Por Eduardo Luis Aguirre

La fragmentación política y territorial de la ex Yugoslavia, perpetrada a manos de las grandes potencias occidentales, fue una de las evidencias más claras de la existencia de un nuevo orden mundial durante la modernidad tardía. Una  novedosa forma de dominación imperial sustentada en la geopolítica de la unipolaridad, impuesta por medio de la fuerza al resto del planeta, luego de la disolución de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín.
Eran tiempos del fin de las ideologías y de la historia, de la más plena vigencia del pensamiento único. Esto es, el triunfo definitivo del neoliberalismo a nivel global.
Los Balcanes expresaban, hasta ese momento, un experimento institucional, geoestratégico y social sin precedentes. Yugoslavia era un país equitativo y promisorio, cuyas singularidades sociales, económicas, culturales y políticas lo diferenciaban claramente del resto de las burocracias socialistas europeas.


Una experiencia autonómica tan distante del Pacto de Varsovia como de la OTAN.
Es obvio que Estados Unidos y sus aliados habían advertido que resultaba intolerable, para el nuevo paradigma hegemónico del capitalismo global, conservar en medio de Europa un país socialista no estalinista, con estado de bienestar, algunos derechos civiles y libertades compatibles con los significantes vacíos de los que se había apropiado la propaganda capitalista en boga, apegados a programas de progreso y solidaridad sustentables.
El conflicto se precipitó, en síntesis, con la decisión de Estados Unidos y sus socios europeos –en especial, Alemania- de recolonizar las antiguas repúblicas que formaron la Unión Soviética y sus estados aliados.
El caso de Yugoslavia fue atípico. El país no había tenido el grado de dependencia de la gran potencia comunista que sí exhibían el resto de las naciones alineadas con Moscú (por el contrario, lideraba las políticas mundiales de no alineamiento), ni tampoco la influencia del "socialismo real" había sido similar a la del resto de las burocracias satélites.
Por el contrario, debe recordarse que en 1948, la URSS condenó públicamente las políticas autonómicas de Tito y la situación derivó hacia tales niveles de tensión que hicieron temer un ataque militar contra Yugoslavia.
Es más: Belgrado conserva todavía los refugios construidos en esos años para el caso de un hipotético ataque del Kremlin.
Esta situación de conflicto potencial –paradójico- con un aliado histórico, se revirtió, de manera temporaria recién en 1955, ya fallecido Stalin, en oportunidad en que Kruschev visitó Yugoslavia. No obstante, las relaciones volvieron a enrarecerse a raíz de las revueltas en Hungría, ocurridas un año más tarde. Moscú acusó al gobierno de Tito de alentar a los grupos opositores, mientras Belgrado replicaba que la crisis respondía a la política de privación de derechos y garantías que los rusos imponían a la sociedad magiar.
Para algunos analistas, la indocilidad yugoslava para con los designios de Moscú es otro de los factores que ayudan a explicar la pasividad rusa durante el proceso ulterior de fragmentación del país balcánico a manos de la OTAN.
En todo caso, Yugoslavia, que había salido muy debilitada de la Segunda Guerra Mundial (entre otros factores, debido a su enfrentamiento con Moscú y los demás países socialistas, iniciado en 1948), alcanzó durante la posguerra –en buena medida, gracias a su política de no alineamiento- una calidad de vida más que aceptable en comparación con el resto de los países de la cortina de hierro.
La población en general gozaba de mayores libertades políticas y derechos civiles que el resto de los países socialistas, y además de una economía sólida y autogestionaria, poseía una ubicación geopolítica privilegiada "porque era un lugar de acceso terrestre, o especialmente fluvial a través del Danubio, a las grandes reservas energéticas en Oriente Medio y especialmente a la zona del mar Caspio"[1].
El derrumbe del socialismo real, dejó a Yugoslavia a la intemperie en medio del nuevo planisferio diseñado por el neoliberalismo hegemónico. El imperialismo percibió rápidamente esta debilidad sobreviniente.
Se trataba de una oportunidad geopolítica única. Rusia, un aliado histórico de Serbia (con las idas y vueltas que ya describimos), atravesaba el período de postración, debilidad y retroceso más grave de su historia política.
Conclusión: el pequeño país, epicentro de la creación del Movimiento de los No Alineados, se encontraba -a principio de la década de los noventa- a merced de la barbarie imperial.
