Por Eduardo Luis Aguirre

La incertidumbre frente a lo desconocido y la profundización acelerada de un nuevo modelo de acumulación y concentración del capital parecieran sugerir que las preocupaciones por la sordidez y las gramáticas inconmovibles de las variables económicas desbocadas fueran el único prisma a través del cual podría analizarse este nuevo hiato de la historia propia.



Sin embargo, lo que ocurre en el mundo occidental se entronca con un nuevo sistema-mundo de dominación y control y las consecuencias de estas debacles no se agotan –claro está- en el horizonte de proyección acotado de la economía y las finanzas.

El impacto de lo que aparentemente sobrevendrá, vale destacarlo,  profundizará  también la crisis de las instituciones, de la democracia y de la República.

Aunque la urgencia de la hora pudiera aconsejar el diferimiento de estas conjeturas para un futuro menos azaroso e intranqulizador, es imposible no considerar los estragos oscuros que el neoliberalismo terminará de perpetrar contra la convivencia ciudadana armónica. Las tormentas perfectas no dejan zonas de confort en pie. Por lo tanto, es hora de intentar comprender la magnitud abarcativa de su onda expansiva, aunque estos análisis no deparen -por ahora-corridas.

Carlos Fernández Liria, filósofo, escritor y profesor de la Universidad Complutense de Madrid ha pasado gran parte de su vida académica tratando de demostrar que la democracia y el capitalismo son decididamente incompatibles.

Si por democracia entendemos algo así como la soberanía del pueblo –dice el filósofo- es necesario preguntarnos en qué camino nos metemos si contra el capitalismo reivindicamos la democracia. En primer lugar, porque los grupos concentrados de poder fáctico que detentan el poder real expresan a cada momento que la democracia y el capitalismo son compatibles, sencillamente porque es lo (único) que tenemos y porque es el formato que ellos mismos han logrado imponer en las últimas décadas, no sólo en Europa sino también en buena parte del mundo.

Así planteada esta cómoda réplica sistémica, el campo popular se ve obligado a balbucear e imaginar variables de la democracia, que en apariencia serían superadoras de los entramados institucionales que propone y tolera el capital: democracia real, democracia asamblearia, democracia directa, democracia participativa, son algunas de las alternativas que de ordinario se exploran por parte de filósofos, sociólogos, politólogos y juristas.

Fernández Liria se mete con una cuestión sensible. Dice que la aspiración de diferentes variables democráticas, más profundas que las actuales expresiones formales, supone un riesgo. El riesgo de que el pueblo sometido al chantaje brutal del sistema, a nuevas identificaciones y a la colonización de las subjetividades que moldea el nuevo capitalismo pueda decidir cosas muy malas. Hipótesis que, por supuesto, no puede sorprendernos a los atribulados habitantes de este apéndice austral del planeta.

El filósofo recuerda un punto de vista kantiano y pone de manifiesto que es incorrecto oponer la democracia al despotismo. Lo que se opone al despotismo no es la democracia, insiste, sino la República. La alternativa, entonces, es despotismo o república, independientemente del envase formal jurídico que adopten los estados. Si hay algo que caracteriza a los regímenes modernos es la existencia de numerosísimos experimentos democráticos de baja intensidad. La Argentina es uno de ellos

O sea, que la democracia puede ser fatal y  enteramente despótica. Eso es lo que ha permitido que Carl Schmitt, ministro e intelectual del gobierno de Hitler, llegara a afirmar que el nazismo era una democracia, justamente porque era la expresión soberana del pueblo, que incluso se reafirmaba en las calles como rúbrica asamblearia.

La democracia sin división de poderes, sin instituciones republicanas, sin República, puede ser compatible no solamente con el despotismo, sino con los despotismos más extremos que hayamos conocido. Muchas son las analogías que se traducen a partir de esta advertencia que ensaya Fernández Liria con las democracias lábiles y débiles que proponen las derechas contemporáneas. Muchas más aparecen, incluso, cuando leemos que el pensador afirma que actualmente vivimos en el marco de democracias que encubren un “despotismo de los mercado”. Un régimen que tampoco es incompatible con la democracia a secas, entendida ésta como un conjunto de instrumentos jurídicos capaces de convivir con un marcado deterioro de los derechos civiles y políticos de la población, con la violencia institucional extrema, con la colonización del poder judicial y el gobierno de poderes fácticos tales como los medios concentrados de difusión o los servicios de inteligencia, públicos o privados. Estos son elementos imposibles de conciliar con la República, aunque sigamos votando puntualmente cada dos años.

Fuentes: 

1)      Fernández Liria: La ética de la democracia capitalista

2)      La anomalía freudiana

3)      https://www.youtube.com/watch?v=6MleeRjC6CU&t=3999s