Por Eduardo Luis Aguirre

Poco tiempo después de la caída del Muro de Berlín, ciertos "libres pensadores" (en realidad, bien financiados) comenzaron a recorrer el planeta declarando la buena nueva: ha llegado el tiempo de la paz eterna, tranquila y aburrida de la homogeneidad universal. Ha concluido la guerra fría y nos espera un único y absoluto sentido: el liberalismo” (Osvaldo Delgado).

Stella Calloni ha reflexionado de manera meticulosa  acerca de los procesos de dominación mundial que ha llevado a cabo el imperialismo. La analista destaca que durante el Siglo XXI, América Latina sufre una intervención que tiene como objeto la recolonización y el control absoluto del Continente.



Para ello, realiza un detalle histórico de los procesos “contrainsurgentes” y las nuevas formas de intervención “humanitaria” que se han verificado en los últimos años, en especial a partir del Consenso de Washington a fines del siglo pasado.

Con ese objetivo, analiza el rol de los “golpes blandos”, de las distintas formas modernas de colonización y el rol de distintas organizaciones que han cumplido un rol de verdaderos caballos de Troya en todo el mundo.

Una de las primeras organizaciones de ese tipo fue OTPOR, que logró su cometido en la Antigua Yugoslavia, e intentó replicar su metodología sucesivamente Ucrania, en Irak, en Libia, en Egipto e incluso en América Latina.

Hagamos un poco de historia.

La fragmentación política y territorial de la ex Yugoslavia, perpetrada a manos de las potencias occidentales, fue una de las evidencias más claras de la vigencia de un nuevo orden mundial. Una  forma de dominación imperial sustentada en la nueva geopolítica de la unipolaridad, impuesta por medio de la fuerza al resto del planeta después de la disolución de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín.

Los Balcanes expresaban, hasta ese momento, un experimento institucional y social sin precedentes. Yugoslavia era un país equitativo y promisorio, cuyas singularidades sociales, económicas, culturales y políticas lo diferenciaban claramente del resto de las burocracias socialistas europeas.

Es obvio que las potencias occidentales habrían advertido que resultaba intolerable, para el nuevo paradigma del capitalismo global, conservar en medio de Europa un país socialista con estado de bienestar, derechos civiles y libertades compatibles con los significantes vacíos de la propaganda capitalista en boga, capaces de ser comprendidos con apego a paradigmas de progreso y solidaridad sustentables.

Se trataba de una oportunidad geopolítica única. Rusia, un aliado histórico de Serbia, atravesaba el período de postración, debilidad y retroceso más grave de su historia política. Conclusión: el pequeño país, epicentro de la creación del Movimiento de los No Alineados, estaba a merced de la barbarie imperial.

Rápidamente, Occidente comenzó a profundizar las contradicciones latentes  al interior del país desde la segunda posguerra. Y puso en práctica lo que, con el correr de los años, Gene Sharp denominaría “doctrina de los golpes blandos”, intentados con suerte diversa en Medio Oriente y América Latina.

La escalada militar, durante la cual la OTAN arrojó sobre Yugoslavia miles y  miles de toneladas de bombas y misiles, causando la muerte a un número indeterminado de víctimas entre la población civil, fue exhibida al resto del mundo de una manera absolutamente arbitraria y antojadiza por parte de las principales cadenas informativas imperialistas.

Los agresores fueron presentados como defensores de la libertad y la democracia y las víctimas, como totalitarios nostálgicos, nacionalistas extremos que no alcanzaban a comprender las bondades de un bombardeo que durante más de 90 días asoló a un país cuyo pecado capital fue no haberse allanado a los designios imperiales.

Pero el asalto militar fue el último tramo de un delicado entramado destituyente que inauguraba una época pródiga en primaveras y golpes de estado no convencionales.

La doctrina de los golpes blandos, debe recordárselo, concibe una primera etapa de exacerbación de la conflictividad y las diferencias al interior del país que se propone desestabilizar, para continuar con el calentamiento de la calle, la organización de manifestaciones de todo tipo, potenciando posibles fallas y errores de los gobiernos, la guerra psicológica, los rumores, y la desmoralización colectiva, hasta terminar con la dimisión de los gobernantes.

Las consecuencias de esta intervención, más allá de las motivaciones explícitas convencionales, apuntaban a inferir a Serbia una derrota ejemplarizadora.

Obligarla, en primer lugar, a aceptar el amargo y obligatorio designio de terminar pugnando por ingresar a la Unión Europea, aceptando la implementación de recetas recesivas y regresivas por parte de los organismos internacionales de crédito.