Rápidamente, Occidente comenzó a profundizar las contradicciones latentes  al interior del país desde la finalización de la segunda guerra. Y puso en práctica lo que, con el correr de los años, Gene Sharp denominaría “doctrina de los golpes blandos”, intentados con suerte diversa en Medio Oriente, América Latina, Ucrania y tal vez la propia Rusia de nuestros agitados días de crisis de gas y petróleo inducida por Araba Saudita y Estados Unidos.
Aunque, en el caso yugoslavo, el desmembramiento territorial y político se produjera, finalmente, como consecuencia de la masacre llevada a cabo por las principales potencias capitalistas, a través de su brazo armado, la OTAN. Prescindiendo  inicialmente, incluso, de su funcional fachada institucional, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
La exacerbación de las pulsiones nacionalistas desatadas previamente en el seno de la federación adquirió una importancia decisiva en el desenlace. 
El 4 de mayo de 1980 murió Josip Broz, Tito, que había gobernado el país desde 1953. Con su desaparición, había comenzado el debilitamiento irreversible de una experiencia política unitaria basado en la hermandad y la solidaridad de los pueblos eslavos del sur, que duró 35 años.
Presiones internas y externas, y una crisis política y económica creciente, alimentaron la posibilidad de la desintegración territorial que, fatalmente, sobrevendría.
El clima social se enrareció, adquirieron un inusual protagonismo los liderazgos locales, y no se pudo (o no se quiso verdaderamente) poner fin a la fermentación creciente de una sociología de la enemistad, el germen imprescindible para la partición sobreviniente. Se fue generando, al influjo de una crisis económica real, cuidadosamente profundizada por los países europeos, el imperialismo norteamericano y los grandes organismos de crédito internacional, una “otredad negativa”, de resultas de la cual, muchas veces, la causa de los acuciantes problemas fue atribuida por buena parte de la población, al accionar  de uno u otro grupo étnico o social.
La atribución de una otredad negativa, como es sabido, entraña un proceso de destitución de la condición ciudadana, a partir de  una concepción excluyente y estigmatizante, llevada a cabo por razones políticas, sociales, culturales, ideológicas o raciales[2]. La agudización de las contradicciones y de distintos malestares, tales  como la desconfianza, la intolerancia, el miedo y los prejuicios respecto del otro, son algunos de los elementos que tienen la suficiente envergadura como para convertirse en el germen de las más terribles expresiones de violencia colectiva moderna.
El malestar paulatino de la convivencia al interior de la sociedad yugoslava, que la anacrónica cerrazón del gobierno de entonces no alcanzaba a escrutar correctamente, permitía presagiar la tragedia que sobrevendría: “De aquellas primeras reivindicaciones obreras, de cambios en la economía, estrangulada por la burocracia y cada vez menos eficaz, de mejores condiciones laborales, de supresión de las diferencias sociales y de la corrupción creciente, de repente, se pasó a las generalizadas polémicas políticas entre los Gobiernos de las Repúblicas –sobre el agotamiento del sistema federal; las ventajas de las relaciones confederales asimétricas; la eliminación del Ejército Federal como árbitro político; la necesidad de grandes inversiones extranjeras y su orientación; el subdesarrollo de regiones y autonomías; el atropello y el desprecio de los derechos históricos de pueblos y minorías; la artificialidad de las fronteras entre las repúblicas; la rectificación de errores históricos y sobre la injusticia- y a las auténticas peleas inoportunas, con amenazas de secesión de partes del país. Sentados a la misma mesa de mando desde la que seguían dirigiendo el país omnipotentemente, los que durante decenios habían pregonado la hermandad y unidad de los pueblos, no sólo no conseguían ponerse de acuerdo en lo más mínimo, sino que eran incapaces de intercambiar una sola palabra sin entrar en fuertes críticas y reproches e incluso insultos personales. En defensa de sus posturas y propósitos llenos de fanatismo y obstinación nacionalista, cada uno buscaba el apoyo de su pueblo, así que el país se inundó con todo tipo de referéndum, peticiones, asambleas, mítines y manifestaciones, acompañados de la decoración e iconografía adecuadas. Saltaban chispas de las consignas incendiarias y de los discursos dramáticos llenos de advertencias peligrosas, destinados tanto a la parte contraria como a los que no estaban allí y no entendían, o no querían entender, la importancia de ese  momento y que no se rebelaban en defensa de la causa noble, gloriosa y justa de su pueblo. En esa insoportable incandescencia tampoco faltaron refriegas. Empezaron a oírse disparos en los pueblos en Croacia. Los primeros relatos aislados sobre los grupos y bandos que se estaban armando y que aterrorizaban a la gente con sus disparos y alaridos nocturnos, campesinos que organizaban guardias y levantaban barricadas, las investigaciones tardías e ineficaces de la policía, llegaron pronto a la televisión, provocando con su imagen sombría la incredulidad, la confusión y el miedo, presagiando las discrepancias insalvables y las futuras rupturas definitivas[3].
