• "" Ha aparecido claramente lo que llamamos un "deseo de estado", en la medida que el estado sea  susceptible de ser articulado a la comunidad, porque el estado como tal, como mero factor administrativo y burocrático no sirve. Lo interesante es volver a revincular algo que hace tiempo el neoliberalismo destruyó, que es el nexo entre el estado y la comunidad. Es lo que ha intentado hacer la Argentina en momentos en que hay que transformar al estado en un custodio de la comunidad, es decir, como decía Kant, hay que hacer un uso público de la razón. Es decir, demostrar que aunque las medidas disciplinarias tengan una apariencia coercitiva, se hacen en nombre del bien común" (Jorge Alemán)

  • El sistema actual de control global demanda a los estados una lógica gestiva centrada más en la administración de las cosas y los riesgos que en el gobierno de las personas, tal como lo ponderaba Saint Simon. De esta manera, las sociedades naturalmente en conflicto deberán ser concebidas coercitivamente como consensuales. El control social, formal e informal, será quien imponga el formato del consenso, que no es otra cosa que la capacidad de generar tendencias que se arraiguen en las masas. Cualquier método es válido para garantizar ese anclaje. El neoliberalismo desprecia la verdad y la ética, de modo que el imperio de lo resolutivo, de la gestión de un caos mundial deberá ser presentado como una situación problemática a ser inexorablemente resuelta mediante la tecnología y la subestimación de la verdad. Ejemplos sobran, en un mundo donde se multiplican las derechas antidemocráticas y extremas. El rol de los grandes medios de comunicación consiste en cuantificar las catástrofes (se trate del riesgo país, el déficit fiscal, los infectados o muertos del covid-19) medrar con los desastres que genera el propio neoliberalismo y colonizar las subjetividades. Se trate del coronavirus o de nuestra exhausta economía.
    Existen, sin embargo, otros aparatos ideológicos del sistema global que son muchos más sutiles que la prensa hegemónica en la tarea de construir una ideología (entendida aquí como falsa conciencia) y una percepción del mundo legitimante de la pérdida de derechos, el control y la dominación sistémica.
    Netflix y la subliminalidad parecen ser uno de los ejemplos más esmerados en materia de naturalizar el mundo que viene. No debería importarnos que su programación sea tendenciosa en términos históricos, estereotipando o caricaturizando, por ejemplo, a Trotsky. La clave de ese control no está en un pasado que discutimos solamente los académicos o los militantes nostálgicos. Su rol es preparar un unidimensionalismo cultural del control futuro. Este será parte de la "nueva normalidad", en la que sobrevivirá el que tenga más herramientas simbólicas para comprender el mundo, anticiparse a las situaciones que depara la nueva realidad y adaptarse a la idea de lo que ya no será. El cambio seguramente será abismal, conjeturado en estos términos. La nueva situación concita a ineludibles ejercicios de reflexión. Convoca al imperativo histórico de pensar en lo gravísimo, de reflexionar sobre la técnica. A exhumar las reservas y advertencias de Heidegger sobre la técnica. Particularmente, en este tramo epocal, sobre las técnicas del control. Las series enlatadas son portadoras de ese entrecruzamiento entre el despliegue de una tecnología nunca antes vista, la pandemia y el control punitivo. Los mensajes se emiten, generalmente, sin que los espectadores los perciban. Los convoco a que observen con atención las series policiales europeas, para delimitar así un campo acotado del análisis y advertir las analogías. Sean éstas francesas, belgas, alemanas, polacas, finesas, suecas, españolas o islandesas. La policización de las situaciones conflictivas es total. Es mínima la presencia de jueces, fiscales y defensores. Los policías atraviesan las fronteras de países persiguiendo criminales sin contralor alguno. Por fuera del sistema estatal, se describen colectivos de detectives aficionados que –de la mano de asombrosos dispositivos electrónicos- se dedican a “esclarecer” casos que las policías no han podido resolver. La imagen que se exhibe de estos grupos parapoliciales de última generación es angelical, romántica, cercana, cálida, simpática. Están claramente destinadas a formar la idea de que todos podemos asumir ese rol valorado, casi como un pasatiempo en aras de la justicia, aceptarlo, naturalizarlo. Más aún, los grupos terminan colaborando y proporcionando elementos, pistas y evidencias a la propia policía sin que nadie se conmueva (*). Mientras tanto, en la realidad las cosas parecen rubricar ese rumbo. Estonia se prepara para tener jueces robots, basados en la inteligencia artificial, un dato del que las escuelas de derecho argentinas se ocupan desde una neutralidad incomprensible.
    Estas nuevas formas de control que se fortalecen con la pandemia, no deben asombrarnos. Con sólo observar el “proceso de adaptación” de nuestra justicia provincial penal a la cuarentena (la que fue capaz de iniciar miles de causas casi sin demandar humanos presenciales), podremos remitirnos a las técnicas de contralor punitivo utilizadas. Que no hacen sino poner de relieve la delgada línea divisoria que existe entre las políticas de cuidado y las tecnologías de control.
    (*) Hasta parecen manejar información fiable de nuestra historia reciente. En una serie filmada en 2017, una denunciante dice que un estafador polaco había sacado un pasaje ida para huir a la Argentina. “Porque no tenemos tratados de extradición con ese país y porque allí van todos los evasores de impuestos”. Textual.