Hasta  bien entrada la semana pasada, la mayoría de los especialistas en política internacional se expedían de manera mayoritariamente concordante respecto de la sobreviniente elección, definitiva e histórica, de Brasil. Hasta ese momento, esos analistas creían que Haddad iba a capturar los votos de Lula Da Silva, y que esa tracción posibilitaría que una derrota previsible en primera vuelta ante el inquietante capitán Jair Bolsonaro, permitiría igualmente saldar la "anomalía" de la emergencia neofascista en términos políticamente correctos en un balotaje a celebrarse dentro de tres semanas. Nunca me convenció esa rémora incomprobable de determinismo teleológico en su máxima expresión. Bolsonaro se había constituido en la síntesis -la peor, desde luego-  de un país enorme, diverso, decepcionado, endeudado, envilecido por la experiencia fallida de otro intento inconsistente de multiplicación de consumidores, permeable a la prédica mediática de la corrupción y susceptible de las mismas identificaciones regresivas que acontecían en otras naciones del mundo, incluyendo, desde luego, la Argentina. El capitán triunfante ya había cohesionado un voto no demasiado diferente en sus lógicas identitarias al que experimentamos en nuestro país. Que incluyen la prisa pulsional  y la fugacidad existencial de un capitalismo que coloniza almas impacientes y alienta soluciones rápidas, simplistas, drásticas, brutales y violentas. Un verdadero festival del odio contra los distintos, en un sistema mundo que ya no precisa a los pobres, los desafiliados, los excluidos y los expropiados. Por el contrario, los desecha y los aniquila. No será para nada sencillo remontar una ventaja casi lapidaria en Brasil. Bolsonaro logró conformar una alianza tan inédita como explicable en un país de contrastes extremos. Atravesado por la criminalidad, la violencia de género, el patriarcado, la influencia de las iglesias evangélicas y sus credos de módico e inflexible dogmatismo conservador, el racismo, la homofobia, el descontento pendular y volátil de muchos de los "incluidos" por el experimento petista y los distintos cardúmenes derechistas de poderes fácticos inescrupulosos que alentaron el golpe blando contra Dilma y el cautiverio de Lula. Nada que pueda sorprendernos demasiado o que no esté sucediendo, con formatos similares en contextos de máxima singularidad, en otras latitudes del mundo. Un mundo que comienza a mostrar el horror del neoliberalismo que viene. Un estado de excepción que ha decidido declarar la guerra a los pueblos.