La escalada militar ulterior, durante la cual la OTAN arrojó sobre Yugoslavia decenas de miles de toneladas de bombas y misiles, causando un número indeterminado de víctimas fatales entre la población civil, culminó con la impunidad absoluta de los perpetradores.
Un elemento más que caracteriza lo que he definido anteriormente como un sistema de control global punitivo.
Pero además, la invasión militar fue exhibida al resto del mundo de una manera absolutamente sesgada y tendenciosa por parte de las principales cadenas informativas imperialistas, que no trepidaron en falsear olímpicamente la realidad de lo ocurrido durante ese duro conflicto.
Los agresores fueron presentados como defensores de los Derechos Humanos, la libertad y la democracia, y las víctimas, como totalitarios nostálgicos, nacionalistas “extremos” que no alcanzaban a comprender las bondades de un bombardeo que durante meses asoló a un país cuyo pecado capital fue no haberse allanado a los designios imperiales. “Por supuesto, el relato que se ha ofrecido de los conflictos que generó la descomposición de Yugoslavia, también ha sido fragmentado, y eso desde sus mismos inicios y hasta la última de las guerras. La de Kosovo no se suele relacionar con la de Bosnia, la de Eslovenia ni siquiera con la de Croacia, no digamos con la Macedonia –que para muchos ni siquiera existió-, y así sucesivamente. Y también se huye sistemáticamente de relacionar las Guerras de Secesión yugoslavas con los acontecimientos acaecidos con posterioridad. En consecuencia, esa cadena de con&ictos ha quedado en la memoria popular como una colección de crisis confusas, algo así como una compleja maraña de odios descontrolados, conectados con rencores enraizados en el pasado remoto. Una explosión seguida de un incendio que, en todo caso provocó el malvado Slobodan Milošević o «los serbios» (en abstracto), y que una bienintencionada «comunidad internacional» logró extinguir con más pena que gloria. Sin embargo, «Milošević-los serbios» no tuvieron que ver con la primera de esas guerras (Eslovenia) ni con la última (Macedonia). Es un dato interesante a tener en cuenta, porque el único principio que se nos presenta como unificador, no es tal; y el hecho de que no hubiera intervenido en el desencadenamiento de dos de las cinco guerras, prueba que hubo otros factores que sí actuaron en el estallido y desarrollo de todas ellas[4].
El asalto militar fue el último tramo de un meticuloso entramado destituyente que inauguraba una época pródiga en primaveras y golpes de estado no convencionales.
La doctrina de los golpes blandos, debe recordárselo, concibe una primera etapa de exacerbación de la conflictividad y las diferencias al interior del país que se propone desestabilizar, para continuar con el “calentamiento de la calle”, la organización de manifestaciones de todo tipo, potenciando posibles fallas y errores de los gobiernos, la necesaria guerra psicológica, los rumores, y la desmoralización colectiva, hasta terminar con la dimisión de los gobernantes. Allí jugó un rol decisivo la organización OTPOR (imagen), exportada luego a las distintas "primaveras" y golpes suaves perpetrados en todo el mundo con diversa suerte, incluida América Latina.


En el caso de Serbia, Occidente no necesitó que renunciaran sus gobernantes y líderes (de hecho, Slobodan Milošević fue derrotado en elecciones presidenciales en el año 2000, y en 2001 puesto a disposición del Tribunal de la Haya por parte del propio gobierno de su país). Los entregó para que fueran juzgados por un tribunal internacional ad-hoc, uno de los más fuertemente cuestionados de la historia de la justicia y el derecho internacional, como habremos de ver.
La exacerbación de la conflictividad comenzó, como es conocido, con la estimulación sistemática de los particularismos y las diferencias existentes entre las distintas repúblicas. La exaltación de la diversidad pivoteó sobre el falseamiento de hechos históricos, las diferencias religiosas, “étnicas” y políticas.
El otro, que antes era un connacional, comenzó a percibirse entonces como un enemigo. Es decir, se construyó una otredad negativa como forma simplificada de explicación de la crisis nacional precipitada particularmente por Alemania y de allí a las pulsiones “independentistas” made in occidente, hubo un solo paso.
El calentamiento de la calle contó con el aporte decisivo de una cobertura tan inusual como falaz  por parte de las grandes cadenas informativas de los países centrales.
