Por Eduardo Luis Aguirre y María Liliana Ottaviano

Día llegará en que Argentina y el mundo habrán de superar el asedio pandémico. Mientras el país se prepara para afrontar días decisivos, la rutina de la cuarentena nos concita a pensar. En este caso, a asumir el ejercicio infrecuente de pensar en lo grave, que -para Heidegger- es justamente lo gravísimo de nuestra época (1).

Es extraño, pero este virus globalmente letal tiene la particularidad simbólica de representarse como una línea de tiempo, como una continuidad, una traza que remite, por ejemplo, a la aparición de la peste bubónica hace casi 700 años. Miles y miles de lo que hoy podríamos reconocer como italianos encontraron una muerte inesperada, rotundamente desconocida cuando los mongoles –sus enemigos ocasionales- decidieron disparar en catapultas los cadáveres infectados de sus propios combatientes hacia las filas enemigas (los genoveses) en su intento de conquistar la ciudad de Caffa. Las bajas itálicas, una vez que sus ejércitos retornaron a la península, se multiplicaron provocando un verdadero holocausto. De ser verosímiles los registros sobre las causas de la peste negra, habría sido éstas una de las primeras noticias de una guerra bacteriológica. Un antecedente pretérito de lo que conjetura Noam Chomsky (debe reconocerse, sin demasiado arraigo hasta ahora) para explicar el origen del coronavirus.

Los historiadores y cronistas nos proporcionan una serie de elementos respecto de las drásticas transformaciones de toda índole que sufrieron los europeos después de aquella debacle.

Tal vez los futurólogos podrían darnos una pauta presuntuosa de los cambios que sobrevendrán en todo el planeta y, en especial, en nuestro país, después de que el virus deje de asediar a los argentinos. Algunos de ellos, como el reputado israelí Yuval Noah Harari, autor del libro ‘Homo Deus: Breve historia del mañana’ (2016) ya se están ocupando de construir ese tipo de conjeturas. La cita pretende no ser ociosa. Harari afirma en su trabajo que en el siglo XXI las élites perderán sus incentivos para invertir en la salud, la educación y el bienestar de la mayoría porque la mayor parte de la gente será innecesaria, igual que ideales igualitarios como la democracia y los derechos humanos (2). Por ende, el pronóstico sería francamente preocupante en términos de exacerbación del control global y retroceso de los derechos y las garantías.

En línea con esta perspectiva pesimista, la historiadora Mariana Benítez Sierra da cuenta que,históricamente, las pestes no solamente han dejado un saldo luctuoso en términos de vidas humanas, sino que además han profundizado las desigualdades sociales. En cada una de ellas advierte que se han dado diferentes formas de segregación, marginación, xenofobia, discriminación racismo, las que de manera sombría y actualizada tenderían a repetirse con el coronavirus (3).

La referencia no parece caprichosa: la medievalistaAna Luisa Haindl explica que cuando la peste llegó a Europa, algunas personas se encerraban en sus casas, pero otras salían a las calles normalmente, respirando flores perfumadas para evadir los fétidos olores de los cadáveres. Y rescata algunos datos estremecedores, donde se revela que los hábitos y costumbres de las sociedades tampoco ayudaron mucho para contener la peste. “Las ciudades europeas solían ser de aproximadamente 40 mil habitantes. Hay que pensar que las ciudades más grandes de la época eran orientales: Damasco o Constantinopla, con un millón de habitantes. Sin embargo, la forma en la que vivía la gran mayoría de la población, era de unas condiciones de hacinamiento e higiene bastante precarias para nuestros parámetros actuales”.

“La gente en esos días no tenía la costumbre de lavarse las manos, tampoco el baño era a diario -agrega la medievalista-. La ropa se usaba varios días seguidos, la gente vivía en casas pequeñas, a veces con una sola habitación, albergando un grupo familiar completo” (4).

Pero, finalmente, la peste negra de 1346-1353 “impregnó la conciencia y la conducta de la población” (5), sin distinguir entre pobres y ricos. Tal vez por este motivo –una suerte de democratización del dolor colectivo- la epidemia es la que proporciona los relatos y análisis más numerosos, verdaderamente sorprendentes para la época. Esa profusión de datos contrasta con la actualidad dramática de la misma peste. En 2019 se decretó una cuarentena en Mongolia después que una pareja se infectara por comer riñones de marmota. La línea de tiempo, el hilo conductor, parece entonces adquirir mayor sentido. Si bien el origen de esta zoonosis catastrófica fue adjudicado en el siglo XIV a motivos sobrenaturales, religiosos y otras razones fetichistas, lo cierto es que el temor a una pandemia mundial profundizó de forma enérgica los estudios y adelantos científicos. Además, puso fuertemente en crisis a la iglesia y habilitó las condiciones para la creación de los estados nacionales.Un cambio de esa magnitud en la conciencia del Medioevo europeo invita a analizar cuáles pudieron haber sido las transformaciones operadas en la “individuación” de la época, como lo denomina el historiador José Enrique Ruiz- Doménec. Con la misma lógica, y meticulosa prudencia, es posible escrutar qué cambios podríamos enunciar después de la futura superación del Covid-19 en nuestras conmocionadas subjetividades contemporáneas.

