograra sus objetivos por su cercanía al país que se considera destinado a pensar por todos los demás. Todavía algunos lo dudan. Son los que dudan eternamente de que  las revoluciones auténticas resulten victoriosas.
Las revoluciones son el mayor ejercicio de pensar y actuar con cabeza propia. Ese pueblo sigue desafiando a los que se conciben a sí mismos  como exclusivos productores de pensamiento precocido y continúa demostrando que sí se puede pensar y actuar soberanamente. La experiencia de la Revolución Cubana demostró que cuando esta tuvo mayor aproximación a pensar de acuerdo con el  esquema soviético  de interpretación de la realidad, más se distanció de sus posibilidades creativas  y de elaboración de propuestas acordes a sus particularidades del desarrollo histórico.
Fue en ese momento cuando más sus enemigos celebraron que dejase de pensar con cabeza propia. Incluso algunos de sus amigos se distanciaron críticamente aunque , la mayoría, sin traicionarla. En actualidad, por las circunstancias internacionales  se ha visto precisada  a reasumir  su camino propio y de nuevo encuentra las simpatías de la izquierda mundial y de otros múltiples sectores  sociales identificados con su proyecto humanista.
Sintomáticamente,  son estos los momentos en que los enemigos del pueblo cubano están muy enfadados porque su tozuda Revolución  se empeña en no reproducir desmonte del socialismo. Por todos los medios tratan de descalificar  sus , especialmente romper con el mal hábito anterior de depender del pensamiento ajeno
Determinados sectores intelectuales y políticos latinoamericanos  creen  que se debe y se puede luchar  por el derecho a pensar con cabeza propia, y para fundamentar tal posición  se inspiran en las grandes personalidades históricas del pasado y del presente.  Pero lógicamente tienen que enfrentar muchos obstáculos.
 Algunos se desmayan en el esfuerzo. Piensan fatalmente que es inútil  enfrentarse en batalla tan desigual  contra los medios de comunicación y otros poderes manipuladores. Mientras que los  más vehementes, -y por eso mismo imprescindibles-   no sólo cultivan las ideas revolucionarias  a contracorriente sino que exponen la hermeticidad de su piel  a las balas y las de sus principios  a los apocalípticos cantos funerales de cualquier  tipo de humanismo y no solo del socialismo. 
            En la actualidad, aspirar a la condiciòn de intelectual , al menos en América Latina, no constituye  un gran sueño deseado  por muchos en esta sociedad  pragmática e instrumentalizada. Ya desde principios de siglo, vaticinando la crisis en todos los órdenes de la sociedad contemporánea,    Einstein  expresó que reivindicaba el idealismo ante el hedor a mierda de este  mundo.
            El desastre axiológico que experimenta el mundo contemporáneo ha dado  lugar  a que los patrones de los films del oeste  dejen de ser realidad virtual  y adquieran carácter de opinión pública impuesta y generalizada . Los actuales  cowboys, ahora vestidos de marines,   son presentados a esas mayorías manipuladas como los buenos que vienen en este caso no  a   indios sino a vietcongs, sandinistas, granadinos, narcodictadores, guerrileros y terroristas.
En medio de ese caos de referencias algunos intelectuales  optan por abandonar sus anteriores sueños juveniles  y se arrepienten  de haberlos deseado alguna vez al considerarlos frutos de la inmadurez. Prefieren ponerse al servicio de la dictadura del mercado, y  aquellos que se enfrentan a ese poder omnipresente  son observados como hippies trasnochados en  esta época obcesivamente  posmoderna,  que de forma despectiva concibe como moderna las actitudes de los sesenta.
 Postmoderna resulta  ahora  la prohibiciòn de frase de los sesenta  . También es estimular el pensamiento débil,  la muerte de los metarrelatos entre los cuales, en primer lugar, está el de la revolución. Lo moderno es concebido como lo rebelde, inconforme, informal, ideològico, y ahora considerados como obsoletos.
El nuevo paradigma que   se quiere imponer es el del hombre circunspecto, moderado, conservador, que acepta  como verdades todas las que se les prepera en ordenador, o le llega por Internet siempre y cuando cumpla con los exigidos requisitos de presentaciòn  que exige todo sometimiento a la ley de la oferta y la demanda.