Es decir, propender a su propia degradación y dependencia. Lo que en el particular léxico de los recolonizadores del mundo se conoce como el ingreso a la “economía de libre mercado”.

Desde entonces,  los crímenes de masa, las intervenciones “humanitarias” y preventivas, las “guerras baja intensidad”, los nuevos enemigos creados por el imperio y la violencia “legítima” internacional, debía, necesariamente, entenderse como la consolidación de un nuevo sistema de control global punitivo que implicaba  un proceso de transformación sociológica y geopolítica fenomenal, que se basa en prácticas de control global en permanente “excepción” y emergencia.

El  sistema de control global punitivo constituye una nueva forma de control universal que se apoya en retóricas, lógicas, prácticas e instituciones de coerción, la más violenta de las cuales es la guerra.

Una guerra de cuño imperial, en la que ya no se busca anexar grandes espacios geográficos o asegurar mercados internacionales.

Se trata, ahora de guerras que implican grandes disputas culturales, gigantescas empresas propagandísticas, que se emprenden con el objeto de imponer valores, estilos de vida, subjetividades, sistemas de creencias compatibles con la visión neoliberal del mundo. Como dice Ana María Careaga: “Se trata del empuje al goce del consumo, colocando en el lugar del ideal aquello que deja pegado el ser al tener, el concepto “del empresario de sí” de Foucault, que reduce al sujeto a mercancía sometido a la voracidad del capital en la lógica individualista del “sálvese quien pueda”, cuando en realidad la “salvación” de cada quién importa el hundimiento del semejante en una vorágine en que finalmente todos se hunden en las aguas del neoliberalismo más impiadoso”. Estos procesos incluyen, por supuesto, la vocación de apropiarse unilateralmente de recursos naturales escasos y la participación de arsenales bélicos, burocracias judiciales y medios comunicacionales de última generación. Porque en estas guerras no se tiende a lograr solamente victorias militares, sino también imponer relatos, narrativas y productos culturales compatibles con los intereses “humanitarios” del imperialismo, e infligir a los vencidos derrotas aleccionadoras en el plano  político y moral. Aunque éstas impliquen, paradójicamente, la perpetración de horribles crímenes contra la humanidad. En esos procesos embozados de intervención se entrecruzan el emplazamiento de bases militares y la utilización de nuevas fundaciones de ayuda humanitaria. Como lo señala Giorgio Agamben, citado por Osvaldo Delgado: “Los dispositivos mediáticos tienen precisamente el objetivo de neutralizar este poder profanatorio del lenguaje como medio puro, de impedir que abra la posibilidad de un nuevo uso, de una nueva experiencia de la palabra” (Agamben, 2005:115). Ese es el presupuesto del nuevo “estado de excepción”.

De esa manera, Estados Unidos ha colonizado ha intentado con suerte diversa embates contra los populismos de la región, único lugar del mundo donde el neoliberalismo había sido derrotado democráticamente. En ese sentido deben contabilizarse las experiencias de Honduras, Nicaragua, Ecuador, Argentina, Bolivia, Brasil, Venezuela, Paraguay, etcétera.

Dice Stella Calloni :"Estados Unidos ya nos tenía invadidos por debajo con todas esas fundaciones, como la National Endowment for Democracy (NED), “por la democracia” – que es una mentira absoluta- , la USAID y otras tantas fundaciones. Habían invadido la base social con una especie de tela de araña. Esos movimientos sociales extraordinarios libraron luchas contra las medidas neoliberales, y derrotaron al neoliberalismo en las calles, debilitándolo con los nuevos gobiernos”.  De esta manera completa Calloni su idea: "hay muchísimas ONGs, como Provea, que también está en Venezuela, que responden a grandes fundaciones, que a su vez obedecen a agencias de inteligencia USAID y NED" (2).

Esas ONGs  bien podrían asimilarse a las “innumerables crueldades de la historia y de la vida cotidiana” que destacaba Freud. Bajo la infaltable fachada “humanitaria” desestabilizan gobiernos o, con similares objetivos, financian a otras organizaciones destinadas a promover capacitaciones de los burocracias judiciales o financian códigos procesales que hacen del derecho un arma de guerra y del recurso al encarcelamiento una nueva pulsión de muerte. Sólo así puede entenderse que a partir de la instauración de los mismos la población reclusa se haya multiplicado  en la Argentina  (en algunas provincias, triplicado) y en Brasil haya más de 800.000 personas privadas de libertad.