Y los yerros del gobierno de Belgrado, sirvieron en última instancia, para inaugurar la sistemática demonización del país y de sus referentes políticos y militares: el pretexto perfecto para desatar una guerra “humanitaria” sobre los Balcanes.
La Guerra de los Balcanes,  que comenzó “formalmente” en 1991, con la independencia que Eslovenia y Croacia declararon respecto de la antigua República Federal Socialista de Yugoslavia, constituyó desde su inicio una clara amenaza para la paz y la seguridad de la región.
Digo formalmente, porque, en realidad, Alemania venía dando pasos firmes, tendientes  a la división de Yugoslavia, desde hacía varios años.
En realidad, ya en el año 1979, el BND, el servicio secreto germano, habría dispuesto el envío a Zagreb de agentes cuya finalidad era apoyar y fortalecer (incluso con armas) al líder nacionalista croata Franjo Tudjman en su cruzada por la división yugoslava, una vieja obsesión de Berlín que no había logrado completar tan perfectamente como ahora en ninguna de las dos guerras mundiales.
Fue recién en la modernidad tardía cuando la principal potencia europea logró el objetivo estratégico de controlar la ruta del petróleo y el gas proveniente  del Cáucaso y Oriente Medio. De hecho, en 1992, el ministro bávaro del Interior declaraba: «Helmut Kohl ha conseguido lo que no obtuvieron ni el Emperador Guillermo ni Hitler»[5] .
Si bien la guerra en Eslovenia fue efímera (la “guerra de los diez días”), el conflicto con Croacia fue singularmente cruento, y en 1992 se sumó Bosnia-Herzegovina al movimiento separatista desembozadamente promovido por las potencias de la OTAN.
Las fuerzas serbias que respondían al gobierno central de Belgrado, naturalmente, tendieron a la recuperación de Bosnia, territorio federal, lo que produjo un desenlace esperablemente violento, reacción que fue presentada insólitamente al mundo como una “invasión” capaz de justificar la intervención humanitaria destinada a salvaguardar a las víctimas de tal “atropello”.
Kosovo se convirtió, finalmente, en el epicentro emblemático del conflicto, que luego signaría de manera decisiva el destino del país.
La esperable defensa de los serbios de una parte emblemática de su territorio fue la excusa perfecta para que los actores imperiales clamaran, ahora sí,  por la intervención de las Naciones Unidas a través de su Consejo de Seguridad, una de cuyas funciones es, curiosamente, velar por la paz y la seguridad internacional.
Las consecuencias de esta intervención, más allá de las motivaciones explícitas convencionales, apuntaban a inferir a Serbia una derrota ejemplificadora.
El objetivo era obligarla, en primer lugar, a aceptar el amargo y compulsivo designio de terminar pugnando por ingresar a la Unión Europea, acatando la implementación de recetas recesivas y regresivas por parte de los organismos internacionales de crédito, previo desguace de su economía nacional, su organización política y sus conquistas sociales.
Es decir, propender a su propia degradación y dependencia. Lo que en el particular léxico de los recolonizadores del mundo se conoce como el ingreso a la “economía de libre mercado”.
Actúa en este caso, por primera vez, una OTAN “reconvertida”. Este “nuevo papel” de la alianza militar de occidente, respondía en buena medida a la disolución de la hipótesis de conflicto que justificara históricamente su creación. Más claramente, al desaparecer el Pacto de Varsovia, era esperable que lo propio ocurriera con la fuerza defensiva de occidente. Sin embargo, el conflicto de los Balcanes permitió  la redefinición de los objetivos de la OTAN y, fundamentalmente, a ampliarlos.
En esa ampliación debe incluirse el nuevo rol de gendarme militar del mundo, que, por supuesto, las intrigas entre Alemania y Estados Unidos al interior de la misma no alcanzan a disimular[6]
La OTAN, en este nuevo marco, ya no será una alianza “defensiva” estratégica (de hecho, el de los Balcanes fue el primer ataque llevado a cabo en 50 años), sino el brazo armado de una estructura sistémica que refleja el unilateralismo global en materia militar, y también la preponderancia de los organismos financieros, las grandes multinacionales, los más influyentes medios masivos de comunicación del mundo y aún las instituciones y organismos supuestamente concebidos para garantizar valores globales tales como la paz, la democracia y la libertad de los pueblos del planeta.
Por eso, vale reiterarlo, en la guerra intervinieron contra Yugoslavia, además de los ejércitos más poderosos del mundo, las coaliciones económicas, financieras e institucionales encargadas de la custodia y reproducción de las relaciones capitalistas de producción.
