"¡Unión, unión y seremos invencibles!"  (Simón Bolívar)

Imposible avanzar así. Sobre todo, si debemos  asumir fatalmente que la marcha hacia un nuevo formato de democracia popular insumirá un recorrido más largo. Porque partimos –ahora- de una vera mucho más precaria después de un retroceso que replica la debacle mundial y se hace propia, local, recalcitrantemente folklórica. Imposible revertir la cuesta si no se entiende ese mundo hostil, que es "este" sistema-mundo.

Si no se comprende que el imperativo categórico es poder coaligarse con los distintos y ensanchar el horizonte contra la noche fatal que nos asedia. No hay espacio para el consignismo y (o) los lugares comunes de la banalidad discursiva. Experimentar vergüenza de los compañeros sin adentrarse mínimamente en el análisis de la complejidad conceptual de la relación de fuerzas no suma. Al contrario, resta y retrae. Atomiza y debilita la unidad imprescindible. Desinterpreta y reitera lo mismo. Lo fatuo. Lo sectario. Lo estéril. Lo precario. No hay forma de revertir esto si no se trasciende el marco agitativo. Desde el compromiso inexorable de la reflexión colectiva. Por eso, entonces, mejor escuchémonos entre nosotros mismos. Y si decidimos enriquecer ese ágora de conceptualidad, prescindamos, al menos, de lo obvio y de la indigencia teórica. Porque no hay espacio, ni tiempo.

Lo táctico y lo estratégico conviven, al menos por ahora, en el escarpado camino del estado de excepción. Ese en el que el derecho se cancela y las grandes mayorías se desechan, se desprecian, incluso, como ejército ocupacional de reserva. Porque esta nueva forma de acumulación del capital en su fase neoliberal puede prescindir de ellas y, de hecho, lo hace con singular crueldad.

Lo táctico, como decimos, significa militar a diario por bajar los decibeles de odio que se multiplican y expanden al influjo de comunicadores y medios periodísticos que -como en Ruanda- actúan como partícipes necesarios de las penurias y catástrofes que sobrevengan. Reconstituir, desde la palabra, los vínculos de alteridad que tienden a difuminarse y consagrar la lejanía, la hostilidad y la extrañeza visualizando al otro como un enemigo. La recuperación de los vínculos de solidaridad, unidad y amor es una tarea diaria, que no puede detenerse ni postergarse (porque la política aunque a veces se parezca demasiado a Tanatos- tiene mucho en común con el amor, entendido como Eros, unión, ligazón entre distintos). Tampoco la distinción de las contradicciones fundamentales entre las que se debate eso que llamamos Patria. Que, entre los americanos, más que un conjunto de normas de convivencia remite a un sentimiento colectivo.

Lo estratégico es articular un proyecto común, seguramente a partir de una nueva Constitución material (y por qué no también formal). Que recoja y recupere formas de convivencia armónica. Que reconozca nuestras identidades, las respete y le ponga un freno definitivo a la colonialidad, la exacción y la destrucción. Que revierta los siglos de dominación y aculturación etnocéntrica. Que se anime a recuperar el acervo de los antiguos habitantes de Abya Yala y los convierta en estatuto. Que los actualice y los consagre para lograr una nueva (buena) vida, una vez que hemos comprobado. sobradamente, la masacre que produce el capital y la necesidad de estas transformaciones cruciales. Que atenúe la ficción de las ciudades y recupere el comunitarismo. Que reivindique los principios de unidad, igualdad material, inclusión, dignidad, libertad, reciprocidad, respeto, complementariedad, armonía, transparencia, equilibrio, equidad social y de género y buen vivir (*). Que revuelva un siglo y medio de historia reciente e intente revertir la catástrofe de Caseros, para que esta vez ganen los que quieren una patria grande, justa, soberana e independiente de todo poder extranjero. Los oprimidos, los humillados y los sojuzgados. El mismo subsuelo de la patria que esta vez deberá emprender la larga marcha de la emancipación o resignarse a lo peor.

(*) Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia, artículo 11.