Por Jorge Alemán (*)

No profeso religión alguna y la fe, aquella que se siente en lo más intimo, no me fue concedida. No fui bautizado, me eduqué en un ambiente laico y distante de los hechos religiosos. Conocí los primeros templos en Europa y solo por razones culturales.

Además mi formación con respecto a la historiografía religiosa siempre fue insuficiente, aunque gracias a mi amistad con Eugenio Trias, ese déficit se atenuó en cierta medida. También mi cercanía con algunos filósofos españoles donde la inquietud hermenéutica religiosa siempre perdura, logró despertar y ayudar a dar forma a algún interrogante.

Aquí lo presento: hay algo en el episodio de la Cruz que me conmueve y tiene la fuerza de una disposición, que podría llamar salvífica. No se trata del Acontecimiento de la Resurrección como lo tematiza Alain Badiou a partir de la gran operación de Pablo, fundador de la militancia internacional en comunidad.

Badiou insiste en que el Acontecimiento al que Pablo le entrega su “fidelidad” militante es el milagro excepcional de la Resurrección. Señalemos que Badiou, materialista ateo y comunista, no se interesa por la resurrección en sí misma, sino por la fidelidad militante de Pablo hacia el Acontecimiento excepcional que atraviesa la Historia.

Sin embargo, a mi juicio, entiendo que lo que sucede en la Cruz, en el asesinato consumado, es que “no todo” es matable. Que finalmente el asesinato es tan inconcluso como el juicio de Pilatos. Es una diferencia importante con respecto a Sócrates donde el juicio, como todo el mundo sabe, culmina .Por ello no se trata de que el Hombre muerto en la cruz resucita, y se reproduce en su identidad renacida, más bien lo singular del hecho es que no muere del todo, o más bien que es imposible matarlo definitivamente.

Y en esto sí veo un desafío implícito al mundo apocalíptico del exterminio final, ese que desde el principio siempre planea sobre la Historia como su posibilidad efectiva.

Tal vez siempre en el núcleo de un proyecto emancipatorio siempre, de un modo u otro, subsiste aquello que no se puede matar del todo. Porque finalmente: ¿qué otra alternativa hay frente a la posibilidad del exterminio final? ¿No hay acaso en el interior del dispositivo del capitalismo un programa de la "pulsión de muerte " a realizar. Que se cumpla por fin como destino que la historia humana es la de los campos de exterminio y la imposibilidad de detener la marcha inexorable.

Hablar de lo “no matable del todo” en el cuerpo del mártir es hablar de un deseo que carece de objeto alguno, y que se sostiene en su indefinida ex-sistencia. Si esto es así la verdadera alteridad es aquello que en el Otro no puede ser matado definitivamente.

Una vez presentada esta especulación debo aclarar que no pretendo incluir esto en ninguna Teología de la liberación ni darle una mayor razón a una de las tres grandes religiones del Libro. Más bien intento indagar el núcleo de “sinsentido”, fuera de toda contabilidad, de todo cálculo, que habita en el corazón del curioso deseo de igualdad que sostiene en última instancia a los proyectos políticos emancipatorios, herederos de la Revolución.

Que los amigos filósofos, teólogos y hermeneutas sean benevolentes con esta intiuición delirante, que sin embargo me conmueve hasta el punto de comunicarla. Es obvio además que respeto profundamente todos los credos, porque como se deduce de mi conjetura el "ateísmo" no ingenuo, por razones estructurales es sumamente problemático.

Pero elijamos cualquier proyecto emancipatorio, sea cual sea su inspiración teórica, y veremos qué siempre de un modo implícito, esta dimensión de lo “no matable del todo” está operando. Ese “no todo” es la clave de que a pesar de todo se insista.

(*) Reproducido con autorización del autor.