“´De qué estará hecho el mañana´. Se interroga Víctor Hugo en uno de sus poemas de Les chants du crépuscule [Los cantos de crepúsculo]. Y como introducción subraya: ´Hoy todo, tanto en las ideas como en las cosas, en la sociedad como en el individuo, se halla en estado de crepúsculo. ¿De qué índole es ese crepúsculo, qué lo seguirá?” (6).

Nos parece difícil, en consecuencia, no reflexionar sobre lo que estamos viviendo y sobre lo que a modo de aventura conjetural vislumbramos como posible escenario futuro. Y estas reflexiones van en dos sentidos. Uno, el de poner a producir pensamiento que sea capaz de ir dotando de sentidos este tiempo. El otro, saber que saldremos tocados en nuestras subjetividades. No hay modo de salir si no es con el otro. No hay modo de salir que no sea transformados. No hay modo de que esta pandemia no nos toque y nos implique subjetivamente.

Hay algo de lo comunitario que intenta volver como camino posible que nos permita hacer frente a la pandemia, pero también nos permitirá reconstruirnos, como un sentimiento pleno y colectivo de comunidad. Pero este sentimiento se presenta la más de las veces como inestable.

El propio Freud en El Malestar en la Cultura (7) escrito en el año 1930 -tal vez su obra más filosófica- nos dice: “El sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo que, condenado a la decadencia y a la aniquilación ni siquiera puede prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia; del mundo exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e implacables; por fin, de las relaciones con otros seres humanos.”. La amenaza de Covid-19 nos interpela desde estas tres fuentes de las que hablaba Freud ya en el año 1930.

La técnica solucionó problemas que tenía el hombre del medioevo, pero al mismo tiempo nos fue generando otros. Sobre esto también había problematizado Heidegger, advirtiendo que es la técnica del capital la que va ahora por el hombre, la que lo emplaza (8). El desarrollo tecnológico e industrial nos facilitó innumerables actividades de la vida cotidiana a expensas de expoliar la tierra, contaminar sus mares y ríos, extinguir especies animales y degradar la vida humana. La acumulación de riquezas por parte de pequeños grupos de poder es a costa del hambre y la miseria de un número abismal de seres humanos que habitan diferentes regiones del planeta. Y hoy parece que la enfermedad y los virus se nos representan como ingobernables. Algo que contrasta con la lógica del (pseudo)discurso capitalista del que nos habla Lacan en sus Seminarios 16,17, 18 y fundamentalmente en su célebre Conferencia de Milán de mayo de 1972. El discurso capitalista no acepta la imposibilidad, es astuto pero destinado a reventar. Es depredador y a la vez insostenible. Está marcado por la pulsión de muerte y por el imperativo de goce. En el discurso capitalista no hay exterior que lo limite,pero fundamentalmente no hay lazo social que lo sostenga.

Nuestros pensamientos están por estos días invadidos por imágenes fantasmales. Fantasmas propios y singulares, pero también por fantasmas colectivos y por creaciones propias del cine de ciencia ficción. El miedo a morir víctima del Covid-19 aparece como el síntoma de este mundo globalizado e hiperconectado.





(1)   Heidegger, Martin: “¿Qué significa pensar?”, Terramar ediciones, La Plata, 2005, p. 14 y 15.

(2)   https://www.elperiodico.com/es/ocio-y-cultura/20161010/entrevista-yval-noah-harari-homo-deus-5482036

(3)   https://www.eluniversal.com.mx/nacion/coronavirus-el-hilo-que-cuenta-como-la-peste-bubonica-la-fiebre-amarilla-y-la-gripe-espanola

(4)   https://culto.latercera.com/2020/03/17/peste-negra-plaga-europa/

(5)   https://historia.nationalgeographic.com.es/a/peste-negra-epidemia-mas-mortifera_6280

(6)   Derrida, J.; Roudinesco, E.: “Y mañana, que…”.Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires. 2014. Pág. 7.

(7)   Freud, S. El malestar en la cultura. Volumen XXI. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1979.

(8)   Heidegger, Martin: “La pregunta por la técnica”, disponible en http://www.bolivare.unam.mx/cursos/TextosCurso10-1/HEIDEGGER-%20LA%20PREGUNTA%20POR%20LA%20T%C9CNICA.pdf