Por Eduardo Luis Aguirre



En “La Razón populista” (1), Ernesto Laclau completa un recorrido por una multiplicidad de categorías abordadas históricamente por la filosofía política (democracia, pueblo, hegemonía) en el que muchas de ellas son objeto de una resignificación que permite dotar de sentido a  otras tantas que completan la siempre inquietante relación entre el populismo y la democracia. Los significantes, las demandas equivalenciales, la construcción de pueblo,, la representación, entre otras conceptualidades, le confieren un sentido definitivo a un texto canónico que intenta construir un nuevo metarrelato que viene a rellenarla carencia de una mirada totalizante,  crítica y emancipatoria, después del colapso de las burocracias socialistas y la  debacle de las postulaciones ontologistas del marxismo clásico.




El populismo, además de significar un alerta de las conciencias colectivas respecto de las singularidades de las nuevas formas de dominación y colonización existentes en el dispositivo neoliberal mundial, provee de insumos teóricos explicativos que reponen la idea de emancipación con una potencia que en algún momento se creyó perdida  para siempre.


En su formulación teórica angular, delinea con ajustada precisión los horizontes de proyección posible de las izquierdas durante el siglo XXI, admitiendo incluso el duelo del ideal revolucionario, al menos como el mismo fuera concebido durante décadas (2). Para eso, pone al descubierto el determinismo teleológico en virtud del cual un sujeto social, por su implicación y su ubicación específica en el proceso productivo, estaba concernido inexorablemente a hacer la revolución. Ese ontologismo ha capitulado a manos de la realidad histórica El populismo no es sino una tentativa de extremar los límites de la democracia. Una manera de definir el nosotros y el ellos que caracteriza a toda vida democrática. Una forma de identificar los agonismos y los antagonismos que en modo alguno es merecedora del sistemático proceso de demonización, banalización y simplificación capaz de permear el sentido común de los sujetos.


Se trata, en definitiva, de una forma de advertir respecto de la existencia de una batalla cultural por la construcción dinámica de la hegemonía, que drena al interior de todos los territorios sociales y culturales en disputa: el lenguaje, las instituciones políticas, la religión, la familia, la escuela, las universidades, los medios de comunicación. También las formas disciplinamiento social y cultural y los formatos sistémicos de control global punitivo.

Y aunque quizás no ha sido demasiado atendido este costado del análisis de Laclau, “La Razón Populista” contiene un aporte criminológico por demás original, en el que, además de recorrerse las tesis conocidas del positivismo -en especial la obra canónica de Lombroso, “El hombre delincuente”- se da cuenta de un costado no siempre visibilizado del cientificismo criminológico del siglo XIX: los crímenes de las masas emergentes. Esos sujetos que podían ser considerados anomalías familiares (la “oveja negra” de esa institución) pero también perpetradores de los crímenes de las “turbas” durante épocas de agitación política (por ejemplo la Revolución Francesa). A comienzos de 1880, dice Laclau, el positivismo (post) lombrosiano comienza a estudiar no solamente los casos individuales, sino también la responsabilidad penal de los crímenes de las multitudes (p. 58). La denominada "multitud delincuente". Esto es, los casos de los pertradores de las protestas y revueltas colectivas que ponen en tensión un orden establecido. Esto configura un costado no demasiado escrutado del positivismo (sin relaciòn aparente con la generalizaciòn a la que algunos denominan "populismo punitivo"), que reconoció una lógica para la justificación de la persecución de los salteadores de caminos que interrumpían el incipiente mercantilismo de la Italia del siglo XIX y la reprodujo, actualizada, cuando debió identificar un sujeto político "peligroso" para la reproducción de las relaciones de poder. El modelo patológico original  fue perdiendo predicamento a manos de los estudios criminológicos franceses que se ocupaban de la conducta de las masas. Escipión Sighele, un continuador de Ferri, escribió su libro "La muchedumbre delincuente. Ensayo de Psicología colectiva", en el que analizó y dio "una explicación algo ecléctica de las fuentes de comportamiento de las masas. A las causas clásicas -contagio moral, imitación social y sugestiones hipnóticas- agregó tendencias emocionales primitivas y el factor cuantitativo, dado por la cantidad de personas que participan en actividades de multitudes" (Laclau p. 59), en cuyo prólogo expresa sin mediaciones: "El estudio de los delitos de la muchedumbre es, en efecto, muy interesante, sobre todo en esta  postrimerías del siglo durante las cuales las violencias colectivas de la plebe -desde la huelga de los obreros hasta las sublevaciones públicas-  no escasean. Parece como que de cuando en cuando quiere aquélla satisfacer, por medio de un delito, todos los resentimientos  que han acumulado sobre ella los dolores y las injusticias que sufre" (3). Esta tendencia impopular de las nuevas caracterizaciones dicotómicas (el individuo/ la masa; lo racional/ lo irracional; lo normal/lo patológico) de la psicologìa de masas terminó precipitando su colapso. El fin de un recorrido criminológico que, acaso como pocos otros textos, el libro de Laclau resume con una claridad rotunda. 


(1) Fondo de Cultura Econòmica, Buenos Aires, 2016.
(2) Sobre el particular ver Alemán, Jorge: "Apuntes sobre la emancipaciòn", disponible en  https://www.pagina12.com.ardiario/elpais/1-269011-2015-03-26.html. En el mismo sentido, Alemán, Jorge en  https://www.youtube.com/watch?v=DC5StKpvxvI y Aguirre, Eduardo:  "La revoluciòn y los sujetos (II)", disponible en http://www.derechoareplica.org/index.php/filosofia/1197-la-revolucion-y-los-sujetos-ii

(3) Disponible en https://es.scribd.com/document/144590654/Sighele-Scipio-La-Muchedumbre-Delincuente-1892