Si no se entiende este particular costado del análisis, no puede comprenderse la singularidad del conflicto.
Porque si bien no hay dudas que, también en este caso, el capitalismo intentó sufragar una vez más sus crisis cíclicas con el recurso a la guerra, esta contienda añadió un condimento especial: el debut de una nueva coalición global punitiva, un sistema de disciplinamiento global que utiliza las armas pero también la potencia descomunal de los mercados, la propaganda de las grandes cadenas afines, un sentido común hegemónico y, por si esto fuera poco, los organismos e instituciones que conforman la denominada eufemísticamente “comunidad internacional”, capaces de legitimar instancias destituyentes hasta ese momento casi desconocidas. También, desde luego, las agencias orgánicas de poder mundial (particularmente, el Consejo de Seguridad de la ONU) destinadas a propagar un sistema jurídico afín al establishment imperial.
A partir de ese momento, reiteramos,  los crímenes de masa, las intervenciones “humanitarias” y preventivas, las “guerras justas”, los nuevos enemigos creados por el imperio y la violencia “legítima” internacional, debieron, necesariamente, entenderse como la consolidación de este nuevo sistema de control global punitivo, que implicaba  un proceso de transformación sociológica y geopolítica fenomenal, que a su vez demandaba un derecho y prácticas de control global punitivo en permanente estado de “excepción” y emergencia continua.
Una violencia naturalizada que se ejercita a través de las armas, la propaganda, las sanciones económicas y la colonización cultural.


. Que, además, se exhibe  como una “fuerza  legítima”, capaz de garantizar la efectividad del nuevo orden. Justamente, la otra gran perplejidad que nos plantea el sistema jurídico imperial radica, en el hallazgo ontológico de denominar “derecho” a una serie de técnicas y prácticas fundadas en un estado de excepción permanente y en un poder de policía que legitima el derecho y la ley únicamente a partir de la efectividad, entendida  en términos de imposición unilateral de la voluntad imperial[7].
Este sistema de control punitivo constituye el nuevo instrumento de disciplinamiento global de los insumisos y los débiles, y marca la vigencia de un estado de emergencia permanente en materia de derecho internacional.
Por lo tanto, cuando debatimos acerca de los cambios trascendentales, paradigmáticos, que deparó la globalización, necesariamente debemos enumerar entre ellos el declive de los Estados nacionales y del concepto de soberanía, pero también el renacimiento de las reivindicaciones locales, la legitimación de la fuerza como mecanismo recurrente para resolver los conflictos y la consolidación de un novedoso sistema de control global punitivo, destinado a reproducir las condiciones de hegemonía impuestas por el imperialismo.
Como ya lo expresáramos, la globalización dota de un nuevo fundamento al sistema internacional, establece nuevas hegemonías e introduce cambios en los mapas y las relaciones, las alianzas estratégicas, la aparición de nuevos bloques y nuevos sujetos políticos.
Esta delicada vinculación entre relaciones internacionales, derecho internacional, sistema imperial y capacidad de expresar nuevas gramáticas y prácticas hegemónicas, ha dado lugar a una sociología del control global punitivo, que remite a la guerra como forma novedosa de imponer la voluntad imperial a los más débiles, estableciendo nuevas e inflexibles categorías securitarias a nivel planetario.
El  sistema de control global punitivo constituye, de esa manera, una nueva forma de dominación universal que se apoya en retóricas, lógicas, prácticas e instituciones de coerción, la más violenta de las cuales es la guerra.
Una guerra de cuño imperial. De características diferentes a los conflictos armados que acaecieron hasta la Guerra Fría. Un novedoso tipo de guerra que se inauguró, precisamente, con el bombardeo brutal que durante 78 días sufrió Serbia en manos de la OTAN, que dejó en claro que el nuevo rol de la alianza no se acotaría a intervenciones en países de la periferia mundial: podría atacar, si conviniera a sus intereses imperiales, dentro de las fronteras de la propia Europa.
En definitiva, se trata de una guerra que ya no busca anexar grandes espacios geográficos o asegurar mercados internacionales, sino que encarna grandes disputas culturales, gigantescas empresas propagandísticas, que se emprenden con el objeto de imponer valores, estilos de vida, sistemas de creencias compatibles con la visión imperial del mundo. Y que incluyen, por supuesto, la vocación de apropiarse unilateralmente de recursos naturales escasos (en este caso, las rutas del petróleo y del gas) y la utilización de arsenales bélicos y comunicacionales de última generación. Porque en estas guerras no se tiende solamente a lograr victorias militares, sino también a imponer relatos, narrativas y productos culturales compatibles con los intereses “humanitarios” del imperialismo, e infligir a los vencidos derrotas aleccionadoras en el plano  político y moral. Aunque éstas impliquen, paradójicamente, la perpetración de horribles crímenes contra la humanidad.