En medio de condiciones tan adversas, aquel   el intelectual que quiere seguirlo siendo y que aspira a serlo cada vez mejor,  que no se abochorna de tal condición ni de  sus marcados tintes ideológicos,  se reúne, escribe, diserta, critica en cualquier medio que le sea posible y cultiva el más digno humanismo . Mientras  aquellos que  prefieren ocultar sus  tintes ideológicos, lo que no significa que carezcan de ellos,   se distancian, en verdad,  de la  tendencia  humanista y desalienadora que ha animado lo mejor del pensamiento latinamericano desde sus primeras manifestaciones,  al igual que  en sus etapas ilustradas, positivista, antipositivista y en general, con las necesarias excepciones,  hasta nuestros días.
No deben pretenderse mesianismos inmerecidos ni mucho menos se debe reanimar la concepciòn heideggeriana de que los filósofos están destinados a constituirse en los pastores del Ser .
 Pero sí se trata de que cada profesional de la filosofía-  quien sabe si todos  genuinos filósofos o no-  cumplan con la misión pedagógica de hacer germinar en las nuevas generaciones, así como en las   no tan viejas,   la recuperación de la confianza en la capacidad humana  por perfeccionarse y salir de esa pérdida de rumbos que produjo el espejismo del “socialismo real” al esfumarse y mostrar la aridez del desértico “capitalismo real”, en  el que el hombre siempre se siente solo.
Tal misión pedagógica no puede circunscribirse al ambiente académico.  Uno de los principales retos que el pensamiento  en la frontera de Nuestra América tiene ante sí, es el de saber superar los obstáculos que le plantea el dominio de los medios de comunicación por parte de aquellos que si consideran que viven en el mejor de los mundos posibles.
No se trata simplemente de denunciar la falta de posibilidades, las censuras disfrazadas, etcetera,  y las escasas vías de expresión de aquellos que piensa con cabeza propia. La tarea consiste en lograr espacios para esa labor,  pero no esperar  de manera pasiva   que sean “democráticamente” situados . Hay que saber conquistarlos revolucionariamente por la vía que sea necesaria.
Esa tarea hay que desarrollarla, en primer lugar, desde dentro  del mundo de la docencia universitaria y las instituciones culturales . Pero con la consideración de que no vivimos en tiempos en que las universidades se caracterizaban por su espíritu de rebeldía. La oleada del pensamiento conservador ha ido desarticulando las universidades, desparramándolas físicamente en las ciudades, para que dejen de jugar aquel papel centralizador de termómetro sociopolítico.
El hecho de que se haga cada vez más difícil  lograr espacios de reflexión crítica  en planes de estudios y en asignaturas universitarias , que ahora se importan enlatadas  desde los actuales centros de poder científico, tecnólogico e ideológico con el objetivo de clonizarlo  todo, es decir nortamericanizarlo, no debe desanimar a aquellos  que tienen el deber de construir los nuevos laboratorios teóricos  de experimentación del pensamiento producido con cabeza propia.
Mas,  limitar esa labor a las universidades sería cercenar las dimensiones del pensamiento latinoamericano. Si  este desea mantener su raigambre popular – que no tiene nada que ver necesariamente con el discurso populista - , debe extenderse constantemente a otras esferas de la sociedad civil.
Siempre se corre el riesgo que se identifiquen tales instituciones  con campañas partidistas y otros intereses, pero no es posible jamás llegar a tierra firme  de utopías concretas para las mayorías  sin que en la travesía por los tormentosos océanos de esa utopía abstracta que es el triunfalismo neoliberal no sea salpicado por algún tipo de  agua contaminada ideológicamente.
Solo el nivel intelectual y el rigor académico  pueden jugar el papel de efectivo antídoto  contra las comunes y venenosas insinuaciones de las derechas tradicionales  sobre la falta de profesionalidad de la intelectualidad de izquierda. Para lograr esa profesionalidad, esta última tiene el deber de sumergirse dentro del discurso de la intelectualidad de derecha con el objetivo de descubrir sus fisuras, pero también sus aciertos.
