Por Diego Gómez (*)

Cuna de civilizaciones y cocina de distintas culturas, Medio Oriente parece condenado a ser un escenario en donde la guerra y la tragedia son la regla y no la excepción. El interminable conflicto palestino-israelí, la Guerra de Irán-Irak, las dos guerras del golfo y el conflicto que aqueja a Siria e Irak hoy en día son tan solo algunas de las manifestaciones bélicas que se han dado durante buena parte del siglo XX y lo que va del XXI.
Ante esta suma de repeticiones surgen dos caminos posibles para comprender la situación; uno es considerar a la región (a sus pueblos, culturas e idiosincrasias) como esencialmente conflictiva y fatalmente destinada a lo bélico; el segundo, que aquí se suscribe, pone la atención sobre la comprensión histórico-política de las hostilidades.


Vivir en un presente constante, anular la ligazón con el pasado es una característica sustancial de la  postmodernidad, pero este accionar no ayuda en nada sí se quieren entender y resolver, desde el interés de los oprimidos, los problemas que aquejan al mundo en el siglo XXI. Y para  comprender, partiendo de punto de vista crítico, es necesario desarmar lo que viene “dado”, ver que hay detrás de lo aparente, como decía Walter Benjamin, “cepillar la historia a contrapelo”[1].
A contramano del discurso occidental hegemónico, que toma a “Oriente”[2] como una instancia atrasada, bárbara y peligrosa, se puede historizar el problema y ver que Occidente, desde su penetración en Medio Oriente, ha contribuido sobremanera en cuanto agente desestabilizador de la región. A mediados del siglo XIX tuvo lugar la Guerra de Crimea[3], en donde se enfrentaron el Imperio otomano y el Imperio zarista. El segundo, con mayor poderío económico y militar, se encaminaba a ganar la guerra hasta que Francia y Gran Bretaña, las principales potencias europeas de la época, decidieron socorrer al sultán para limitar el avance del zarismo en Asia y Europa. Vencido el Imperio ruso, el Imperio otomano se vio obligado a realizar concesiones hacia las potencias occidentales que habían evitado su derrota. Durante el último cuarto del siglo XIX cónsules, empresarios y comerciantes europeos penetraron en los dominios del sultán, especialmente en Medio Oriente, para llevar adelante sus negocios.
Más adelante, finalizando la Primera Guerra Mundial, el Imperio otomano se desintegró y buena parte de sus territorios fueron botín de Francia y Gran Bretaña, quienes trazaron fronteras[4] con el fin de propiciar el surgimiento de Estados en donde el poder político fuera absolutamente dependiente de las decisiones hegemónicas europeas. Se crearon reinos y mandatos sin tener en cuenta ningún tipo de lógica religiosa, nacional, cultural y lingüística. En definitiva, vieron la luz pequeñas formaciones estatales, en su mayoría monarquías dependientes, con gobiernos profundamente antipopulares y permeables a los intereses de los imperialismos europeos y, más adelante, de los EEUU.
La historia de Medio Oriente no puede entenderse sin la profunda ligazón que esa región tiene con el mundo occidental desde al menos 150 años. Es más, ¿existiría la categoría política, cultural, religiosa y geográfica de “Medio Oriente” de no existir el Occidente que la utiliza? ¿No fueron los británicos e ingleses, allá por 1915, quienes les ofrecieron a los terratenientes árabes la futura independencia política a cambio de que lucharan contra los turcos durante la Primera Guerra Mundial? ¿No fue el canciller británico Lord Balfur quien en 1917 realizó una declaración de simpatía, ante el magnate británico de origen judío Lord Rostchild, hacia la colonización sionista de Palestina? ¿No fueron las Naciones Unidas, un invento de aquellos que vencieron en la Segunda Guerra Mundial, quienes determinaron que en Palestina debería haber dos Estados, uno árabe y otro judío? ¿Sadam Hussein era aliado cuando enfrentaba a la república Islámica de Irán, durante la década del 1980, pero se convirtió en el líder del “Eje del Mal” pocos años después?
Un relevamiento de los conflictos en Medio Oriente, desde la Guerra de Crimea hasta nuestros días, permitiría ver que poco tienen de autóctonos y que son en buena medida el resultado de intereses políticos y económicos que se encuentran bien alejados y ajenos a la cultura, religión e idiosincrasia de sus pueblos. Parafraseando al político mexicano Porfirio Díaz, quien dijo: “Pobre México, tan lejos de dios y  tan cerca de los Estados Unidos”, acá se podría decir: pobre Medio Oriente, tan lejos de la justicia y tan cerca de Occidente.

[1] Benjamin, Walter (2008). Tesis Sobre la Historia y Otros Fragmentos. Itaca, D.F México.
[2] El sociólogo palestino-estadounidense Edward Said sostiene que  “Oriente” y “Occidente” operan como términos opuestos, construyéndose el concepto “Oriente” como una inversión negativa de la cultura occidental.
[3] Conflicto bélico entre el Imperio ruso, regido por la dinastía de los Romanov, y laalianza del Reino UnidoFrancia, el Imperio otomano (al que apoyaban para evitar su hundimiento y el excesivo crecimiento de Rusia) y el Reino de Piamonte y Cerdeña, que se desarrolló entre octubre de 1853 y febrero de 1856.
[4] El tratado secreto Sykes-Picot (1916) y la Conferencia de Paz de Paris (1919) determinaron la geografía política de Medio Oriente.
(*) Sociólogo y docente de la USAL, UBA y ETER.