Estas masacres, que permanecen absolutamente impunes, pusieron al descubierto la crisis sistémica del Derecho Penal Internacional, y la capacidad del imperialismo de exhibir y asimilar sus intereses a los del resto del planeta, utilizando en todos los casos, de allí en más, apelaciones a valores tales como la seguridad, el humanitarismo, la democracia y la libertad, con los que se encubría la intencionalidad de una recolonización imperial del mundo, al amparo de un predominio cultural, discursivo y propagandístico nunca antes visto.
Los crímenes perpetrados durante la guerra se dirimieron en La Haya, mediante la intervención de un tribunal creado después de finalizada la agresión.
El Tribunal Penal para la Antigua Yugoslavia no ha perseguido ninguno de los crímenes colectivos cometidos por la OTAN.
Una masacre como aquella, seguida de una ominosa impunidad, probablemente se repita en cada oportunidad en que el Imperio decida volver a las andadas y castigar a los pueblos subalternos con una nueva cruzada humanitaria apoyada por la “comunidad internacional”.
Todo lo que el derecho internacional pueda hacer para impedirlo, implicará un aporte militante para evitar una catástrofe sin precedentes[8]. “Y durante tres meses los aviones de la OTAN bombardearon puentes, fábricas, barrios residenciales, trenes, coches de línea, hospitales, una embajada, un convoy de refugiados, el edificio de la televisión estatal…el concepto crimen de guerra cuadra bastante bien con muchos de aquellos ataques y la verdad no me hubiera importado acudir ante un tribunal, como testigo presencial de aquellos crímenes, si alguno de ellos hubiera sido alguna vez juzgado. Pero siempre supimos que no lo serían. Que el derecho internacional no rige para EEUU y sus aliados. Que no se trataba de derecho sino de poder”[9].
El 23 de marzo de 1999, el diario El País anunciaba de esta manera el inicio del histórico martirio serbio, que comenzaría en menos de 24 horas: “Solana ordena el bombardeo de Serbia. La hora del fuego parece haber llegado de forma inevitable. El secretario general de la OTAN, Javier Solana, ordenó anoche el ataque militar contra territorio yugoslavo. Los primeros bombardeos con misiles, que abrirán paso a la intervención de la fuerza aérea, pueden producirse esta misma noche. Sólo una "señal muy contundente" del dictador Slobodan Milošević impedirá ya el ataque internacional para pacificar Kosovo. Solana evacuó consultas con Bill Clinton, con Jacques Chirac, con el jefe del Gobierno español, José María Aznar, y con otros líderes. Todos ellos le confirmaron su apoyo para lanzar un ataque aliado en caso necesario. Esa necesidad se reveló inevitable tras la segunda ronda de negociaciones mantenida ayer en Belgrado por el enviado especial estadounidense, Richard Holbrooke, quien tiró la toalla tras algo más de dos horas de conversaciones con Milosevic. Holbrooke voló anoche en dirección a Bruselas para informar de la situación al secretario general de la OTAN. Fuentes de la Alianza señalaron poco antes de la reunión que Solana había tomado ya la decisión de atacar. Esta fue anunciada poco antes de la medianoche. La orden de ataque significa que el general Wesley Clark, jefe supremo de las fuerzas aliadas en Europa, puede abrir fuego cuando le parezca que se cumplen las mejores condiciones para asegurar su éxito.
Ese mejor momento parece que podría ser esta misma noche, dada la tradición aliada ya demostrada en Irak de lanzar ataques aprovechando la oscuridad. La orden de ataque puede ser revocada por Solana en cualquier momento, aunque la OTAN se mostraba anoche pesimista y descartaba una vuelta atrás salvo en el caso de que Milosevic diera "una señal muy contundente" y acatara sin ambages el plan de paz auspiciado por la comunidad internacional en Rambouillet.
El primer ataque intentará destruir con misiles las potentes defensas antiaéreas yugoslavas. Una vez cumplida esa finalidad, la OTAN podrá bombardear otros objetivos militares utilizando la aviación. Los milimétricos preparativos de las últimas semanas intentan no sólo asegurar la victoria militar aliada, sino reducir al mínimo posible las bajas de civiles. "El ataque se realizará exclusivamente sobre objetivos militares", insiste la Alianza.
