Por Liliana Ottaviano 

Las Malas es una novela y son muchas historias en ella. Es una autobiografía que bien podría ser la biografía de tantas travestis. Es una pieza poética. Con una narrativa exquisita. Escrita con pasión y sensibilidad. Es una denuncia contra la hostilidad de este mundo, contra los prejuicios, las miradas inquisidoras. Es una revolución. La escritura es revolucionaria. Nos deja paradas y parados en un umbral en el que para dar el próximo paso hay que detenerse a pensar.

Al cerrar el libro no sos la misma que lo inició algunas horas antes. Empezás a leerlo y no lo podés dejar. La novela de Camila Sosa Villada, Las Malas” es una autobiografía que como bien se lee en su contratapa “cuando terminamos de leer, queremos que lo lea todo el mundo”. Al cerrar el libro caes en la cuenta que leíste en un solo libro varias historias y que Camila te deposita como observadora de múltiples escenas que tienen que ver con la condición humana.

No soy una crítica literaria, ni pretende serlo este escrito.

Los recortes que podemos hacer son diversos, sobre las identidades de género, sobre las niñeces, sobre la determinación de clase, la violencia policial, la violencia prostituyente, la construcción de hermandad, la solidaridad, el amor, la orfandad, lo (no) familiar, lo femenino y sobre lo materno. Sobre esto último intentaré articular algunas ideas.

En la novela hay algo que se cuela en las primeras hojas y que luego va cobrando un espacio importante en la narrativa, y es el hecho que acontece en la página 20, cuando el personaje de “La tía Encarna” se encuentra con un niño abandonado en una canaleta y que a partir de ese momento lo hace su hijo. Hacer de ese niño un hijo es darle valor libidinal a lo que en principio se presenta como extraño.

Problematizar la maternidad es un acto político, y esto es algo a lo que también nos invita Camila Sosa Villada. Cuestionar la idea de normalidad en relación a la maternidad tanto como lo que de instintivo hay en ella o como aquello que es posible de enseñar y aprender a maternar (cosa que muchos bienintencionados pretenden) prescindiendo del deseo que necesariamente debe causar la maternidad. Lo materno es algo que se sustancia en el deseo. La maternidad siempre se tratará de un encuentro entre la madre portadora de un deseo y “ese” niñe.

Si como dice Marcelo Barros el niño es algo que se recibe (en lengua alemana “no se tiene un niño” sino que “se recibe un niño” –ein Kind bekommen-) “El hijo es algo que adviene, que llega, que ocurre” . Solo el deseo hace que se experimente la llegada de un niño como algo que llama a ser nombrado en tanto hijo.

La forma en que el hijo es alojado o recibido por el deseo materno se instala como un eco que resonará cada vez que el sujeto requiera de la hospitalidad en el sentido de Derrida, ese encuentro con el diferente que en cierta manera aborda el tema de la intersubjetividad que se pone en juego en la relación madre-hijo.

Las lecturas heterocentradas de Freud y Lacan con paradigmas que fortalecen el binarismo y el heteronormativismo también merecen ser deconstruídas. Tal vez nos encontramos en el momento de construir algo que no está, un agujero de saber que requiere de un tiempo para concluir y ese tiempo implica el movimiento hacia la comprensión. Tal vez sea necesario detenerse, observar y pensar sobre ese vacío. Hay algo que parece que no encaja entre el paradigma heterocentrado y binarista y aquello que la época nos exige pensar y explicar.

Detenerse en el reverso, en aquello que no anda, que no cuaja, que no se puede comprender inmediatamente.
Como dije al principio “Las Malas” de Camila Sosa Villada nos deja paradas y parados en un umbral en el que para dar el próximo paso hay que detenerse a pensar.