Aquellas posturas  descalificadoras del pensamiento burgués propugnado por el vaticano marxista-leninista elaborado en la Unión Soviética, ya demostraron sus consecuencias nefastas para la gestación de una producción científico social y filosófica de los países del socialismo real. Tales efectos negativos repercutieron en la  propia intelectualidad de aquellos  países, pero ante todo en aquellos gobiernos que podían haber aprendido mucho mejor donde radicaban sus fortalezas, así como sus  debilidades.
Si se pretende  combatir el aparato conceptual  del discurso dominante  en la actualidad, hay que conocerlo mejor, estudiarlo para encontrar sus núcleos racionales y sus lados flacos. De esa forma se comportaron la mayoría de los integrantes de la generación antipositivista frente al positivismo sui generis  latinoamericano.  Del mismo modo que los marxólogos más inteligentes  pusieron sus servicios  a la  misión desacreditadora del socialismo tras el derrumbe de uno de sus experimentos, hoy la intelectualidad de izquierda tiene el deber de estudiar las bases teóricas del neoliberalismo, de las filosofías postmodernistas y de otras  orientaciones filosóficas  para descubrir la  aportación  a la cultura contemporánea y lo que está concebido para servir a ese orden social  que parece no despedirse tan fácilmente de la humanidad, como muchos esperábamos.
Continuar revelando la esencia inhumana del capitalismo  real y enaltecer  el sentido humanista  de las genuinas ideas socialistas – aunque no todos los intentos prácticos de su consecución hasta el presente hayan contribuido a su alcance verdadero-  constituye uno de los principales retos  de los que aspiran a pensar con cabeza propia en nuestra América , de la misma forma  en que Bolívar, Martí o el Che lo hicieron posible  en sus respectivas circunstancias, pero tratando siempre de trascenderlas  y de engendrar circunstancias superiores.
Solo de ese modo se puede contribuir  en algo a enriquecer teóricamente el arsenal de  aquellos que tienen que pensar con cabeza propia desde distintas partes de la periferia de los actuales centros de poder, periferias,  que en ocasiones llegan a entrecruzar sus bordes en la interioridad de los propios centros. Estos   centros actualmente construyen  muros para aislar inmigrantes e ideologías emancipatorias. La misión de la intelectualidad comprometida con esas periferias  es desarrollar, ante todo el rasgo principal  de todo ejercicio epistémico: pensar con cabeza propia. Esto, en el plano ideológico significa de acuerdo con las necesidades  e intereses de nuestros pueblos empobrecidos.
En esa labor no todos los pueblos tienen igual necesidad ni grado de responsabilidad respecto a otros más distantes de las fronteras de los actuales países que han asumido el mayor protagonismo económico y político mundial. Sigue estando en peligro, de alguna manera la soberanía,  de pueblos que ya tienen experiencia de la fagocitosis imperial de sus vecinos poderosos como entrevieron y denunciaron  algunos de los integrantes más destacados de las generaciones  positivista  y antipositivista de Latinoamérica.
Algunos de estos pueblos latinoamericanos  tuvieron sensibles pérdidas de su territorio, como el caso de México; otros fueron asimilados totalmente a la territorialidad yanqui, como Puerto Rico; mientras que algunos aún sufren las consecuencias  de la instalación de bases militares dentro de sus fronteras, como Cuba y otros países de la región. Con tales antecedentes y con los pronósticos que se elaboran  por  tanques pensantes del imperio, apremia más la tarea de estimular la generación de un pensamiento  reivindicador de lo regional y lo nacional. De esa forma se trascenderá mejor por los caminos hacia lo universal. Y la intelectualidad, junto a los dirigentes políticos y sociales de estos países más próximos a los nuevos muros xenófobos  que se levantan, tiene una mayor cuota  de responsabilidad  en adiestrar a los pueblos de "Nuestra América" a pensar y actuar con cabeza propia.  

(*) Profesor de Mérito de la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas (2013); Doctor en Filosofía Universidad de Leipzig (1980) y Doctor en Ciencias. (UCLV, 1995). Académico Titular de la Academia de Ciencias de Cuba (1998-2012). Autor de varios libros sobre teoría de la cultura y el pensamiento filosófico latinoamericano.  Publicado con la autorización del autor.