Objetivo político.
El bombardeo del territorio serbio tiene ante todo un objetivo político: obligar a Slobodan Milošević a firmar la paz y poner en marcha el plan suscrito ya por los albanokosovares en Rambouillet bajo el patrocinio de la comunidad internacional. "La fuerza es siempre el último recurso de la OTAN. Algunos nos han criticado por no haberlo utilizado antes y otros nos criticarán porque lo hacemos ahora. Pero el único fin del ataque, si llega a realizarse, es un objetivo político una vez agotados todos los canales de negociación", sostenían anoche fuentes de la Alianza Atlántica. Bombardear territorio serbio tiene como objeto no sólo forzar a Milošević a entenderse con los kosovares, sino evitar una catástrofe humanitaria: la muerte de centenares de personas y la emigración forzosa de miles de refugiados. Caso de producirse, el bombardeo de territorio serbio sería la segunda intervención aliada en los Balcanes, tras la efectuada en 1995 en el conflicto de Bosnia-Herzegovina”[10].
Por su parte, los líderes europeos, solidarios en la cruzada criminal, daban cuenta al mundo del inicio de la agresión. El presidente del Gobierno español, José María Aznar, uno de los protagonistas de la derecha dura hegemónica de la época, advertía desde Berlín, que la decisión sobre la intervención de la OTAN en Kosovo "estaba tomada" y que el Gobierno español "la apoyaba". “El presidente de EE UU, Bill Clinton, el primer ministro británico, Tony Blair, y el jefe del Estado francés, Jacques Chirac, entre otros, se dirigieron ayer a sus opiniones públicas o a sus respectivos Parlamentos para informarles sobre la participación de sus tropas en el inminente ataque aéreo contra Serbia[11]. El ataque, que, como recordamos, debía acotarse únicamente a “objetivos militares milimétricamente establecidos”, causó una indeterminada cantidad de víctimas entre la población civil afectada. Un periódico conservador español daba  cuenta, por entonces, de algunos de los recurrentes “errores” (así eran denominados) de los pilotos de la mayor fuerza militar del planeta:

Errores de la OTAN hasta el momento”
El 30 de mayo la OTAN reconoce su "último error": bombardeó un puente en Varvarin (160 kilómetros al sur de Belgrado), pero aseguró que no tuvo intención de causar bajas civiles en este ataque, el décimo tercero que se salda con víctimas indeseadas. Ese ataque dejó once muertos y 40 heridos, quince de ellos en estado grave y cinco en estado crítico. En total, 254 personas han perecido en estos bombardeos asesinos desde que la OTAN lanzó su ofensiva aérea contra Yugoslavia el 24 de marzo, según fuentes serbias.
La Alianza considera "inevitables" estos "errores" que ocasionan "daños colaterales indeseados" y sostiene que su porcentaje es ínfimo con respecto al enorme número de misiones aéreas cumplidas.
- 5 de abril: 17 muertos en el bombardeo de la ciudad minera de Aleksinac (Serbia, 200 kilómetros al sur de Belgrado). Una bomba guiada por láser con destino a un cuartel del centro de la ciudad erró el blanco.
- 9 de abril: Los habitantes de Pristina, capital de Kosovo, fueron víctimas de un ataque contra una central telefónica. Ni la OTAN ni los serbios han suministrado un saldo de las víctimas.
- 12 de abril: Varios misiles disparados contra un puente por el que pasaba un tren en Grdelička Klisura (sur de Serbia) mataron a 55 personas.
- 14 de abril: La OTAN bombardeó una caravana de fugitivos kosovares en la región de Djakovica (Kosovo) y ocasionó 75 muertos. La Alianza argumentó que pensaba que se trataba de una caravana de vehículos militares.
- 28 de abril: La OTAN mató a 20 personas cuando, al intentar bombardear un cuartel en Surdulica (250 kilómetros al sur de Belgrado), erró el blanco y sus proyectiles cayeron en una zona residencial.
- 1 de mayo: 47 muertos en el bombardeo del puente de Luzane (Kosovo) por el que pasaba un autocar.
- 7 de mayo: Una bomba de racimo, destinada al aeropuerto de Niš (sureste de Serbia) cayó en el centro de la ciudad en pleno día y causó por lo menos 15 muertos y 70 heridos.
- 8 de mayo: La OTAN bombardea la Embajada de China en Belgrado y mata a tres periodistas chinos que pernoctaban en ella. El ataque dejó además unos 20 heridos y generó una grave crisis diplomática entre China y Estados Unidos. La OTAN arguye que cometió este error por haber utilizado un plano anticuado de la ciudad.
- 13 de mayo: 87 albanokosovares murieron en Koriša (Kosovo) al bombardear un "objetivo legítimo", un campamento militar, en el que no pudo explicarse la presencia de civiles.
- 20 de mayo: Por un error de encaminamiento por láser, una bomba disparada por la aviación contra Belgrado alcanzó el hospital Dragiša Mišović, en el barrio de Dedinje. Cuatro pacientes murieron.
- 21 de mayo: Por lo menos 19 personas murieron al ser atacada la cárcel de Istok (Kosovo), en la que se cobijaban según la OAN la Policía y el Ejército yugoslavos.
- 22 de mayo: la OTAN bombardea por error una posición de la guerrilla independentista de Kosovo y causa siete muertos y 15 heridos.
- 30 de mayo: Al menos 11 muertos y 40 heridos en el bombardeo del puente de Varvarin (160 kilómetros al sur de Belgrado).
- 1 de junio: 20 ancianos muertos tras el bombardeo de un geriátrico en un suburbio de Belgrado. El error también causa la muerte de una mujer y provoca heridas en otras ocho personas.
- 2 de junio: Aviones aliados lanzan bombas sobre territorio albanés, a cuatro kilómetros de Morina, creyendo que destruyen trincheras del Ejército Yugoslavo”[12].
En síntesis, la OTAN llevó a cabo un proceso de exterminio sistemático con pretensión reorganizadora destinado a la recolonización y disciplinamiento de los pueblos eslavos del sur europeo.
Para lograrlo, necesitó imponer, en primer término, una campaña global de desinformación y adulteración de la verdad histórica, valiéndose de los grandes medios de comunicación aliados. Ese proceso de manipulación de la información se ha reproducido en cuantas invasiones, guerras humanitarias, primaveras o golpes suaves haya alentado, estimulado o impulsado el imperialismo en todo el mundo.
Esto es un elemento fundamental, consustancial al nuevo sistema de control global punitivo, estrenado en los Balcanes, que incluye fabulosas operaciones mediáticas, bloqueos y otras formas de estrangulamiento económico y financiero, exacerbación de las diferencias de los países víctimas y, por supuesto, operaciones policiales de alta intensidad o guerras de baja intensidad, según lo demande cada realidad en particular.
No existen demasiadas diferencias entre lo ocurrido en Yugoslavia con lo que el imperialismo intentó en Bolivia, Ecuador, Honduras, Venezuela, Paraguay o Argentina, con suerte diversa. Los recursos a los que ha echado mano responden a una misma lógica punitiva global, y no difieren, en ese sentido, de lo ocurrido en Irak, Afganistán, Ucrania o Libia.


















[1] Itulain, Mikel: "El origen de la guerra en Yugoslavia", disponible en http://miguel-esposiblelapaz.blogspot.com.ar/2012/10/el-origen-de-la-guerra-en-yugoslavia.html
[2] Aguirre, Eduardo Luis: “La cuestión del denominado “autogenocidio” y la construcción de una otredad negativa”, disponible en http://derecho-a-replica.blogspot.com/2013/03/la-cuestion-del-denominado.html.
[3] Djordjevich, Branislav: “Lugares lejanos, gente desconocida”. Editorial Círculo Rojo, Sevilla, 2012, p.
[4] Veiga, Francisco: “A veinte años vista del 25 de junio de 1991”, disponible en http://balkania.es/resources/Veiga+2.pdf.
[5] Collon, Michel: “TEST - MEDIOS : ¿ Cuánto valía nuestra información sobre la fragmentación de Yugoslavia ?”, disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=28190

[6] Vuksanovic, Aleksandar; López Arriba, Pedro; Rosa Camacho, Isaac: “Kosovo: La coartada humanitaria”, ed. Vosa, Madrid, 2001, p. 107.
[7] Agamben, Giorgio: “Estado de Excepción”, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2007, p. 58.
[8] Aguirre, Eduardo Luis: “Crímenes contra la humanidad y el cuestionado rol del TPIY”, disponible en http://127.0.0.1/wordpress/2012/10/31/crimenes-contra-la-humanidad-y-e-2/
[12] http://www.elmundo.es/internacional/kosovo/errores.html.

(*) Fragmento de "El llanto del Kopaonik", de Eduardo Luis Aguirre. Editorial Universitaria de La Plata, 2015.